“Estamos protegidos por Rusia ahora, este es el resultado”

Mientras Vladímir Putin estaba reconociendo la independencia de Donbás, el corresponsal de Kommersant estaba hablando con los refugiados

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Mientras el presidente de Rusia, Vladímir Putin, estaba celebrando el pasado 21 de febrero la reunión del Consejo de Seguridad y pronunciaba un discurso dirigido a los ciudadanos rusos, argumentando la necesidad de reconocer las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, Alexander Chernij, corresponsal del diario Kommersant estaba conversando de manera continua con los habitantes de Donbás evacuados de la zona del conflicto. Como era de esperar, se mostraron a favor del reconocimiento, aunque habían puesto las esperanzas en que su región se uniera a Rusia. Un cámara, una madre joven, una jubilada, una maestra y una alumna del colegio contaron al periodista, cuándo y por qué dejaron de considerarse ciudadanos de Ucrania.

El lunes hemos decidido recorrer con unos compañeros la provincia de Rostov, para acercarnos a la República Popular de Donbás, en aquellos momentos, todavía no reconocida. La zona fronteriza de 5 km de ancho durante todos esos días permanecía cerrada a los periodistas, puesto que el Centro de relaciones sociales del Servicio Federal de Seguridad de Rusia no respondía a las solicitudes de poder acudir a la zona para cubrir la situación. Quienes se arriesgaron a viajar sin autorización, volvía y contaban sobre gente no demasiado cortés que sacaban fotos de sus documentos de identificación, les obligaban a formatear las tarjetas de memoria de las cámaras y les enviaban de vuelta, haciendo indicaciones del tipo “como os volvamos a ver por aquí, estaremos conversando en otro sitio y de otro modo”. Nosotros, sin embargo, decidimos que el día que se reunía el Consejo de Seguridad algo interesante podría ocurrir precisamente por allí. Por esta razón fuimos recorriendo la zona en coche, sin adentrarnos en la franja vedada.

Los periodistas estaban pendientes de cuanto se decía en la reunión del Consejo de Seguridad, el conductor, con el ceño cada vez más fruncido, no dejaba de echar miradas, muy preocupado, a una aplicación que le ofrecía datos sobre cotizaciones de los valores rusos que parecían estar pasando por un mal momento. Al final no aguantó más, paró el coche y sentenció: “Si necesitáis bajar a orinaros, adelante que voy a comprar algo de dólares”.

Al ser acabadas todas las acciones financieras, nos incorporamos a la carretera principal y empezamos a avanzar con dirección a la frontera. La carretera se encontraba más o menos en las mismas condiciones que la calle Tverskaya en pleno apogeo de los preparativos para el desfile del 9 de mayo. En la pantalla de un smartphone se le veía al Jefe del Servicio de la Inteligencia, confuso, sin saber si tenía que apoyar el reconocimiento de la independencia de las Repúblicas de Donbás o su unión a Rusia. En este momento el conductor silbó por lo bajo: “”Mirad a la izquierda, chavales, pero ni se os ocurra coger las cámaras”, dijo. En medio de un descampado había una larga columna de vehículos: tanques, vehículos de combate, camiones, todoterrenos… Aparecían colocados con esmero, como si de una colección de juguetes caros se tratara. Se veían muy bien desde la carretera, posiblemente eso se había hecho a posta.

La reunión del Consejo de Seguridad se estaba alargando, pero en la frontera la situación seguía siendo normal, en la medida de lo posible, por supuesto. El dólar estaba subiendo, el rublo, cayendo. Decidí improvisar un viaje a Taganrog, para entrevistas a los evacuados habitantes de la República Popular de Donbás. La policía no permitía a los periodistas entrar en los campamentos temporales, pero algunos hoteles también acogieron a refugiados. Eso significaba que uno podía instalarse en el lobby, tomar un té y buscar la sinceridad de la gente. En la entrada me pidieron mi acreditación, pero no pudieron prohibirme entrar.

