Ricardo Sánchez Serra*
Ya se ha anunciado la fecha para el próximo cónclave, donde se elegirá al nuevo sucesor de Pedro: será el 7 de mayo. Este evento, envuelto en misterio y solemnidad, reunirá a 135 cardenales electores, todos menores de 80 años, en la histórica Capilla Sixtina. Desde su juramento de silencio hasta la icónica fumata blanca, el cónclave sigue siendo un proceso profundamente espiritual que, como creyentes, confiamos está guiado por el Espíritu Santo, tal como se nos recuerda en las Escrituras: «Yo les daré pastores según mi corazón, que los guiarán con sabiduría y entendimiento» (Jeremías 3:15).
La elección del nuevo Papa es objeto de especulación constante. Algunos medios y “expertos” intentan adivinar cómo se desarrollará el proceso. Incluso la industria cinematográfica ha buscado dramatizar el cónclave con títulos como Cónclave, Habemus Papam y Ángeles y Demonios, que distorsionan profundamente la verdad, pintando imágenes lejanas a la realidad de la Iglesia.
Gran parte de la atención mediática gira en torno al legado del Papa Francisco, quien, durante sus 12 años de papado, ha nombrado 164 cardenales, de los cuales aproximadamente 104 serán parte del cónclave. Por ello, algunos predicen que ha asegurado su sucesión doctrinal y política, mientras otros especulan sobre una supuesta «batalla» entre cardenales conservadores, progresistas y centristas. Sin embargo, estas ideas son reflejo de un pensamiento terrenal, olvidando que, en esos momentos, los cardenales invocan la guía divina, conforme a la promesa de Jesús: «Cuando venga el Espíritu de verdad, Él los guiará a toda la verdad» (Juan 16:13).
Los observadores externos y ciertos sectores mediáticos tienden a centrarse en los nombres de posibles candidatos considerados “papables”, destacando su perfil doctrinal, carisma o posición dentro del Colegio Cardenalicio. Este tipo de debates, aunque naturales desde una perspectiva humana, no representan la verdadera esencia del cónclave. El adagio popular, ‘quien entra Papa, sale cardenal’, refleja la imprevisibilidad de este proceso, que está profundamente enraizado en la fe y guiado por el Espíritu Santo. En lugar de simples cálculos terrenales, es la voluntad divina la que prevalece en estos momentos trascendentales.
Los comentarios alarmistas sobre posibles cismas, conflictos o desviaciones doctrinales son opiniones personales o intentos de buscar notoriedad. Estos temores están muy alejados de la espiritualidad del cónclave y, sobre todo, de Dios. No debemos permitir que tales rumores confundan a la feligresía, porque, como dice san Pablo: «Dios no es un Dios de confusión, sino de paz» (1 Corintios 14:33). La verdadera fuerza de la Iglesia radica en su pueblo, en los millones de fieles que viven y difunden el Evangelio.
Confiemos plenamente en el Espíritu Santo, quien guiará a los cardenales para que elijan a un pastor que lidere a la Iglesia con valentía y fe frente a los desafíos actuales. Tal como escribió el salmista: «Encomienda al Señor tu camino, confía en Él, y Él hará» (Salmos 37:5). En este momento crucial, no hay lugar para el temor, solo para la esperanza en la obra divina.
*Premio Mundial de Periodismo “Visión Honesta 2023”