Hace aproximadamente 66 millones de años un asteroide colisionó con nuestro planeta, arrasando con el 75 % de vida existente en ese momento. En la actualidad, el cráter que dejó esa caída se encuentra en el Golfo de México y los científicos, con el afán de conocer los estragos que dejó este, estudiaron los sedimentos de aproximadamente 130 metros de profundidad que se formaron luego del impacto.
Esta investigación se da desde 2016, en el cráter llamado Chicxulub, donde extrajeron un cilindro rocoso, aquí se puede observar diferentes materias y nos cuentan una historia, tal y como lo contarían los anillos de una corteza de árbol. «Es una de las ventajas con los cráteres de impacto. Su formación sigue leyes físicas muy bien definidas», cuenta Jens Olof Ormo, investigador participante del estudio.
Para empezar, al caer este asteroide liberó una energía similar a 10 000 millones de bombas nucleares similares a la de Hiroshima, liberando aproximadamente 425 gigatoneladas de CO2, y otros compuestos igual de dañinos hacia la atmósfera, logrando, además que ocurriera un tsunami que corrió a unos 2500 kilómetros desde el lugar de su caída.
Asimismo, causó incendios forestales inmensos, que se mezclaron con restos de corteza terrestre, haciendo que el material incandescente se elevara y volviera a caer como polvo caliente. Además, la vaporización de rocas fue lo que hizo que haya una liberación alta de azufre, que luego cayó como lluvia ácida, eliminando plantas y cualquier nutriente del suelo.
El climax de este proceso fue cuando la tierra se fue enfriando poco a poco, esto porque los rayos de sol fueron opacados, es decir, se volvió un ambiente totalmente frió, eliminando por completo las cadenas alimenticias y por ende a todas las especies vivientes.
Todo esto no ocurrió de un día para otro, sino fue un proceso que logró que solo unas pocas especies sobrevivieran, creando una nueva época, donde solo les quedó como solución evolucionar hasta lo que conocemos hoy en día.
X.V.C.