“Mi alma está en Rusia”

Vladímir Putin concluyó la reunión del Consejo de Seguridad, prometiendo “tomar la decisión hoy mismo”, pero a decir verdad, ya todo estaba claro, intriga cero. Sería por esta razón que el ambiente en el hotel no recordaba ni remotamente el día de los finales del Campeonato Mundial de fútbol: no había gente reunida alrededor de las numerosas pantallas, nadie recorría, nervioso, el lobby esperando el discurso del Presidente. Los ciudadanos de la todavía no reconocida República Popular de Donbás estaban cenando tranquilamente en el comedor, luego hacían cola para hacerse el PCR y regresaban a sus habitaciones. Unos compañeros de la emisora Dozhd que está incluida en la lista de agentes extranjeros, estaban haciendo entrevistas. Yo me acerqué a una señora mayor y le pedí permiso para “hablar de los resultados de la reunión del Consejo de Seguridad”. En circunstancias normales la pregunta a cualquiera le habría parecido estúpida, pero no aquel día.

  • “Estamos protegidos por Rusia ahora, este es el resultado”. Para nosotros eso significa mucho y vale mucho. Ahora esperamos podernos unir a Rusia, todo Donetsk está a favor. Creo que Lugansk también.

¿Es de Donetsk?

— Sí, nací allí y viví toda mi vida allí, 68 años tengo. Mis padres están enterrados allí.

— ¿Y antes de lo ocurrido en 2014 se consideraba rusa o ucraniana?

— Soy rusa en el alma, asiente la señora. Vivía en Ucrania, pero mi alma estaba en Rusia.

— ¿En la época soviética cómo eran en Donetsk las relaciones entre rusos y ucranianos?

— Estaba todo bien, nada ni nadie nos separaba. Todos vivíamos más o menos igual, parecíamos una gran familia. Hablábamos ruso, nadie nos lo prohibía. La gente se nos dirigía en ucraniano y nos entendíamos. Mi madre era de un pueblo, solo hablaba ucraniano, en familia hablábamos ambas lenguas y eso no nos causaba la menor molestia. Teníamos una vida tranquila, íbamos a trabajar, sabíamos que cobraríamos el adelanto, luego el sueldo, que se nos pagaría la jubilación. Y ahora cobramos la jubilación solo gracias a Rusia.

— ¿Y cómo fue la vida en la Ucrania independiente después de la URSS?

— Fue normal, ningún conflicto, todo bien, hasta 2014.

— A decir verdad, no la entiendo del todo. Vivió junto con los ucranianos en la Unión Soviética …

— Y muy bien vivimos.

— …luego, en la Ucrania independiente…

— Una vida completamente normal.

— ¿Qué es lo que fue mal? ¿Por qué ha cambiado todo?

La mujer se queda pensando un rato.

— Verá… seguramente de manera inconsciente nos identificábamos más con Rusia. Bueno, lo digo por mí, por muchos conocidos míos, amigos, compañeras de clase. Siempre nos sentimos más cercanos a Rusia. Y en Ucrania occidental siempre nos consideró, bueno, ya lo sabe… Consideran que somos gente de segunda.

— ¿Y en el día a día cómo se manifestaba eso? ¿Vio personalmente algo de este trato?

— Yo no. Pero algo flotaba en el aire, sabe. Empezó a sentirse realmente todavía con Yúschenko que era presidente entre 2005 y 2010. Empezando por aquellas elecciones empezó a notarse una especie de tensión. Flotaba en el aire que éramos distintos de ellos y que ellos debían tener más poder. Fue cuando todo empezó a rodar cuesta abajo. De no haber sido así, continuaríamos viviendo en paz…

—Pero no vivía en Ucrania Occidental, ¿en qué notaba las tensiones entonces?

— Conflictos no hubo, es verdad. Pero nosotros tendíamos a pensar que los nacionalistas, los llamábamos los de bandera, por el nombre de Bandera, desde el nacimiento, desde la infancia no veían con malos ojos. Todo eso se iba acumulando… y luego pasó lo que pasó. No sé cómo explicárselo, flotaba en el aire. Nadie suponía, claro está, que algo así pudiera ocurrir, pero fue lo que ocurrió en realidad.

