“11 de septiembre de 2001, el día que los EE. UU. conoció el terror en su propio territorio”, por José Briceño Abanto

Al derrumbar las Torres Gemelas, los organizadores y protagonistas del masivo ataque terrorista contra EE. UU. consiguieron una mediática, espantosa y efímera victoria. Los dos edificios que albergaban el World Trade Center, a pesar de su estruendoso derrumbe fueron convertidos en símbolo de la pervivencia del vigor de Nueva York y de los EE. UU. en la transición del siglo XX al XXI. Por eso eran también, junto con instituciones oficiales de Washington como la Casa Blanca y el Pentágono, el blanco de la sed de venganza del radicalismo musulmán.

Las escenas del “fin del mundo” transmitidas en vivo por las cadenas de televisión a todo el planeta nos estremecieron, no solo por la familiaridad de la imagen de las Torres Gemelas atacadas, pues estas eran quiérase o no una especie de símbolo del llamado primer mundo. Además, también por el asombro y dramatismo que representó atestiguar en vivo y directo que la primer potencia fuera atacada en su ciudad más icónica y que el discurso de invulnerabilidad y superioridad que desde la victoria norteamericana en la segunda guerra mundial se nos vendió, cayó destrozado junto con las torres gemelas.

El 11 de septiembre del 2001 será recordado por el mundo como el día que el gigante Goliat recibió una pedrada en medio de la frente que lo estremeció hasta la médula. Con el derrumbe de las Torres Gemelas también se vino abajo la idea que la seguridad estaba garantizada globalmente para todos, se acabó el discurso que los EE. UU. era el garante universal de ello y que ese fue el verdadero éxito del golpe asestado por parte del grupo terrorista Al Qaeda a la principal potencia mundial.

El 11 de setiembre es el día en el que el mundo cambió para siempre porque ocurrió lo inesperado: derribaron al gigante y en su propio suelo. Algo que antes nunca había ocurrido y que cuando pasa acarrea una serie de consecuencias que hoy, diecisiete años después, siguen teniendo efectos. A partir de aquel atentado que dejó la escalofriante cifra de 3000 muertos, la dinámica mundial se alteró y no ha sido la misma. Y no solamente en el tema de seguridad, sino también en la economía, en las relaciones internacionales, en los derechos civiles y hasta en la manera de invertir presupuestos de los países.

Tal vez la consecuencia más notoria del 11 de septiembre es que para los EE. UU. y sus aliados la concepción del enemigo que se debe combatir cambió. Antes de los ataques se combatían estados, sectores públicos, pueblos. Pero, luego el enemigo se privatizó y ya no eran países que estaban claramente ubicados en la geografía mundial, sino que eran grupos religiosos o extremista. Entonces ya no se perseguía al eje del mal (Irán, Iraq, Afganistán) sino a miembros de Al Qaeda.

¿Habrá cambiado la perspectiva del norteamericano de a pie sobre su estado, gobierno y presidente luego del 11-S? Pues radicalmente sí. La elección de Donald Trump puede interpretarse como un reclamo colectivo por más seguridad, y menos puertas abiertas hacia el mundo en general. Luego del ataque del 2001 colectivamente se comenzó a demandar medidas radicales y de corto plazo, para que la tragedia de Nueva York no vuelva a repetirse. Y Trump sería la respuesta a ese clamor.

Nueva York fue herida mortalmente aquel 11.S y se recuperó, costó pero lo hizo. Quien no pudo hacerlo fue la imagen de invulnerabilidad que como estado la maquinaria publicitaría norteamericana siempre nos vendió. Paradójicamente, el sistema que representa los Estados Unidos de Norteamérica, y que tanto odia el radicalismo musulmán sigue aún fuerte y vigente, ello a pesar de haber atacado y derrumbado las torres gemelas.

José Briceño Abanto