Luchando por sobrevivir en la Villa Panamericana

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Ricardo Sánchez Serra

A pesar de mis cuidados, colocándome doble mascarilla, guardando distancia, saliendo muy poco a la calle, me contaminé con el virus chino.

Me picaba la garganta y empezó una incesante tos con bastante flema. Gracias a un experimentado médico como Juan José Fajardo, que me recomendó algunos medicamentos y me sugirió llamara al teléfono 107, contestando amablemente una médico.

Me atendieron en forma diligente -sin identificarme como periodista- y, asimismo, y me sacaron cita para una prueba de detección del covid-19, en un lugar que escogí -lo que me parecía más cercano a mi casa-, el polideportivo Rosa Toro.

Acudí a la cita diez minutos antes de la hora convenida, me atendieron cortésmente y de inmediato me hicieron la prueba de antígenos, saliendo positivo.

De acuerdo a sus indicaciones nuevamente llamé al 107 y me orientaron. Podía guardar cuarentena en casa -monitoreándome por teléfono- o acudir a la Villa EsSalud Panamericana o al Hospital Rebagliati.

Elegí la Villa, pues en la casa familiar vivían personas de más de 80 años y de toda edad. Me volvieron a llamar diciéndome que me esperaban en la Villa hasta las diez de la noche.

Tomé un taxi y el conductor me botó a la mitad del camino, a pesar que sabía el destino. Tuvo miedo seguro. No lo culpo.

Buena atención

Llegué, me hicieron el triaje correspondiente y me asignaron a un departamento en la Torre Tres, en donde había tres cuartos individuales, baños y una salita con televisión. Dicho sea de paso, la conexión de Internet en la zona es muy baja.

Nos asistían los técnicos y enfermeras de EsSalud cada cuatro horas, para ver la saturación de oxígeno, medir la temperatura y la presión arterial. Me sacaron sangre y me llevaron a realizar una tomografía al pulmón. Los médicos nos visitaban por reloj en la mañana y la noche y nos recetaban los medicamentos necesarios.

Entre mis pertenencias llevé la Ivermectina, vitaminas y remedios recomendados con anterioridad, pues también confiaba en ellos. E, igualmente, los medicamentos para enfermedades preexistentes.

Tanto las enfermeras como los médicos me preguntaron si me había vacunado, les dije que dos veces (estaba esperando el tiempo autorizado para la tercera dosis). Se alegraron y me indicaron que ello salvó mi vida. Yo también estaba convencido de ello.

Debo, de todo corazón, felicitarlos y agradecerles su atención. Son la primera línea de defensa contra el virus chino.

A veces algunos se quejan de las dietas de los hospitales, pero en la Villa nos daban de desayuno avena y dos panes, uno con huevo y otro con queso. En el almuerzo y cena, pollo, pavo, pavita o pescado con arroz y vegetales, sopa de pollo o verduras y fruta.

Las dietas van de acuerdo si uno tiene presión alta, diabetes, alergias, etc.

Pasé Navidad y Año Nuevo en la Villa. Extrañaba mucho a mi familia y agradezco los consejos, apoyo y rezos de familiares y amigos. Me dieron de alta luego de 14 días de permanencia, previa evaluación.

Nadie entra y sale a pie de la Villa, tiene que ser en auto. Se debe llevar útiles de aseo y ropa para esa cantidad de días. Uno puede lavar su ropa allí. Si uno se olvida de algo, permiten que te traigan lo faltante a modo de encomienda.

Un día antes de la salida, debe llenar un formulario con el nombre de la persona que te recoge, su DNI, marca y placa del auto. La salida se realiza entre las 8 de la mañana y 1 de la tarde.

La nota infausta la puso un gerente zoquete, que se le ocurrió atrasar la salida de los que estábamos ya en alta, porque visitaba la Villa el ministro de Salud con el presidente de EsSalud, que observaban la disponibilidad de camas. Ante las protestas, el gerente tuvo que dar marcha atrás.

Cuando ingresé, además, entraban unas 30 personas diariamente. Pocos días antes que saliera, ingresaban 500 cada día. Se había iniciado la tercera ola y estaban habilitando otras torres de la Villa.

Renuevo mi agradecimiento a Dios y a los que me atendieron, por darme la posibilidad de seguir viviendo.

Publicado en el diario La Razón, el 11 de enero de 2022