Se queda pensativa y luego continúa con determinación:

— Desde siempre fue así: los de Bandera estaban contra nosotros. Porque pensamos de una forma distinta de su manera de pensar. “Moskali” nos llaman con desprecio y a vosotros también.

— ¿Alguien la llamó así alguna vez? ¿A la cara?

— No, nunca. En mis 68 años nunca nadie me lo dijo. Pero en la tele se gritó aquel año “quien no está con nosotros, es un moskal”. ¿Acaso no ha pasado? Sí que ha pasado.

— Le habrían dicho que era una broma…

— Pero no tenía gracia, sabe. Ninguna. De los nuestros, de los de Donetsk, nadie fue al Maidán. Porque los nuestros trabajan y no andan por allí.

Hablé en el Maidán con un hombre que venía de Donbás, pero no me da tiempo contárselo a la señora. Se les acerca su marido y le dicen que es hora de acostarse. A modo de despedida me dice:

  • En el Maidán querían decidir por nosotros, ese fue el error. Queríamos que no habláramos en ruso. Y nosotros queríamos que nadie nos dijera lo que teníamos que hacer. Así es como será a partir de ahora.

“No nos vieron”

En una mesa del lobby está sentado un hombre de unos 40 años con un niño pequeño en regazo. Está balbuciendo algo con la lengua de trapo, ni es ruso ni es ucraniano. Le pregunto a su padre que se presenta como Igor sobre los resultados de la reunión del Consejo de Seguridad.

— Nosotros somos unánimes, llevamos 8 años esperando esta decisión. Es que llevamos 8 años viviendo en el infierno, un infierno psicológico en primer lugar. En 2017 huíamos de los ataques y mi mujer estaba embarazada. Le acaricia el pelo al crío y continúa: Vivíamos en Donetsk y dio un proyectil en nuestra mina. Se rompieron los cristales y quedó claro que había que huir. Teníamos por si acaso la maleta hecha, ya sabe, documentos, medicinas, ropa interior…

Sé lo que es, porque en las últimas semanas los habitantes de las ciudades ucranianas a menudo publicaban las imágenes de sus maletas hechas, lo hacían por si Rusia atacaba. Y muchos rusos les decían en los comentarios, ¿pero, no os da vergüenza? Yo no puse este tipo de comentarios, pero tenía vergüenza igual. Y ahora la tengo, al escuchar a Igor, me avergüenza no haberme puesto a pensar nunca en si tenían hecha la maleta los habitantes de Donetsk.

— … Eran las 4 de la mañana, era de noche, corrimos con mi mujer embarazada varias manzanas hasta la próxima parada. Porque el transporte no llegaba a nuestro barrio. Mi hijo no me creerá, cuando se lo cuente de mayor…

Le hago a Igor la misma pregunta, si se sentía ruso o ucraniano antes de la guerra. Responde con seguridad:

— Hasta 2014 me sentía ucraniano, ucraniano de origen ruso. Es normal, si uno vive, digamos, en Polonia un año, se acaba acostumbrando a su vida, a su música, a su sentido de humor, a su cocina, acabará sintiéndose un poco polaco también. Aquí ocurre lo mismo. Viviendo en Ucrania, te sientes ucraniano, la comida, las canciones, te identificas con los ucranianos. Pro un ucraniano con las raíces rusas, pensamos en ruso, nuestros chistes son rusos, el algo normal.

Entendía el ucraniano y si mijo ya hubiera nacido en aquel momento, le apuntaría a clases de ucraniano también. Vivimos en este Estado y es necesario que dominemos su lengua. Sin embargo, enfatiza, obligarnos a pasarnos al ruso, eso va contra mi voluntad. ¿Cómo puedo obligarme a pensar en ucraniano?

—¿Y antes de 2014, se ha topado con actitud despectiva por hablar en ruso, por sus orígenes rusos?

