Accidentes de tránsito ¿En realidad existen?

¿Cuántas veces hemos escuchado “fue un accidente de tránsito” como análisis, explicación o justificación a un choque, despiste, volcadura o atropello?

En nuestro país llamamos cotidianamente “accidente de tránsito” a cualquier percance que involucre a peatones y/o conductores de transporte público o privado, tengan consecuencias o no, muy al margen de las responsabilidades. La mayoría de veces tienen efectos diversos como lesiones, incapacidad permanente, traumas psicológicos e incluso la muerte. Esta calificación ¿es una verdad absoluta, infranqueable o incuestionable? ¿Se da por costumbre, uso o por determinación divina? debemos aceptarla sencillamente o bajo esa palabra nos escudamos para mitigar, eximir y explicar nuestra propia temeridad, negligencia e irresponsabilidad, intentando exculparnos con facilidad y sin mayor remordimiento o simplemente estamos confundidos.

Al parecer se trataría de un mecanismo de defensa de la sociedad para proteger una realidad que le conviene no cambiar, no sabe cómo hacerlo o sirve para que algunos acrediten su trabajo.

La Real Academia de la Lengua Española, señala que accidente se refiere a la “cualidad o estado que aparece en algo, sin que sea parte de su esencia ni su naturaleza”. Sostiene que “es un suceso eventual que altera el orden regular de las cosas” y concluye que se trata de algo “que sucede inopinada y casualmente”; esta frase es fundamental para la ver las reales dimensiones del tema por cuanto al referirse a “casualmente” explica que es una “combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar”.

Sobre los “accidentes de tránsito” se tienen muchas acepciones, así, algunos especialistas manifiestan que se trata de “todo suceso o acontecimiento anormal e imprevisto que acarrea un daño en las personas y es causado por un hecho u ocasión directa del empleo o uso de un vehículo de tracción mecánica, animal o humana”.

“Es un suceso eventual en el que no se puede hacerse nada para evitarlo”. (Arburola 1992, pg. 160.)

La óptica jurídica recoge de por sí, un aspecto de casualidad y habla de daños por mero accidente sin culpa ni intención, implicando una valoración excusadora.

Si tenemos en cuenta estudios desarrollados por la Policía Nacional del Perú y la Asociación Peruana de Empresas de Seguros, sobre las causas de los llamados “accidentes de tránsito”, se estima que el exceso de velocidad ocupa el 33.76%, la imprudencia del conductor 29.00%, la imprudencia del peatón 12.86%, el estado de ebriedad 11.97%, falla mecánica 4.24%, imprudencia del pasajero 2.81%, pistas en mal estado 2.45%, falta de señales de tránsito 0.78%, exceso de carga 0.71%, falta de luces 0.48%, mala señalización 0.22% y así sucesivamente, podemos afirmar que casi el 100% de los “accidentes de tránsito” son originados por causa humana; esta es una realidad objetiva y puntual.

Todas las causas arriba descritas tienen múltiples explicaciones y descargos; concreta y fehacientemente, estas son resultado de no cumplir con las normas de tránsito, con los códigos de seguridad vial, la legislación sobre transporte terrestre de pasajeros o de carga, sea cual fuere su naturaleza. Precisamente la existencia de toda la legalidad se debe a que su cumplimiento tiene como objetivo fundamental prever y evitar la ocurrencia de estos hechos.

Semánticamente un accidente ocurre esporádicamente, en el Perú, las estadísticas nos indican que desde el año 2000 a la fecha, han ocurrido más de 1200,000 “accidentes de tránsito”, lo que tuvo como resultado la sobrecogedora cifra de más de 40,000 muertos y un número superior a 180,900 personas incapacitadas de por vida.

Estamos por lo tanto ante una desnaturalización profunda de significados. Si utilizamos “accidente de tránsito” innumerables veces para describir situaciones ocasionales, esta deja ya de describir situaciones fortuitas, que ocurren de pronto, deja de reseñar lo eventual, y se convierte parte de la esencia al conducir. Transformada así, no reúne ninguna de las extensiones de su primigenia definición.

La realidad determina que no ilustra, no muestra ni expone lo que sucede en las pistas del Perú.

Este análisis formaría parte de una discusión bizantina sino se conociera ni entendiera las profundas connotaciones neuropsicológicas que tiene en el ser humano, las palabras, por cuanto en general estás marcan las percepciones; con ellas se forma el patrón de nuestro sistema neurológico.

Las palabras dan forma a nuestras emociones y acondicionan como nos sentimos ante un hecho determinado.

Luego del acondicionamiento, actuamos sin pensar, ni razonar, porque tenemos interiorizado nuestra forma de ver el mundo, una forma de comportarnos en todo momento y una forma de reaccionar ante determinadas circunstancias para obtener resultados.

Según se percibe, capta y cree, se acciona.

Dice la programación neurolingüística “que usamos el lenguaje por medio de palabras para ordenar nuestro pensamiento, y comunicarnos con los demás y con nosotros mismos: dialogo interior”. (Roseta Forner, Programación Neurolingüística, pg. 17)

Así, el ser humano al escuchar la palabra “amor” organiza en su interior pensamientos acordes con el término oido, sentimientos de nobleza, educación, acercamiento y concordia; por asociación se actuara en ese sentido con delicadeza y tacto, se modulara la voz, relajara los ojos y se estará receptivo a similares expresiones humanas.

