El pasado 29 de julio ocurrió un hecho que puede pasar fácilmente desapercibido al ubicarse en medio del tenso clima político que está viviendo nuestro país producto de la propuesta presentada por el presidente Martín Vizcarra acerca de un posible adelanto de elecciones al año 2020. Es un país dividido. No lo dice Zavalita, no lo dice Nuevo Perú o Fuerza Popular: lo dicen las calles. Sin duda, la clase política siempre será cuestionada por la población y, aunque la medida de Vizcarra pudiera parecer un recurso populista, ilusiona a miles de peruanos acerca de un posible cambio que esperaban hace mucho tiempo.
Acá es donde me detengo y hago una pregunta al lector: ¿Qué queremos cambiar? Muchos no lo dudarían, y es que sustituir a los congresistas pareciera tan necesario como cepillarse los dientes. Pero en el Perú, como en muchos países de Latinoamérica, no todos son “higiénicos”. No todos se cepillan los dientes a sus horas. Algunos porque están “sucios” y otros porque no tienen el cepillo adecuado o simplemente no tienen cepillo. Con esto, quiero recordar al lector que sus necesidades no son las mismas que las del vecino. Recordar, que la oposición es tan fuerte como la pobreza, tan dañina como la mediocridad.
Tenemos que ser objetivos; para poder pensar mejor en los problemas directos del país tendríamos que lograr una estabilidad política (estabilidad que hoy suena utópica) y es por esto que las reformas planteadas por el jefe de Estado resultan atractivas. Sin embargo, me parece importante recordar nuestra verdadera meta y compromiso social cada vez que se pueda.
Es entonces, donde volvemos al 29 de julio, donde repito, ocurrió un hecho que probablemente no se encontraría ni en los diez primeros temas de conversación de una mayoría peruana, pero creo tan importante reivindicarlo que le brindo un espacio en esta columna. La transmisión de la película peruana Wiñaypacha por TV Perú era necesaria tanto por razones que apoyan la cultura como por el alimento a la crítica social.
No escribo pues, de una película llevada a las salas con fines comerciales, pensando en simplemente extraer al espectador de su contexto. En realidad, escribo de la ópera prima del director Óscar Catacora, donde se nos escupe la realidad en nuestros rostros, a través de una pareja de ancianos, cuyos nombres son Willka y Phaxsi, que viven abandonados en un lugar lejano de los Andes del Perú donde, desde la ilusión a la decepción (análogo a los ciudadanos peruanos), esperan a un hijo que nunca llega. Un hijo que eligió la ciudad sobre sus costumbres y nos recuerda a esas tramas del cine de Yazojiru Ozu. Otro dato interesante en esta película es que sus protagonistas hablan su lengua nativa, el aymara, lo que genera una riqueza cultural aún mayor al largometraje.
Como notamos, la inclusión de una cinta independiente como Wiñaypacha en el canal del Estado ya de por sí sería un logro para el cine peruano y, en líneas generales, para la cultura de nuestro país. Y es que este podría ser el inicio para que pronto más películas independientes reciban el apoyo necesario para que el espectador peruano pueda llegar a ellos teniendo así nuevas propuestas audiovisuales. Pero, por ese lado, aún estamos en pañales. Así que, es temprano aún hablar de una revolución del cine peruano, aunque me duela.
Quiero poner la balanza a favor de la importancia social que tendría Wiñaypacha en el ciudadano peruano. Wiñaypacha es recordar que hay un Perú que no opina acerca de las recientes reformas planteadas al Congreso. Wiñaypacha es pensar en la población abandonada, aquella que no solo encontramos en los conos de Lima. Hay un Perú que existe solo cuando se le pone en portadas de los periódicos. Hay provincias, hay ashaninkas, hay padres abandonados por sus hijos. El primer largometraje de Óscar Catacora no es nada sutil. Como el neorrealismo italiano, te muestra la realidad con toda su crudeza. No te da finales bonitos, porque las visiones de estos directores responden más a Rohmer que a Pasolini. La labor social y/o política del arte es otro tema de discusión, pero no cabe duda que luego de ver una película trágica como Wiñaypacha genera de una u otra manera concientización.
No quiero entrar en detalles del argumento pues considero que aún hay muchas personas que no han visto la película, además de que me parece algo estúpido contar con palabras lo que es tan bella y paulatinamente contado en imágenes. Por ahora, si el lector no ha visto el largometraje de Óscar Catacora tiene que pensar en el neorrealismo italiano y películas como Ladri di biciclette para hacerse una idea. Con esto, respondo acerca de la importancia de Wiñaypacha en la programación de TV Perú. A primera vista, podría parecer superficial, pero estoy seguro que, aunque sea diez personas han visto esa película y lo primero que pensaron es por qué las cosas están así, otros cinco quizá ahora son parte del voluntariado. Y así podríamos seguir con datos subjetivos y ficticios, pero estoy seguro que entienden lo que quiero decir.
Wiñaypacha es entonces, un recuerdo al Perú que se olvidó y que, hasta los mismos defensores de la equidad parecieran soslayar, sea por un inconsciente incapaz de aceptar tanto dolor humano o simplemente porque nos gana la flojera peruana luego de comentar en Facebook que cierren el Congreso. Tenemos que pensar en la estabilidad política, es cierto, pero nunca debemos olvidar por lo que luchamos. Esperemos pues, que personajes como Phaxsi muestren una sonrisa en medio de tanta indiferencia. Sonrisa que en la película nunca apareció.
Dael Paiva