— He oído de mis conocidos que fuera de Donbás podía ocurrir eso. Por ejemplo no atiendan en un comercio, si hablas ruso, pero yo nunca lo he vivido. Y eso que entre 2003 y 2006 recorrí todo el país. Trabajé como cámara en aquel período, viajamos muchísimo, Dniepropetrovsk, Kiev, Odesa… Me encantaría volver a dar una vuelta por Odesa… Visitamos pequeñas ciudades en el este de Ucrania y todos nos hablaban en ruso, sin ningún problema. Bueno, había ancianitos en las aldeas que solo nos hablaban en ucraniano. Y todo bien, nosotros lo dominamos. Pero principalmente hablábamos en ruso.

— ¿Entonces, qué el que fue mal? ¿Por qué al final Usted y sus vecinos abandonaron Ucrania?

— Espere, no hemos abandonado Ucrania, se agita el hombre. Diría que fue Ucrania la que nos abandonó.

— ¿Y qué fue para Usted punto de inflexión?

— Sabe, no tengo tal punto. Se fueron acumulando las cosas: primero, el Maidán con el que personalmente no estaba de acuerdo. Luego empezó a irritar que en los canales de televisión ucranianos dijeran unas cosas y aquí estuviera pasando algo completamente diferente. Se dice que aquí hay Ejército ruso. Y en realidad en abril de 2014 no hubo por aquí ningún Ejército ruso.

Me llamaron una vez unos compañeros y dijeron que había venido gente de la televisión china y necesitaban un cámara. Fuimos a Slaviansk, donde todo había empezado y vi con mis propios ojos las barricadas montadas por nuestro lado y por el lado ucraniano. Pues, consistían de sacos de arena, neumáticos y un montón de botellas con mezcla incendiaria. Al lado había gente armada con palos, a lo mejor una escopeta de caza había para todos. Un par de kilómetros más para allá ya empezaba su territorio. Se me pusieron los pelos de punta del miedo que pasé. Estaban todos equipados, con unos tanques camuflados a sus espaldas. Iba y pensaba acaso se puede ir contra gente desarmada con palos. Y luego te viene a la mente que van contra ti también. Fue cuando me di cuenta de que ya no había vuelta atrás. Cuando tu Estado manda al Ejército contra ti, ya no lo ves como tu Estado.

Crónica de los combates por Slaviansk, 2014

El 12 de abril, las Milicias populares de Donbás, dirigidas por Igor Strelkov, ciudadano de Rusia, antiguo oficial del Servicio Federal de Seguridad se hicieron en Slaviansk con la comisaría, el consejo urbano y la sede del Servicio Federal de Seguridad.

El 13 de abril, el Ministro del Interior de Ucrania, Arsén Avákov, anunció el inicio de una operación especial en Slaviansk. La alcaldesa de la ciudad Nelia Shtepa abandonó Slaviansk, siendo nombrado “alcalde popular” el líder de los milicianos Viacheslav Ponomarióv.

El 15 de abril, Slaviansk fue rodeada por 20 vehículos blindados, 2.000 militares y 10 tanques. En la vecina localidad de Kramatorsk, durante un operativo, el Ejército ucraniano ocupó el aeródromo.

El 2 de mayo, la operación entró en su fase activa: se usó la aviación y los vehículos blindados. Los militares cortaron los accesos a la ciudad.

El 7 de mayo, los milicianos realizaron el canje de tres oficiales del Consejo de Seguridad de Ucrania por el “gobernador popular” de Donbás, Pavel Gubariov, detenido en marzo y otros dos personas.

El 11 de mayo, el Jefe del Gabinete de la Presidencia de Ucrania en funciones, Serguéi Pashinski, manifestó que la operación especial en Slaviansk, Kramatorsk y Krasni Limán había entrado en la fase final.

El 24 de mayo, en Andréievka (afueras de Slaviansk) fueron asesinados el periodista italiano Andy Rocchelli y su traductor ruso Andrei Mirónov

El 29 de mayo, los milicianos derribaron un helicóptero ucraniano Mi-8, 14 tripulantes resultaron muertos.

El 3 de junio, empezó el ataque de la ciudad con artillería. En un día, de acuerdo con la parte ucraniana, resultaron heridos 300 y muertos, 500 milicianos.

