La importancia de conmemorar el Día de la Familia

Por: Giuliana Caccia

El 22 de septiembre de 1982, el presidente Fernando Belaunde Terry promulgó la Ley 24366 que decretaba que, a partir de entonces, cada segundo domingo de septiembre se celebraría en el Perú el “Día de la Familia”. Esta Ley vio la luz cuando eran presidente del Senado Sandro Mariátegui y el presidente de la Cámara de Diputados, Valentín Paniagua.

Hoy se cumplen exactamente 40 años de la promulgación de esta Ley que en ese entonces no solo no tuvo mayores detractores, sino que fue, por decirlo de algún modo, hasta “lógica”. ¿A quién se le podía ocurrir en 1982 decir que la familia no era importante? Hace 40 años podría haber divergencias ideológicas a nivel político entre los distintos actores que ocupaban cargos de poder en el Perú, pero no era tema de agenda poner a discusión si los padres tienen o no derecho de educar a sus hijos, si son aptos para formarlos en sexualidad, si es que debería haber “matrimonio igualitario”, si lo que hay en el vientre materno es un niño por nacer, si tenemos derecho a matarlo, o si es que hay que redefinir la masculinidad de los hombres. Hoy, desafortunadamente, estos temas —entre otros— abundan en nuestra agenda legislativa. En 1982 destacar la importancia de la familia a través de una Ley fue un asunto de sentido común que expresó en términos jurídicos una realidad para todos evidente: la familia es esencial en la vida social y cultural de la nación.

Sin embargo, luego de cuatro décadas desde su promulgación, podemos decir que la ley 24366 fue visionaria. Tan solo 12 años después, entre el 5 y el 13 de septiembre de 1994, se llevó a cabo la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo de la ONU en la ciudad del Cairo. En esa reunión se adoptó, de manera totalitaria, una estrategia para, como los informes oficiales mencionan, “estabilizar” el crecimiento de la población mundial con gran énfasis en las políticas de salud sexual y reproductiva. [1] Luego, un año más tarde, en septiembre de 1995, se desarrolló la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing en donde 189 países adoptaron de forma unánime la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing. Como se describe en la misma página de la ONU Mujer, esta declaración “constituye un programa en favor del empoderamiento de la mujer y en su elaboración se tuvo en cuenta el documento clave de política mundial sobre igualdad de género”. [2] Luego de casi 30 años de la realización de estas conferencias, podemos decir con toda certeza que ambas sentaron las bases para fortalecer las corrientes ideológicas antivida y antifamilia que hoy pretenden volverse hegemónicas también en nuestro país. Con el cuento del género y de los derechos sexuales y reproductivos, el Cairo y Beijing fueron la cuna de la agenda progresista que hoy enarbola la bandera multicolor.

En el 2015 se dio otro paso firme en esa ruta hacia la destrucción de la familia cuando la Organización de Naciones Unidas adoptó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible que tiene 17 objetivos y 169 metas, todas con una línea transversal muy clara que busca delinear el perfil del “ciudadano global”, sin identidad y sin arraigo en su nación, en sus tradiciones, en sus valores y, lo que es más grave aún, en su familia. Lo más triste de todo esto es que se ha llegado al punto de instaurar en muchos países el “derecho” de matar al ciudadano más inocente y con mayor potencial en la sociedad que es el niño por nacer. Además, se ha convencido a muchas mujeres, sobre todo jovencitas, que normalmente habrían encontrado en la maternidad una oportunidad maravillosa para dar y recibir más amor, que los hijos son una plaga, una cadena y una cárcel en la que sucumbirán sus sueños de mujeres empoderadas y exitosas.

Billones de dólares, que podrían ser destinados a combatir males reales como el hambre, la cura de enfermedades y la falta de educación, son invertidos sin mayor cuestionamiento ético en que el aborto y el infanticidio sean despenalizados en el mundo entero. Recientemente, como si se tratara de un recetario de repostería, la Organización Mundial de la Salud ha publicado las Directrices sobre la atención para el aborto[3]. Leerlo genera una sensación, por decir lo menos, espeluznante.

Obviamente, nuestro país, está en la mira de estos grandes organismos y de las ONGs locales para que todos estos males que buscan la destrucción de nuestros valores y de nuestra familia se vuelvan obligatorios para todos, violando derechos humanos tan esenciales como a la vida, la libertad religiosa, la libertad de pensamiento, la libertad de educar a nuestros hijos en nuestros valores, entre otros tantos. Gracias a Dios, por múltiples factores que hoy no desarrollaremos, el Perú es el país que ha resistido con mayor fuerza en la región a la imposición de estas agendas de muerte. Todo esto a pesar de la presión que ejercen estos organismos sobre distintos ámbitos políticos del país, condicionando inclusive ayudas humanitarias a la implementación de políticas públicas progresistas que vulneran descaradamente nuestra Constitución y nuestra soberanía.

