Por Andrea Chirinos C.
Un 16 de octubre me di cuenta de 3 cosas importantes: me había quedado sin plata, había perdido un par de medias y tenía muchas ganas de una causa limeña.
El tema de la plata no era del todo cierto, aún tenía algunos dólares en ese estuche viajero que mi madre siempre empaca cuando salgo de viaje por un tiempo razonable. Aún así, era un hecho infalible que el control sobre mi dinero era escaso.
Por otro lado, las medias que había lavado la semana pasada estaban percudidas, lo que significaba dos cosas: que no sabía lavar medias y debía aprender con suma urgencia antes de salir corriendo a comprar más medias; y que la norma que había puesto el dueño de la casa sobre no andar con zapatos, no estaba funcionado.
Cabe mencionar que los primeros días él me había propuesto comprarme un par de pantuflas. Oferta que rechacé sin pensarlo dos veces pues me parecía un poco más que un acto de amabilidad.
Salí de ese apartamento con una sola conclusión: el tipo pensaba que era mi padre.
Pero esa es otra historia.
La tercera afirmación que había puesto sobre la mesa era lo mucho que deseaba comer una causa limeña. Así de simple y sin titubeos, estaba con un pie dentro de mi cuarto y otro en el primer restaurante peruano que encontrará en calles bogotanas.
Octubre se acabó con altos y bajos, y entre muchos ajustes, la norma de no usar zapatos en casa fue descartada sin siquiera hacer la consulta.
El yoga matutino fue reemplazado por largas horas de sueño y con este, un desorden del que no podría salir hasta diciembre, o quizás un poco después.
Otra regla de casa era que todo lo que estaba en la cocina era para todos y poco a poco, mientras agarraba confianza, fui acostumbrándome a comer de todo cuánto había y a todas horas. ¿Resultado? Ansiedad pura.
Un 29 de octubre, mi compañero de piso tocó la puerta de mi cuarto. Yo andaba ordenando las escenas de mi guion en posts its y me agarró en un momento de mucha productividad junta. Claro, era razonable después de días de haber estado mirando el techo, estancada en el segundo acto.
Me regreso a Barranquilla – me dijo José – tengo que dejar el apartamento en unos días.