Del mismo modo la palabra “organización”, nos inspira un sentido de orden, seriedad, planificación y seguridad; actuaremos con calma, guardando sumo cuidado y nos comportaremos bajo ese marco.

Si caminando por la calle oímos “delincuente” automáticamente habrá una serie de activaciones neurofisiológicas que lo asociara a peligro, violencia, engaño y tomaremos diversas precauciones; evitaremos exponernos por calles solitarias y/o oscuras, guardamos nuestros objetos de valor, nuestra atención se focalizara para descifrar mejor el entorno, nuestro cuerpo estará preparado para huir o luchar.

Cuando se pronuncia la palabra “accidente”, inmediatamente creemos que es algo que le puede pasar a cualquiera, que no podemos hacer nada para evitarlo; nos lleva al mundo de las probabilidades, algo que difícilmente nos puede pasar a nosotros. Por asociación nos relaciona con circunstancias y eventualidades. Ello no activa ni genera un estado de alerta, cuidado, ni atención; nuestros sentidos actúan con desapego y hasta con indiferencia,

Es aquí donde vislumbramos una explicación del fracaso de todas las recomendaciones, pautas, pedidos, sanciones, ruegos, llamados etc. sobre acciones y medidas para evitar los mal llamados “accidentes de tránsito”, nuestro concepto, esculpido por nuestra costumbre, no da cabida real a que pueden evitarse, no dice que hay responsables, ni hablar de las graves consecuencias para la familia; no activa mecanismos naturales de defensa y/o atención, porque tiene una connotación exculpatoria; al parecer crea una licencia mental para transgredir las normas de seguridad vial, sirve como anestesia interna que nos vuelve aparentemente inmune ante el peligro y el dolor.

Según la neurociencia, se han creado redes neuronales alrededor de esta expresion que la conectan directamente al azar, por lo que siempre se circulara por estas redes conocidas y no por aquellas que guíen a los individuos a cuidarse, protegerse y estar alertas.

Conscientemente se puede manifestar que los “accidentes de tránsito” se pueden evitar, que hay responsables y que se debe tener cuidado, pero inconscientemente se asume que no, y se actúa en consecuencia.

¿Acaso no hemos oído muchas veces “no tomes más de tres copas de vino, o cuatro vasos de cervezas porque te puedes accidentar”? el mensaje es: si tomas tres copas de vino o cuatro vasos de cerveza, probablemente puedas chocar o atropellar a alguien y si ocurre no tienes la culpa porque le puede pasar a cualquiera.

¿No vemos a las autoridades declarar ante los medios de comunicación “hacemos un llamado a los conductores para que respeten las señales de tránsito porque pueden accidentarse? el mensaje es: no sabemos qué hacer, no tenemos autoridad y les rogamos acordarse de respetar las señales de tránsito, porque a lo mejor tienen una probabilidad de lesionarse o lesionar a otros.

Los conductores no tienen responsabilidad genuina al conducir, liban licor, realizan carreras en la vía pública, se pasan la luz roja y no cumplen elementales señales de tránsito porque no está activado el mecanismo de auto conservación y supervivencia, que lo guie y proteja ante un desastre inminente.

Lo mismo pasa con los peatones, cruzan las pistas por cualquier lugar, suben y bajan de los autobuses en marcha, no utilizan mayormente los puentes peatonales, caminan entre los autos, etc.

Para la lucha contra este flagelo, que ha sido considerado por la ONU, como una de las causas de la pobreza, tenemos que aceptar que no se pueden esperar resultados distintos haciendo siempre lo mismo. Es necesario sustituir este vocablo de nuestro lenguaje cotidiano al referirnos a estos sucesos, porque ha contribuido a confundir nuestras percepciones, habituarnos, insensibilizarnos y convivir extrañamente con situaciones que siempre lamentamos. Permite el desarrollo de distorsiones cognitivas, basándose en la evaluación incorrecta de la realidad, en este caso “no ver peligro donde si lo hay”

Tenemos que adoptar palabras que reflejen la realidad, así se crearan nuevas redes neuronales, que servirán al desarrollo e interiorización de conceptos asociados con el cuidado, prevención, diligencia y responsabilidad; además activara nuestro mecanismo natural de alerta y supervivencia, incidiendo en los cambios neurofisiológicos necesarios para ello.

Al referirse a estas acciones, es conveniente llamarlos como realmente son, por ejemplo: siniestro, colisión, embestida, choque, atropello, despiste, volcadura, desbarrancamiento, etc. Estas, describen directamente hechos evitables, revelan actores, dan cabida a señalar responsabilidades y simultáneamente relaciona las causas con el incumplimiento de las reglas de tránsito.

De acuerdo a la gravedad se puede asociar a términos como: leve, espeluznante, grave, fatalidad, desgracia, funesto, aterrador, calamidad, pavoroso, etc., según sea el caso.

Así se estará dando un primer paso para iniciar una cruzada nacional en busca de evitar los desastres del tránsito y sus trágicas consecuencias.

Artemio Alvarado Monzón

Doctorando en Psicología Educacional y Tutorial