Pobre pelota

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Por instinto y entusiasmo por el fútbol, realizo una pausa en el trajín del día y observo un mini partido de pichanga, cinco contra cuatro, con equipos disparejos en su formación: algunos niños, otros adultos, un gordo, un grandulón talla para nada y un mayor “de bastón” que deambula por el área contraria. Completa el equipo una niña de lentes de oficina, la cual domina la redonda mucho mejor que los hombres de campo. Y me pregunto: ¿Este no es el match Perú vs. Bolivia por las Eliminatorias? Los últimos de la fila, programado como en aquellos tripletes en el Estadio Nacional, pero este es el preliminar, por supuesto. ¿Es pura coincidencia? Los remates de los que simulan ser delanteros van hacia las nubes, desplumando palomas del árbol contiguo. La defensa rechaza sin rumbo cierto, con tal de deshacerse de la pobre pelota, que no tiene la culpa de haber atardecido en aquella cancha de sintético su césped. Es el espejo de lo que tenemos: un Perú mermado en su mínima expresión.

   La prensa alineada con el sistema realiza cada día cálculos matemáticos, con el afán de no socavar las pretensiones de los patrocinadores: podemos ganar todos los partidos que quedan en casa (ante Bolivia, Ecuador y Paraguay); además, arrebatar un triunfo en Caracas y, por ahí, obtener otros tres puntos de visita. Sin embargo, la realidad es otra: la pelota es pobre. Somos últimos en la tabla; de doce encuentros jugados, solo hemos ganado uno, empatado cuatro y perdido siete. ¡Tres goles a favor y quince en contra! La estadística es nefasta. Entonces, ¿a estas alturas merecemos ir al Mundial? La verdad es que no. Con jugadores longevos, las mismas caras y sin oportunidad para un plan de desarrollo de nuevos valores por parte de la Federación. Se le puede ganar a los altiplánicos, pero ahí concluye la cena. Venezuela, en su casa, cobra revancha de anteriores eliminatorias y cuenta con hambre de ser partícipe del Mundial de las tres naciones. Y vaya que ellos sí lo ameritan.

   ¿Cuándo cayó el fútbol y el deporte en general en ese hoyo del que de pronto no hay escapatoria? – “¿Por qué no hay entrenadores en el extranjero? ¿Por qué no hay jugadores afuera? ¿Cuántos futbolistas tiene Colombia en el exterior? Quinientos. ¿Cuántos tiene Ecuador? Trescientos. ¿Y nosotros cuántos tenemos? Los podemos contar: cinco, seis y un nacionalizado todavía… Creo que hemos perdido credibilidad, hemos perdido autoridad moral en todos los deportes. No nos sentimos representados porque no hay figuras; no solo es el fútbol, el deporte peruano está de bajada. La credibilidad se ha perdido en el país, desde el gobierno hasta todas las esferas, y cuando un peruano habla así, no, no le hacen caso. La autoridad moral se construye con elementos discretos y pequeños, como la coherencia elemental, que significa hacer lo que uno ha dicho que va a hacer; así se debe retornar a los jugadores profesionales a la cultura del esfuerzo, porque es un imperativo laboral, y respetar a las personas que juegan, porque es un imperativo moral, haciéndoles entender que los derechos y deberes son respetables”.

   “Todo esto no tiene mucha importancia para los inmediatistas, para quienes no saben de procesos, para los que desprecian el futuro, que son muchísimos en este país. Para aquellos que pretenden fortalecer su poder pisoteando los derechos y la dignidad de los que no piensan como ellos. Cuando se está al frente de una organización o un proyecto, es imprescindible administrar un básico sentido de la justicia, y la justicia tiene un solo modo de ser premiada o castigada y ¡es señores, atendiendo a los méritos!. En este país ya no hay meritocracia, no existe… ya no ven al mejor”. Es la contundente y clara respuesta explicativa del profesor Roberto Mosquera (campeón con Sporting Cristal, Juan Aurich, Deportivo Binacional y elegido mejor entrenador en seis años diferentes) en una exquisita charla hace una semana. El cambio real en el deporte nacional tiene que nacer de ti, de los tuyos, para premiar el legado de los Cubillas, de los Chumpitaz, de la generación dorada del voleibol, y atesorar una nueva pelota. ¡Centro al área y tú tienes el balón!