Más allá de Netflix: la pasión de Marie Curie contada por Rosa Montero

La película la dirige Marjane Satrapi, la autora de la famosísima novela gráfica Persépolis.

Madame Curie, la película de Netflix sobre la científica y su marido Pierre, compañero de investigaciones y amor.

Ahora, Satrapi se mete con una mujer en la historia de la ciencia. Para bien y para mal, Curie descubrió el radio. Como dice la española Rosa Montero: «esa propiedad aterradora de la Naturaleza, fulgurantes rayos sobrehumanos que curan y que matan, que achicharran tumores cancerosos en la radioterapia o calcinan cuerpos tras una deflagración atómica».

Y hablo de Rosa Montero para hablar de Curie porque ella publicó, en 2013, La ridícula idea de no volver a verte, un libro raro que trata de Curie y habla de ella misma. ¿Por qué? Porque las dos enviudaron de maridos jóvenes. El de Curie tenía 47 años; el de Rosa Montero, 58.

No se le ocurrió sola: su editora, que sabía por lo que estaba pasando, le propuso que hiciera un prólogo del diario de Marie Curie. «Poco más de una veintena de páginas redactadas a lo largo de doce meses después de la muerte de su marido», cuenta Montero.

Sí, justo ella, que estaba en la misma. «He pensado en tí porque refleja con una crudeza descarnada el duelo por la pérdida de su marido», le dice. El dedo en la llaga, sí.

«Veo a esta mujer, que es un genio y que, salvando esa inmensa distancia entre nosotras, está cerca de mí», le contó Montero a Clarín cuando salió el libro. Con ese material, la escritora hizo algo que dijimos que era raro: un poco novela, un poco su propia experiencia, un poco la vida de Curie, un poco reflexiones.

«No te recuperas nunca, ese es el error: uno no se recupera, uno se reinventa”, escribe Montero. Y habla de las dos.

«Eso es lo que hizo Marie Curie cuando le trajeron el cadáver de Pierre: encerrarse en el mutismo, en el silencio, en una aparente, pétrea frialdad. Llevaban once años de casados y tenían dos hijas, la menor de catorce meses. Pierre había salido esa mañana como siempre camino del trabajo, tuvo una comida con colegas y, al volver del laboratorio, resbaló y cayó delante de un pesado carro de transporte de mercancías. Los caballos lo sortearon, pero una rueda trasera le reventó el cráneo y falleció en el acto». Era abril de 1906.

Pablo Lizano, el compañero de Rosa Montero, murió de cáncer. Era mayo de 2009.

«Después de la muerte de Pablo me descubrí durante semanas pensando: ‘A ver si deja ya de hacer el tonto y regresa de una vez’, como si su ausencia fuera una broma que me estuviera gastando para fastidiarme, como a veces hacía», señaló Montero.

¿Llorar para siempre? La vida es tenaz, bella, poderosa, insiste la española. Pero «la pena también sigue su curso. Y eso es lo que nuestra sociedad no maneja bien: enseguida escondemos o prohibimos tácitamente el sufrimiento».

Zambullirse en el dolor

Entonces, Montero se mete de cabeza con la pena. En su libro, recorre el diario de Curie, lo va compartiendo. Lo va comentando. Y a la vez se mira, se muestra y descorre el velo de ese dolor, lucha contra su propio pudor.

Como una amiga que cuenta, Montero nos va contando la vida de Marie Curie desde que era una joven polaca que se llamaba Marya Sklodowska y que llegó con sus sueños a París.

Nos cuenta de Pierre, de las investigaciones, de cómo abrirse paso a los codazos siendo mujer. Nos cuenta de su amante, Paul Langevin.

Ese romance saltó a la prensa en 1911: la acusaron de «comehombres» y de destrozar familias. Tiraron piedras contra sus ventanas. Inventaron que la relación había empezado en vida de Pierre que, por eso, él se había matado. Le dijeron cuándo no «extranjera».

Por esos días le llegó un telegrama anunciado que había ganado el Premio Nobel de Química (ya había ganado antes del de Física) y nadie prestó atención a ese detalle.

Y finalmente, la Fundación Nobel le pidió que no fuera a recibir el Premio. Ahí Curie se ofendió: «La acción que usted me recomienda sería un grave error de mi parte», les contestó. Que lo científico no se mezclaba con la vida privada, les dijo. Y fue a Suecia a buscar su Nobel, claro.

Es un lujo tener a Montero contándonos ese cuento, esa vida, analizando la cabeza, los miedos, la familia de Curie, cruzando esas ideas con la propia vida e interpelándonos.

El Nobel (de Curie), las novelas (de Montero), la actuación heroica de Curie en la Primera Guerra Mundial.

Y ese amor por el radio que, claro, la terminó matando.

Todo susurrado, cruzado con fotos y con hashtags, con buena escritura.