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Ricardo Sánchez Serra*
Que el Perú va camino a ser un país marginado, ya no se puede dudar. La primera gran decisión de la Cancillería peruana fue restablecer relaciones con la ficticia República Saharaui, rompiendo la neutralidad positiva que pide las Naciones Unidas. Fue un gran logro en un vaso de agua o de whisky, ajeno a la actualidad internacional, esgrimido por falsas razones “principistas”, diciéndole al mundo que no es principista. Simplemente se cayó en el juego del Foro de Sao Paulo y su operador argelino.
La desdicha que más me da, no es la mancha del apellido del canciller Maúrtua de Romaña y de sus futuras generaciones (me acaban de enviar unas palabras recordándole, como exalumno de La Inmaculada, el poema de despedida del colegio: “Dicen que, por el oro y los honores, hombres sin fe y de corazón ruin, secan el manantial de sus amores y a su Dios y a su patria son traidores. ¿Por qué serán así?”), sino de la Cancillería peruana, que dejó de ser un organismo técnico asesor de la Presidencia en Política Exterior, para convertirse en mesa de partes del Ejecutivo.
La Cancillería debió aconsejar al jefe del Estado la inconveniencia de una decisión tan irresponsable y enteca. No solo es enemistarse con Marruecos innecesariamente y restarle importancia a su influencia en dos tercios de los países africanos y en los que conforman la Liga Árabe (salvo Argelia). El Perú de manera torpe ha perdido más de 65 votos, cuando los necesite para integrar alguna presidencia o comité de las Naciones Unidas.
Más aún, la presentación del canciller Maúrtua ante la Comisión de Relaciones Exteriores, no solo fue arrogante y desdeñosa con los congresistas, sino utilizó un lenguaje armígero contra Marruecos, sin parangón con un discurso que ningún funcionario del peor país comunista durante la Guerra Fría haya pronunciado, ahonda la crisis con esa nación, que nos dio la mano para que el Perú forme parte del Consejo de Seguridad de la ONU en el periodo 2006 y 2007 (Durante su visita al Perú, el rey Mohammed VI comprometió los votos de su influencia en la Liga Árabe y países africanos) y, la decisiva intervención del juez marroquí Bennouna de La Haya, en el litigio marítimo con Chile.
Maúrtua tergiversó la verdad y ante la intervención del congresista Guillermo Bermejo enlodando a Arabia Saudita y a Emiratos Árabes Unidos, optó por el silencio. O su sorprendente felicitación a una legisladora que había afirmado -falsamente- que el Perú reconocía al País Vasco o a Cataluña. ¡De Ripley!
De otro lado, otro tremendo error de la Cancillería, de Maúrtua en especial, fue nombrar embajador en Venezuela a Richard Rojas, sujeto que ya había sido rechazado por Panamá, en el que, dicho sea de paso, se perjudicó al embajador de carrera, Jorge Raffo Carbajal, al que le faltaban tres años para terminar su función allá. Por eso, escuchar a un diplomático peruano decir “Lo bueno de Maúrtua es que es de la casa”, no es garantía de nada. Ni qué decir sobre el maltrato al exembajador en la ONU, Néstor Popolizio.
¿En dónde estuvo Maúrtua para aconsejar al presidente Castillo que no se salga de la Asamblea General de la ONU cuando hablaba el mandatario Jair Bolsonaro, de un país amigo y vecino? ¿O que no se ponga el sombrero en una cena?
Desgraciadamente, reiteramos, la Cancillería se ha convertido en una mesa de partes, servil del gobierno de turno, cuando así jamás fue, jamás fue.
Se acerca el Gabinete Binacional con Bolivia, esperemos que en el rubro “Defensa y Seguridad”, no nos complique las relaciones con Chile en el tema de la mediterraneidad de Bolivia, puesto que la Corte de La Haya ya dio su opinión y no nos debe involucrar en problemas, ni penosos recuerdos.
Y como señalamos anteriormente, esperemos que no nos implique en el conflicto China – EE. UU., que Irán no abra Embajada en Lima, ni permitan que la reabra Corea del Norte, y que ni se les ocurra que Perú inaugure una embajada en Palestina, como lo sugirió insólitamente un expremier.
Internamente, el problema de los ascensos de los diplomáticos, es una bomba de tiempo. Hemos visto que alguno de ellos presentó un recurso de amparo. Ese puntaje de la “nota de concepto” es un engaño que atenta contra la meritocracia.
Reconstruir el legado de la Cancillería y su tradicional prestigio, tomará años. Maúrtua se irá, desprestigiado y sin amigos, pero la Cancillería queda, y hay que cuidarla y protegerla.
*Analista internacional