¿Sirve para algo la Comisión de ética?

Foto: referencial.

¿Se han dado cuenta que en la práctica, la comisión de ética no existe? Sostengo ello porque según lo remitido por los últimos actuados de este grupo de trabajo, se encuentre virtualmente desactivada.

El Congreso de la República considera a Ética como un semáforo en la avenida Arequipa a las 3 de la madrugada; igual a un adorno sobre el mueble del comedor; es en sí la comisión que no suma ni chis ni mus. Por lo tanto, es notorio que desde esa perspectiva sea algo así como un cenicero de motocicleta; es decir, la ¨última rueda del coche¨.

Casos como el de Yesenia Ponce, Maritza García, Betty Ananculí, Esther Saavedra y los Súper Stars: Moisés Mamani y Bienvenido Ramírez siguen adormecidos según la decisión o necesidad política de turno; ósea, de acuerdo con la conveniencia de aprobar o rechazar tal o cual iniciativa presentada en el Congreso de la República. Además de la premisa que por ser parte de la bancada fujimorista, se hallan todos ellos más allá del bien y el mal, mejor explicado: no les va a pasar nada.

Seguimos. La autocrítica del propio hemiciclo parece ser una misión imposible, traducido en lenguaje simple: ¿Sirve esa comisión para algo? Algunos han planteado crear un comité de ética conformado por ciudadanos ajenos al Parlamento, lo explico: es decir que usted, yo y otros vecinos tengamos el empoderamiento legal y formal para llevar de las orejas ante una comisión investigadora a los padres de la patria, que se vean inmersos en casos que ameriten esa figura planteada. Aunque esta fórmula no asegura imparcialidad ¿quién elegiría a sus miembros? No se ha propuesto nada más al respecto. ¿Y si eliminamos la Comisión de Ética? Razonando más fríamente y concordante con la ley, el verdadero control está en nuestras manos, cada cinco años y a la hora de emitir un voto responsable.

El mismo problema desde otra perspectiva. Miremos cómo otras comisiones reguladoras, como Acusaciones Constitucionales y Levantamiento de la Inmunidad Parlamentaria sufren también del descalabro moral del Congreso. Asisten cuando desean, no hay quórum, sirven de aplanadoras a rivales, entre otras funciones alejadas a la realidad.

Finalmente, considero que a veces estos grupos fiscalizadores, en vez de ser armas ciudadanas para regular el comportamiento de los parlamentarios se convierten en fusiles para los propios congresistas.

José Briceño Abanto