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Ricardo Sánchez Serra*
Habrá masacres ignoradas, pero jamás podrán ser ocultadas. Joyalí, es una de ellas. Y es positivo recordarlas, para que nunca vuelvan a ocurrir, pues son una vergüenza para la humanidad y un deshonor y un crimen para los perpetradores, que si su castigo no puede ser terrenal -aunque debería-, será inexorablemente divino.
El genocidio de los azerbaiyanos civiles del pueblo de Joyalí, por parte de los armenios es condenable y peor aún que luego de 30 años, ni siquiera han pedido perdón por su crimen. Las disculpas enaltecen, no desvalorizan. Ahí tenemos lo valiosos ejemplos del perdón, como el de Italia a Libia por los excesos coloniales, de Alemania a Israel por la matanza de judíos en los tiempos de los nazis, del Japón a Corea por sus excesos, el del Papa Francisco por las ofensas del Iglesia a los pueblos originarios durante la conquista de América y también por la quema de protestantes, Canadá se disculpó ante la Comunidad Judía y ante su pueblo originario, al igual que Australia, entre otros casos. Esos gestos son dignos, de nobleza, y grandeza.
Pero de Armenia -que asesinó a 613 personas durante su ocupación del pueblo azerbaiyano de Joyalí, todos civiles, entre ellos 106 mujeres, 63 niños y 70 ancianos, 476 quedaron discapacitados, más de 1000 fueron tomadas como rehenes, además de 150 personas desaparecidas-, existe un silencio absoluto, que trasmite que su sociedad está enferma o sus líderes hinchados de abominaciones.
Varios países, entre ellos, el Perú -14 de junio de 2013-, han adoptado resoluciones parlamentarias, reconociendo y condenado este genocidio.
La disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991, permitió que varios de sus integrantes empiecen a proclamar su independencia y heredar sus fronteras, como Azerbaiyán que lo hizo el 18 de octubre del mismo año. A pesar que las fronteras ya estaban definidas, Armenia no las aceptó e invadió Karabaj, siendo la primera matanza la de la Joyalí, apoderándose de toda la región, y hasta 1994 habían asesinado a más de 20 mil azeríes, causado 60 mil heridos y más de 4 mil desaparecidos y produciendo el desplazamiento de más de un millón de personas.
Joyalí era estratégicamente importante porque había un aeropuerto. Entraron al pueblo, y de acuerdo a Human Right Watch y a las memorias del líder armenio Monte Melkonian “después de la captura de Joyalí, se procedió al asesinato de varios centenares de civiles que huían de la ciudad…”. Los armenios aseguraron que habría un corredor para que los civiles huyan hacia la ciudad de Agdam, pero fue un engaño, procediendo a asesinarlos.
Los armenios violaron las leyes de la guerra, como la Convención de Ginebra de 1949 y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos sentenció que la matanza de Joyalí era un acto equivalente a crimen de lesa humanidad.
Hoy, treinta años después, debemos evocar este crimen, para no olvidar y que no se repita en ningún lugar del mundo.
Hoy, luego del triunfo de Azerbaiyán sobre Armenia, en la II Guerra de Karabaj, el gobierno de Ilham Aliyev, ha recuperado su territorio -que le corresponde legal e históricamente- y se ha empeñado en reconstruir la región, completamente devastada por los armenios, no solo por la guerra, sino por la destrucción adrede -para que no quede ningún vestigio túrquico- del 95 % del patrimonio cultural, como mezquitas, palacios de los kanes, museos, teatros; además de campos de agricultura incendiados y arruinados y la siembra de miles de minas, que no solo hacen tardar la reconstrucción, sino también el regreso de los desplazados.
El 26 de febrero de 1992, día del genocidio de Joyalí, será recordado como un día ignominioso para la humanidad.
*Analista en temas internacionales. Vicepresidente de la Federación de Periodistas del Perú