El 24 de junio, los milicianos derribaron un helicóptero ucraniano Mi-8, 9 tripulantes, entre ellos, 4 funcionarios del Consejo de Seguridad de Ucrania resultaron muertos.

El 5 de julio, el Ministerio del Interior de Ucrania informó al Presidente del país, Piotr Poroshenko, de la toma de Slaviansk. Los milicianos dejaron la ciudad.

Luego acompañé a los chinos al monte de Karachún y pisamos literalmente una alfombra de casquillos de bala. Los lugareños aparecían con las manos temblorosas, contando que se les habían acercado militares con vehículos de combate y habían empezado a echarles de allí. La gente salió huyendo, mientras que los militares les empezaron a disparar a las piernas. Fue lo que nos contaron.

Se nos acerca una señora anciana. En silencio se sienta en una silla y escucha lo que está contando Igor. Su cara parece una máscara.

— Estábamos yendo hacia el puente antes de subir a la montaña y de repente vi… un cuerpo. Fue para mí la primera víctima de aquella guerra. Quizás fuera realmente la primera víctima de aquella guerra, no lo sé. Era el cadáver de un hombre con balazos en todo el torso. No estaba preparado para aquellos, fue completamente horroroso. Me puse a grabar, claro está, busco mejor luz de manera automática. Y estoy pensando al mismo tiempo que su mujer seguramente todavía no lo sabe.

— ¿Todavía seguía sintiéndose ciudadana de Ucrania?

Sigue una larga pausa.

— A decir verdad, cuesta recordarlo ahora… Llevo tanto tiempo sin sentirme ciudadano de Ucrania que me cuesta recordarlo… Pero de allí en adelante veía a los militares ucranianos solo como gente de otro Estado.

A mí en mi vida anterior me encantaba ver los desfiles, ¿sabe? Ves a los guardias fronterizos con sus uniformes bonitos, tan guapos. Luego desfilan los de las unidades de desembarco, otro uniforme. Tan bonito y tranquilo todo. Y luego vienes a una barricada montada por las Fuerzas Armadas de Ucrania y aparece gente con uniformes muy distintos, con las caras tapadas. No tenía la sensación de que me estuvieran defendiendo.

— Yo estuve en el Maidán. Me acuerdo de que la gente hablaba de los comandos, de los Berkut. Decían que tenían un uniforme agresivo, protección de color negro, parecía forasteros, enemigos. En las recientes protestas en Minsk me decían lo mismo. Resulta que sus adversarios políticos en el Maidán sentían hacia Berkut lo mismo que ustedes sienten por el Ejército ucraniano. ¿Qué opina al respecto?

— Sabe… no estoy acostumbrado a operar con esas categorías. Será que no sé analizarlo todo de esta forma. En algo soy profesional, pero no en la política ni en las acciones bélicas. Soy una persona común y corriente, aunque tengo rasgos artísticos. Para mí lo más importante es que haya paz. Y, si empieza algún conflicto, fallo en entender enseguida quién tiene la culpa, lo siento.

— Me parece que es algo completamente normal.

— Cuando, antes de la guerra, grababa a políticos, participaba en las ruedas de prensa, intentaba escucharles, entender sus posturas. Pero siempre acababa perdiendo el hilo de sus reflexiones. Me despistaba con los ajustes de la cámara, del sonido y perdía el hilo. Aquí me pasa lo mismo, perdón.

Solo así lo puedo explicar: uno tiene un amigo durante muchos años y cree que lo conoce bien. Y de repente se presenta en tu casa con el traje… no sé, de chamán y con una pandereta… y empieza a contarte cosas. Y tú te das cuenta de que aparentemente sigue siendo tu amigo, pero es una persona completamente distinta. Y dejas de ser su amigo, porque ya no tenéis nada en común. Seguramente, aquí pasa lo mismo. Y sienten lo mismo por nosotros. Llevaban viviendo en su mundo y de repente hay un conflicto y nos ven con otros ojos. Es como si nos hubiéramos disfrazado, somos los separatistas para ellos.

— ¿Podría verse con los ojos de los ucranianos, de gente que lleva 8 años creyendo que sois separatistas y traidores?

