- En el estado de Oaxaca, pobladores de 22 comunidades emprendieron un desafío titánico: revivir un suelo devastado. Dos décadas después, han logrado restaurar, por lo menos, 20,000 hectáreas.
En el paraje Tepejillo, una de tantas lomas de San Juan Bautista Coixtlahuaca, la erosión extrema ha transformado el suelo en rocas desnudas, por lo que es difícil entender que este territorio haya dado vida a un bosque o, más aún, a toda una civilización. “Estos fueron bosques que sostuvieron una ciudad de más de 100 000 habitantes, antes de la llegada de los españoles”, explica Horacio Miguel, presidente de los comuneros de esta localidad de la Mixteca Alta, situada en el noroccidente de Oaxaca, al sur de México.
Horacio Miguel, ingeniero en irrigación por la Universidad de Chapingo, mira incrédulo el horizonte de roca caliza. Trata de imaginar cómo, según han señalado algunas investigaciones, en ese paisaje cuasi lunar se desarrolló el poderoso señorío mixteco de Coixtlahuaca. Para poder albergar una civilización así —explica—, el territorio tuvo que haber contado con suficiente agua, animales, campos fértiles, leña y madera. Un panorama muy diferente al que hoy se tiene: la población actual —unas 2800 personas— enfrenta una dura batalla incluso para disponer de agua. En las zonas altas de la cuenca, los suelos desprovistos de vegetación son incapaces de retener e infiltrar el agua de la lluvia.
Hace casi 20 años, comunidades de esta región decidieron comenzar a recuperar el agua y la fertilidad de su territorio. Su tenacidad empieza a rendir frutos: de entre las piedras cársticas alcanzan a notarse brotes verdes que se confunden con los destellos del sol en ese desierto blanquecino. Es necesario acercarse para constatar que se trata de plantas jóvenes: pinos, encinos, ramones y enebros que fueron plantados ahí apenas en 2021.
“Para plantarlas, primero tuvimos que hacer zanjas para retener el agua. Para eso tuvimos que romper el suelo con maquinaria, porque era pura roca. A veces hasta la máquina se rompía”, recuerda el líder comunero.
La promesa de que esas frágiles plántulas regenerarán un bosque en esas circunstancias tan adversas parecería descabellada, si no fuera porque a unos tres kilómetros de ahí, apenas cruzando la loma, los parajes Narreje y Loma Larga muestran los resultados del trabajo comunitario sostenido por casi 20 años: masas densas de bosques de cinco metros de altura que se extienden de uno y otro lado de la autopista que comunica las ciudades de Puebla y Oaxaca.
Al menos 2000 hectáreas degradadas de la comunidad agraria de San Juan Bautista Coixtlahuaca han sido reforestadas con trabajo comunal desde el año 2000. Esto equivale a casi tres veces la extensión del Bosque de Chapultepec de la Ciudad de México.
Coixtlahuaca no es más que una de las 25 comunidades que forman parte de este milagro en la región y que están articuladas en la Alianza de Comunidades Chocho-Mixtecas. En el territorio que abarca esta alianza son más de 20 000 las hectáreas que han sido recuperadas, una hazaña equivalente a restaurar al menos tres veces la isla de Manhattan en Nueva York, y que muestra el potencial de regeneración cuando una población trabaja por su territorio y no contra él.
El éxito de la regeneración en la región es tanto, que el 17 de junio de 2021 fue seleccionada por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) para ser la sede de las conmemoración del Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía.
“Esto se llenó de chivos”
El señorío de Coixtlahuaca llegó a su fin en 1462, según investigaciones históricas, cuando la ciudad cayó ante la invasión mexica tras una defensa legendaria de su último rey, Atonaltzin. La importancia comercial de la localidad se mantuvo aun después de la conquista española, lo cual se refleja en la construcción del imponente convento de los frailes dominicos en honor a San Juan Bautista, terminado en 1575.
En Coixtlahuaca, al igual que en el resto de la Mixteca y otras partes de México, la ganadería intensiva inaugurada en la colonia española deterioró los territorios que tocó. Pero a diferencia de las reses o las ovejas, que no prosperan en un territorio con vegetación empobrecida, las cabras resultaron ser particularmente devastadoras porque son capaces de alimentarse de las plantas de un paisaje degradado, que a menudo son la última barrera protectora del suelo. Con su fuerza y dentadura, pueden arrancar las plantas de raíz, impidiendo que vuelvan a regenerarse, mientras que con sus agudas pezuñas logran perforar la capa superficial del suelo, exponiéndola a la acción erosiva de la lluvia y el viento.
“A partir de los españoles esto se llenó de chivos y eso devastó”, explica Horacio Miguel, recordando que Coixtlahuaca era un punto de cruce del ganado que iba de Tehuacán hacia la costa y que en el pueblo nunca hubo manejo ordenado.
