La improvisación de aventureros políticos destrozan al país

La improvisación política ha llevado al país a una crisis sin precedentes. Desde la sucesión de Dina Boluarte en diciembre de 2022, la falta de visión y la corrupción han profundizado la brecha social y económica. Con la pobreza en aumento y el entorno político desmoronándose, es urgente exigir responsabilidades antes de que sea demasiado tarde.

Por: Alejandro Marco Aurelio Capcha Hidalgo
Periodista: Reg.: N°. -4654-


Lo que se vaticinó, desde que asumió Dina Boluarte a la presidencia por sucesión constitucional por el fallido golpe de Estado del entonces ex presidente, Pedro Castillo, y por criterio común lo que conocemos la realidad peruana nos expresamos en diversos idiomas la escabrosa emergencia inesperada de  Boluarte a la presidencia de la república en diciembre del 2022, constituía para su gobierno un desafío de decencia, translúcidas e impoluta,  donde el recuento de aparentes éxitos, avances y mejoras no tenían cabida y menos espacio.

Ya era conocida la enorme brecha social reabierta a consecuencia de tropezones padecidos por nuestra economía desde los tiempos de Ollanta Humala Tasso, cuando por primera vez, en la voz de los entonces ministros Alonso Segura y Pedro Cateriano se reconoció oficialmente que lo económico y lo político no eran cuerdas separadas, asimismo el inicio de la crisis de institucionalidad bajo la administración de Pedro Pablo Kuczynski sin mayoría parlamentaria enfrentando una incapaz y desmañada oposición de Keiko Fujimori cuya contundente bancada de 73 congresistas que se disgregó en los pleitos con su hermano, el también legislador Kenji Fujimori.

La desgracia mayor fue la náusea repugnante trascendental e histórico que nos propinó la transición constitucional del poder hacia Martín Vizcarra Cornejo tras la renuncia de PPK. Un demagogo sin escrúpulos, fariseo, melindroso, y afiatado en el esquema inequívoco de un caradura de esencia natural, cuya gestión gubernamental paralizó al país en producción y productividad, y apenas logramos sostenernos por los fundamentos macroeconómicos. Me refiero puntualmente de la etapa pre pandemia COVID-19.

En diciembre de 2019, en el diario Gestión, se publicó que una misión del FMI concluía que el gobierno de Vizcarra contribuyó a frenar el crecimiento, no sólo por la baja ejecución presupuestal sino también debido a las zancadillas impuestas a la minería, concretamente al proyecto Tía María que –como se recuerda– se detuvo en base a un contubernio entre el corrupto ex gobernador de Arequipa, Elmer Cáceres Llica, condenado a 7 años de prisión,  y el mismo jefe del estado, a su vez imputado de varios delitos.

Es inevitable dejar de hablar del ágrafo, ignaro de Pedro Castillo su paso por la casa de Pizarro y sus rémoras del pandillaje rojos progres, bajo el auspicio grosero de la izquierda peruana y la prensa activista mermelera. Otro salto al vacío. Luego de ello y a la luz de tanta confusión, Boluarte solo tenía la opción de contarle la verdad al pueblo

Pero no. La novicia y bisoña y básica mandataria que tenemos se infló de un optimismo nada realista y ahora recibe la cachetada del incremento de la pobreza monetaria. Además, propició que su hermanito Nicanor tome aires de gran líder político siendo un pelele por los cuatro costados.

Lamentablemente para desgracia del país y engrosar su CV de inmaculados prontuariados ambos incurrieron en bribonadas de avaricia, petulancia, vanidad y dudosa planificación de sus destinos para terminar como están acabando; acosados por otro grupo de poder enquistado y ramificado sin misericordia en el Ministerio Público, o fiscalía y a punto de hacer evidente, el triste augurio de la presidente Dina Boluarte y compañía.