La contienda electoral para el Congreso ha devenido en una carrera contrarreloj, contra natura, y contra… por si acaso… Las mentadas de madre, el show mediático y las estratagemas baratas son ahora el pan de cada día. Y es que con escasos 12 días de campaña por delante, solo queda regalar jabones, hacerte la víctima cuando te dicen que no te bañas, hacer apología a la masturbación, decir que el sexo anal provoca embarazos y abandonar una entrevista televisiva en vivo para que los caviares te aplaudan.
Seguramente que en las próximas horas también veremos a algún candidato corriendo calato por la Plaza de Armas, a otro prometiendo matrimonios masivos de personas del mismo sexo en la catedral, y a otro regalándole un manual de funciones al presidente Vizcarra para que, finalmente, sepa qué es gobernar un país y empiece a trabajar. Aunque pensándolo bien, este regalito -a diferencia del jabón que le regalaron a un candidato el otro día- sí sería de suma utilidad.
La cuenta regresiva es inexorable y como diría un célebre relator de fútbol «No hay tiempo para más». Por lo tanto «los gurús y magos criollos» del marketing político, en su desesperación por ganarle tiempo al tiempo, sacan de su chistera sapos, culebras y alimañas. Proponen movidas disruptivas, casi kamikazes. Y no les queda otra. A ese extremo bajo y miserable los ha llevado un proceso electoral tan corto. ¿o no Martincito?
No sorprende pues ver lo que estamos viendo, puro show y circo mediático, cero propuestas de fondo. Cero propuestas para reinventar el Congreso peruano. Cero propuestas para construir la imagen de congresistas respetables. Cero propuestas contundentes de cara al bicentenario. 12 días de campaña no son nada.
Lamentablemente no hay tiempo para más, son los efectos de una elección improvisada en la que, seguramente tendré que improvisar mi voto porque hasta este momento en que escribo estas líneas, no me convencen ni el jabón de un candidato victimizado, ni la masturbación de la Bartra.
Los sufridos electores peruanos estamos más turbados que nunca.
Carlos Raúl Paredes