Lo que he descrito de forma muy resumida no hace sino poner en evidencia la necesidad, hoy más que nunca, de conmemorar el Día de la Familia.  La mira de grandes poderes económicos está puesta en la desintegración de esta institución natural. ¿Por qué? Pues porque la familia constituye la barricada más poderosa que existe contra el adoctrinamiento de nuestros niños y contra la imposición de agendas que con slogans del tipo “hambre cero” e “igualdad”, buscan la muerte de los niños por nacer y la agudización del conflicto entre el hombre y la mujer.

Y hoy no solo hay que decir: ¡Qué viva la familia! También es imprescindible profundizar y entender por qué la familia es importante. Pero no solo para expresarlo como un comentario de café sino para saber transmitirlo a nuestros hijos y nietos; y para, más importante aún, vivirlo cotidianamente con total consciencia y propósito, siendo un ejemplo para los nuestros y para los demás.

La primera idea que se puede venir a la cabeza de la mayoría de las personas para responder a la pregunta “¿por qué la familia es importante?” es una frase que tal vez hoy suena a cliché: la familia es la célula básica de la sociedad. Pero si hacemos un ejercicio de análisis sobre este concepto no solo se encontrarían argumentos sólidos que sustentarían que esta frase no es un “cliché” sino que descubriríamos que hoy, más que una célula, me atrevería a decir que la familia es el alma de una sociedad. Porque una célula, manteniendo un parangón con lo biológico y exceptuando a las neuronas, puede morir sin que su muerte produzca ningún cambio relevante ni perceptible en el cuerpo. Sin embargo, si hoy una sola familia se rompe o desaparece no solo es una gran pérdida por su valor intrínseco como una entidad original y única, distinta a otras, sino que se pierde un bastión imprescindible en esta batalla cultural y espiritual en la que cada una de las familias es vital para que proteja y transmita las tradiciones y los valores positivos que sustentan el bienestar de una comunidad y de cada uno de sus ciudadanos. Valores y tradiciones que hoy, como hemos visto, son constantemente amenazados por personas, instituciones, empresas y organismos que tienen como misión principal imponer una nueva antropología, es decir, una nueva manera de entendernos como personas, como seres humanos, en la que la característica principal debe ser la fluidez de la identidad en todas sus expresiones, desde la biológica hasta la nacional. ¿Cómo educamos personas fuertes y con carácter si su base identitaria es fluida? ¿Cómo nos desarrollamos como seres humanos íntegros si la premisa básica que nos sostiene es precisamente la desintegración?

Es por esto por lo que digo que la familia es más que una célula: es el alma de la sociedad. Porque cada vez que una familia busca ser debilitada o desintegrada, o cada vez que un niño nace o crece sin el amor de una familia, la sociedad va perdiendo su esencia, su núcleo, su capacidad de transcender en favor de las siguientes generaciones. Debilitar a la familia es sofocar el alma de nuestra civilización. Visto desde el ángulo opuesto y positivo, defender y promover a la familia es defender el presente y el futuro de nuestra nación. Que una sola familia, solo una, logre preservar y transmitir los valores trascendentes y cívicos, es una inyección de vida para salvar el cuerpo social completo y mantener vigentes precisamente esos valores y tradiciones que se requieren para desarrollarnos como una sociedad sana y que brinde los ingredientes mínimos para que un niño pueda crecer para convertirse luego en ciudadano de bien que contribuya propositivamente en la construcción de un mundo mejor.

A cada uno de nosotros nos toca convertir a nuestra familia en esa especie de arca de Noé que debe afrontar este diluvio, que hoy no es climático sino cultural. No es exagerado decir que el futuro que queramos construir depende en buena parte del presente de nuestra familia. Nuestra familia es nuestra. No es del Estado. Amémosla y con ese amor dedicado a cada uno de nuestros seres queridos contribuyamos a construir un Perú más grande para todos los peruanos, incluidos los peruanitos en la barriga de su mamá.  ¡Feliz día, Familia!


[1] https://www.un.org/en/development/desa/population/publications/ICPD_programme_of_action_es.pdf

[2] https://www.unwomen.org/es/how-we-work/intergovernmental-support/world-conferences-on-women

[3] https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/352351/9789240045767-spa.pdf