Así que el verdadero declive ambiental de Coixtlahuaca comenzó con la profundización de la ganadería caprina y su consecuente erradicación de cobertura vegetal.
Desprovistos de las pocas plantas que los protegían, los suelos frágiles de esta región de Oaxaca se han convertido, presionadas por la acción del viento y la lluvia, o en grandes extensiones de caliche o tepetate (piedras) donde apenas crecen especies semidesérticas y muy persistentes, como las cactáceas o árboles como los huizaches.
Después de siglos de tradición pastoril, evitar que los pastores entraran con sus rebaños a las áreas regeneradas fue solo uno de los obstáculos a superar entre la población. “Ya la mayoría acá tiene conciencia de las consecuencias del sobrepastoreo y hasta se suman a las reforestaciones”, asegura Horacio Miguel.
Sin embargo, en la población vecina, San Cristóbal Suchixtlahuaca, el choque de los comuneros regeneradores contra el pastoreo fue tan grande, que el caso de un pastor y su familia que insistían en meter a sus animales a un paraje recién reforestado llegó a los tribunales en 2015 y luego escaló hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que en 2018 falló a favor de la comunidad, estableciendo un precedente legal importante en casos de este tipo en el país.
“Empezamos abajo de cero”
Sea por el sobrepastoreo, las demás actividades extractivas o simple desconocimiento y pobreza, Coixtlahuaca y el resto de la Mixteca llegaron al siglo XX con un territorio erosionado e incapacitado hasta para proveer a sus habitantes los servicios ambientales más básicos, como agua para consumo y tierras para producir alimentos.
Ante la dificultad para sostener la vida, la población fue migrando hacia otros lugares dentro y fuera de México, y sus comunidades se fueron vaciando. Solo niños y ancianos quedaban en esas tierras. “La región fue la primera expulsora de mano de obra del país”, explica Óscar Mejía, gerente de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) en Oaxaca. “Pero ahora —agrega— gracias a estos trabajos, las comunidades tienen nuevamente agua, cultivos, negocios y oportunidades para prosperar y dejar de migrar”.
La consistencia de los nuevos bosques y la organización comunitaria que los ha hecho posibles hacen pensar en los buenos resultados como algo obvio, pero nada en este largo camino ha sido obvio, ni fácil ni rápido.
La larga y sinuosa ruta al éxito de estas comunidades inició desde la década de 1970, cuando la región fue blanco de un esfuerzo masivo de reforestación del gobierno mexicano a través de la entonces llamada Comisión del Papaloapan (CODELPA), hoy desaparecida. La intención de la dependencia era asegurar la captación de agua en las partes altas de la cuenca del río Papaloapan, que abarca parte de los estados de Oaxaca, Veracruz y Puebla.
El esfuerzo fracasó a pesar de las grandes cantidades de dinero público invertido. Un factor clave para que no prosperara fue la selección de especies: privilegiando el rápido crecimiento, en lugar de su adaptación y estabilidad, el programa introdujo especies australianas como el eucalipto y la casuarina, que nunca terminaron de adaptarse y murieron.
Pese a esa historia fallida, los comuneros mantuvieron viva la intención de regenerar su territorio durante la década de 1990 y se aseguraron de aprender de los errores. Empezando el nuevo milenio, aprovecharon la creación de una agencia del Estado mexicano dedicada específicamente a vigilar el cuidado y aprovechamiento forestal (la Conafor, creada por decreto presidencial en 2001) para recibir apoyo público y poner manos a la obra.
La situación en la Mixteca distaba mucho de la que se tenía en las comunidades zapotecas de la Sierra Norte, donde si bien las zonas forestales estaban maltrechas, por décadas de explotación en manos de privados, a fin de cuentas los bosques ahí seguían.
En cambio, en Coixtlahuaca y otros pueblos de la Mixteca, no había nada que cuidar porque simplemente no había vegetación. Tenían que empezar por lo más básico: literalmente picar piedra para poder retener humedad, buscar plantas estratégicas y, poco a poco, generar suelo. Se trataba de hacer en poco tiempo algo que a la naturaleza le había tomado millones de años de trabajo asociativo entre suelos, plantas y agua. “Acá no empezamos de cero, sino abajo de cero”, asegura Horacio Miguel.
Idalia Lázaro, ingeniera forestal que ha asesorado los trabajos en la región por más de una década, enfatiza que las labores realizadas son más por el suelo que por los árboles. “Comúnmente hay más atención donde hay bosques y se hace aprovechamiento forestal. Apenas ahora los gobiernos y otros están entendiendo que no somos reforestadores, sino restauradores”, explica Lázaro.
“A partir de este trabajo —insiste—, creo fervientemente que la restauración, hasta en el peor de los casos, es posible”.
