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Ricardo Sánchez Serra*
En una decisión trasnochada, simplona, con una total falta de análisis, el Gobierno reestableció relaciones diplomáticas con la denominado República Árabe Saharaui Democrática, un ente que se encuentra dentro del territorio de Argelia.
Lo penoso es que el canciller Óscar Maúrtua se ha prestado para una decisión ideológica empujada por los partidos radicales marxistas, Vladimir Cerrón y presiones del Foro de Sao Paulo. No es pues, una decisión soberana del Perú, como el ministro repitió airadamente en la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso.
Además, el ministro señaló que no fue un decisión abrupta ni política, porque había cartas en la Cancillería de políticos de diversas tendencias. Pero, el ministro confunde espacio-tiempo, son cartas antiguas y en contexto diferente, en realidad internacional diferente.
El Gobierno se aferra a situaciones de la Guerra Fría, a conceptos de la época de los ´60-´70, en solidaridades anticolonialistas de esa fase, totalmente superada y que solo por un interés ideológico se reconocía, violando incluso el derecho internacional, a la RASD. Un Estado ficticio, fundado en los campamentos de Tinduf, en Argelia, que no tiene las formalidades para ser Estado de pleno derecho como territorio, población y autoridades.
La RASD, reitero, se encuentra dentro de Argelia, con una población secuestrada, no censada -como pide la ONU- con dirigentes acusados de crímenes y genocidio. Argelia es su titiritero, que solo le interesa trasgredir la integridad territorial de Marruecos, para lograr su anhelada salida al Atlántico.
Maúrtua ante los legisladores les dice “que se arreglen ellos”, sin embargo, se entromete reconociendo a la RASD y yendo en contra de la tesis de neutralidad positiva que pide la ONU.
Asimismo, y debo resaltar, el Perú ha sido ingrato con Marruecos, no solo como país amigo, sino que ha propósito olvida un hecho tan caro -y poco conocido- para la diplomacia peruana en el diferendo marítimo con Chile y fue la actuación del juez marroquí, Mohamed Bennouna, de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, cuya pregunta definió el litigio marítimo a favor del Perú. El equipo técnico peruano en La Haya, lo sabe -que presidieron José Antonio García Belaunde y Allan Wagner- y fue el resultado del apoyo de la Cancillería marroquí.
Y no me digan que no lo sabía el canciller Óscar Maúrtua. No le importó más que servir al presidente. Se utilizó a un país amigo, que cumplió como aliado. Como afirmó Gabriel García Márquez: “La ingratitud humana no tiene límites”.
Otra cosa en que se equivoca el canciller Maúrtua para “salvar su pellejo” en el Congreso, es que no pasará nada con las relaciones con Marruecos. ¿Será nigromante?
No conocemos cuál será la actitud o respuesta de Marruecos con este error de la diplomacia peruana que lo perjudica, igualmente, en su integridad territorial.
El daño se lo ha hecho el propio Perú, cuando solicite los votos -y se los nieguen- de los países árabe y la mayoría de naciones africanas, para conformar una comisión de la ONU.
Mario Vargas Llosa escribía en el “Sueño del Celta”: “Suspiró, abrumado por los niveles de imbecilidad que padecía el mundo”.
*Analista internacional
Publicado en diario digital GUIK