Alfredo Vignolo Maldonado

Alfredo Vignolo Maldonado
A 10 años de su partida

C. Alfredo Vignolo G. del V.

Que rápido ha pasado una década, si parece que fue ayer cuando por última vez besé su frente y apreté mis manos con las suyas, poco antes que entrara en la quietud Eterna. Tenían la mansedumbre de palomas cansadas y la arrogancia enhiesta, igual que cuando las veíamos traqueteando la Remington, que siempre sonaba en el escritorio de la casa y que hoy sólo repica silenciosa en nuestras mentes.

Mi padre no está físicamente con nosotros, lo llevamos en nuestro corazón, mente y pensamiento, como una presencia latente y permanente, por todo lo que él fue, como padre, esposo, abuelo, amigo y lo que simbolizó para el Periodismo Nacional. Su palabra siempre fue cauta, franca y docta, tanto que traslució perfectamente su pensamiento, sin remiendos ni ocultación.

La tarea magisterial en la que estuvo embebido por más de medio siglo, es la más rica y vasta fuente testimonial de su notable personalidad y entrega hacia los demás.

Él ha muerto, en fase insoslayable de su destino. Pero  allí está su espíritu en cada libro, en cada artículo que escribió, auténtico, inconfundible, en la obra que lo perenniza por siempre, como antorcha del periodismo decente y ético que perdurará en el tiempo conmigo y con mi hijo Francesco, en las tres generaciones de Vignolo periodistas, pero jamás podremos ser más de lo que él fue, un apóstol del Periodismo.

Ya no lo vemos más en el escritorio de la casa leyendo algún libro con el fiel “Negro”, su engreído o en el jardín de la “chola”, como le decía a mi querida madre, el amor de toda su vida y que compartió casi por medio siglo, ya no comeremos ravioles o lasagnas y tomaremos vino tinto en una tarde cualquiera, rodeados de lo primordial y básico que es la familia; desde su cúspide de gloria continuó sencillo, generoso, modesto, dueño de una sola ambición, colmada: escribir sin tregua.

Mi padre fue llamado un 14 de noviembre del 2007 -hace una década-. Sus ojos como el de mi adorada nieta Fiorella que despedían destellos esparcían afecto, amor, bondad, sencillez, ternura y franqueza con cada palabra que brotaba de sus labios, se cerraron inexorablemente para siempre, en ese sueño de ensueño que es la muerte, para estar a la diestra del Señor.

Murió pobre, pero feliz, porque nunca quiso ser rico. Él tenía la riqueza adentro, en sí mismo; era la riqueza que le saciaba con esplendidez: escribir, dictar clase, enseñar, era su arte, el regocijo espiritual que disfrutaba y compartía y que es deber mío y de mi hijo Francesco y los hijos de mis hijos continuar en esta brega generacional de mantener el apellido ligado al Periodismo, por el sendero de la docencia y la decencia que él nos inculcó.

Mi padre fue un hombre de paz, concordia y tolerancia, cualquiera sea el acontecimiento que ocurra. Pensó y actuó en sintonía perfecta con su conciencia, buscando el equilibrio que asegure el deber ser, el resplandor de la razón, la necesaria armonía y el valor de la justicia.

Y a esta vocación unía una obsesión que proclamaba con tenacidad: la ética periodística. Su saludable obsesión por el tema lo llevó a componer un Código de Ética Periodística que ofreció al Colegio de Periodistas del Perú (CPP), pero sería la Federación de Periodistas del Perú (FPP) la que lo adoptaría. Los periodistas se reunieron en el año 2001 para su XXII Congreso Nacional y acordaron llamarlo Alfredo Vignolo Maldonado, una distinción más de la larga lista de reconocimientos que recibió. Pero el mejor homenaje que le hicieron fue la adopción, repetimos, de su Código de Ética.

El Maestro Vignolo, como lo llamaban, ya no existe. Quienes permanecen en el recuerdo y en el corazón de los que tanto lo quisieron, no han muerto, sólo viven en la cercana lejanía… Pero su ejemplo y su recuerdo lo tienen presente al lado de sus obras y alientan a todas las promociones que egresaron de la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) -donde se graduó como el primer periodista profesional en nuestro país un 27 de diciembre del año 1948- de las cuales hay muchos periodistas quienes ejercen con dignidad, conscientes de ser dueños de una responsabilidad cuyo valor más grande está en el respeto a los principios supremos, a la sociedad y a aquello sin lo cual no puede haber nada bueno: la libertad honrosamente aplicada al escribir o al pronunciar una palabra; como bien decía “La Prensa no es el Cuarto Poder del Estado, sino el Primer Poder de los pueblos libres”.

Quienes nunca olvidaremos al que fue esposo, padre, abuelo, bisabuelo, amigo ejemplar y noble guía, seguiremos el halo de su tránsito, detenido abruptamente con aquella partida imprevista y prematura un 14 de noviembre del año 2007, en nombre propio y de todos los que tanto lo quisieron, depositamos una oración y por qué no, una lágrima varonil como simbólica flor inmarchitable…