Pinos como nodrizas
En las décadas de trabajo para hacer que la vida volviera a crecer en la Mixteca Alta, los comuneros han encontrado un aliado importante en el pino prieto (Pinus greggii), ya que esta especie ha mostrado su capacidad de crecer, a una velocidad relativamente rápida, en suelos pobres y con altas temperaturas.
Por reforestar con este tipo de pino, las comunidades mixtecas se han convertido en blanco de críticas por parte de quienes les reprochan el uso de una especie no endémica. Y es que no obstante sus ventajas, el pino prieto es originario de los bosques templados del nororiente de México, en especial de los estados de Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí e Hidalgo.
Esto sería un problema menor si México no fuera un país rico en pinos (el país alberga casi la mitad de las 100 especies que hay en el mundo), cada uno de ellos adaptado evolutivamente para sobreponerse a la altura, temperatura, humedad y química del suelo de la gran variedad de ambientes del país. En este contexto, pareciera riesgoso introducir una especie a un territorio al que no está adaptada.
“Es bonito soñar, pero los suelos que quedaron ya están totalmente degradados y por eso no se pueden meter ahora especies que hubo ahí”, explica Bernardo Aguilar, jefe del departamento de restauración y protección de la delegación de Conafor en Oaxaca.
El experto forestal, que ha supervisado el trabajo en distintas comunidades mixtecas durante las últimas dos décadas, recuerda que la insistencia con especies endémicas causaba frustración entre los comuneros, que invertían tiempo y dinero en reforestar sus tierras para luego ver sus esfuerzos perdidos. “El campesino plantaba y sus plantas morían, y de ahí venía el desánimo”, recuerda. “El pino greggii ha funcionado, aunque no sea endémico”.
Los ejemplares de pino prieto plantados hasta ahora, de menos de 20 años de edad, serán incapaces de reproducirse debido a su falta de adaptación a las condiciones locales, según prevé la literatura científica. Pero por ahora, estos pinos cumplen la misión específica de regenerar el suelo, afirma la asesora forestal Idalia Lázaro.
“Sabemos que hay un punto en que no van a crecer y van a morir, pero es una especie nodriza o pionera”, explica Lázaro. “Estas especies pioneras de rápido crecimiento tienen una posibilidad más alta de quedarse, hacer suelo y acompañar a otras especies en su crecimiento”. Para comprobar su punto, la especialista señala los brotes de encinos (Quercus obtusata), ramones (Cercocarpus fothergilloides), enebros (Junniperus flaccida), pedernales (Comarostaphylis polifolia) y otras especies locales que ya comienzan a crecer alrededor de los pinos nodriza.
Junto a los prietos, los comuneros también han plantado cantidades importantes de otra especie que sí es endémica: el pino lacio (Pinnus oaxacana). En general, los pinos son fundamentales como especies pioneras por su rápido crecimiento y adaptación a condiciones difíciles. Esto se percibe, por ejemplo, después de un incendio forestal, cuando los pinos son los primeros en crecer y se convierten en una avanzada vegetal que les permite a otras especies desarrollarse a su lado.
Aprovechamiento, el siguiente reto
“El agua es lo que logró reunir a las comunidades chocholtecas y mixtecas para impulsar estos trabajos”, explica Fortino Islas, expresidente municipal y de bienes comunales de San Cristóbal Suchixtlahuaca, mientras muestra una tubería que conecta un muro de captación de los escurrimientos de la ladera reforestada a uno de los barrios de su comunidad. “Estas peñas dan agua, pero hay que saberlas trabajar”, explica.
Si en un principio las metas de reforestación en la zona eran de 10 o 20 hectáreas al año, ahora alcanzan 200 o 300. Los trabajos de regeneración duran prácticamente todo el año e inician en la época de estiaje con la preparación del terreno con zanjas y trincheras que son cavadas con maquinaria o a mano, calculando minuciosamente el escurrimiento del agua pluvial.
Entre julio y octubre, cuando llegan las lluvias, las jornadas de reforestación se convierten en fiestas populares en las que participa la comunidad invitada por los comuneros, que ofrecen dos comidas al día. Los adultos cavan, mientras los niños se turnan en carreras para acarrear las plantas.
En Suchixtlahuaca, una localidad más pequeña que su vecina Coixtlahuaca, se han logrado reforestar alrededor de 800 hectáreas en las últimas dos décadas, una superficie equivalente a dos veces el Central Park de Nueva York. Y las metas aumentan cada año.
“Somos ambiciosos porque aquí la necesidad es grande y tenemos la mano de todos los comuneros”, explica la asesora forestal Idalia Lázaro.
Superada la urgencia de agua, se vislumbran ya otras posibilidades derivadas de estos trabajos de regeneración. Actividades productivas que den a los habitantes de estas comunidades la oportunidad no sólo de cubrir sus necesidades básicas, sino de hacer un aprovechamiento de recursos que permita detonar industrias sostenibles e ingresos seguros para las familias.