— Creo que no. No tengo una imaginación tan viva. Viviendo aquí y viendo lo que está pasando… No puedo imaginar cómo lo puedan ver en Kiev de otra forma…

— ¿A qué se refiere? ¿Qué es lo que no ven?

La mujer dice de repente: “No nos ven a nosotros”.

Igor continúa:

— No se ofenda, pero para entender lo que estaba ocurriendo aquí durante todos estos años habría que verlo desde dentro, vivir nuestra vida, aprender a distinguir los “más” y los “menos”. ¿Sabe lo que son? Nosotros sí que lo sabemos: los “más” son los misiles lanzados contra nosotros y los “menos” son los que se lanzan desde aquí. Estamos por ejemplo cenando, los niños con sus deberes y de repente se oye un ruido en la calle. Todos mantienen la calma, porque saben que no pasa nada, no hay peligro. Pero si empieza a tintinear la vajilla y salen volando los marcos de las ventanas, es el momento de que toda la familia se tire al suelo, dejando sus quehaceres al instante. Porque es uno de los “más”.

Ingresaron en algún momento a mi mujer y en su habitación había una chica un niño de 4 años. No hablaba, porque tenía un trauma psicológico. Le contó a mi mujer: “Nos escondimos como de costumbre en el sótano durante los ataques, cayó un proyectil muy cerca y hubo tanto ruido que mi hijo se asustó y simplemente dejó de hablar”.

Y ahora imaginémonos que estos en Kiev o en Lvov donde las bombas no caen. Me entero por Internet de que en Donbás se vive este tipo de situación, que mi Ejército está disparando contra gente común y corriente, que son como yo. Me diría ¿qué están haciendo? Es que allí vive gente, hay colegio, hay guarderías. ¿Para qué disparar? ¿Acaso no se puede arreglar todo de otra forma?

—¿Tiene algunos conocidos que se hayan puesto del lado de Ucrania en este conflicto?

— Hubo un compañero, bueno, nada muy profundo. Cuando todo empezó se puso de su lado. Dejamos de hablarnos, por supuesto. Y va y me manda por mi cumple una imagen, me felicita en ucraniano y aparece añadida la inscripción “Viva Ucrania”. Le respondí, todo muy correcto y adjunte la imagen de eneldo. Leyó mi mensaje y lo bloqueé en todas las redes sociales. No sé, por qué ha hecho esta elección.

— ¿Se ha marchado?

— Claro que sí. No podría vivir aquí…

Me entran unas ganas tremendas de preguntar “¿Y por qué?”, pero sería demasiado cruel.

— No lo culpo de nada,— prosigue Igor.— ¿Cómo se puede culpar a uno por tener ciertas opiniones políticas? Pero es que tampoco debe culparme a mí por mis opiniones. ¿Tienes esta opinión? Nada, vete con la gente de la misma opinión.

— Pero es que a Usted también se le puede decir: “Vete a Rusia”.

— ¿Pero, por qué? Donetsk es mi casa, ¿por qué me iba a marchar? Que nos dejen en paz y ya está.

Al final no aguanto y le suelto la pregunta:

— Ha dicho que en abril de 2014 no había tropas rusas… Surge la pregunta de ¿Y más tarde?

— ¿Más tarde, qué? Los chinos continuaron su viaje. Me busqué un nuevo trabajo y ya no entraba en detalles de qué Ejército estaba en qué parte. Nunca más me fui de Donetsk, todos los militares que conocía eran de los lugareños. Yo mismo llevo en el coche un banderín ruso. No solo yo lo hago, pero eso no quiere decir que hayamos venido de Rusia. Simplemente quiero a Rusia, simplemente somos rusos.

Al principio de la conversación me ha dicho que hasta 2014 se sentía ucraniano con orígenes rusos.

— Correcto.

 Sí, pero ahora ha acabado con un “somos rusos”. ¿Puede acordarse del momento del cambio? ¿Cuándo empezó a decir “Soy ruso”?

Igor se encoge de hombros:

— No hubo tal momento. Eso se fue acumulando y empecé a sentirme de otra manera.

“Seguimos creyendo en un futuro feliz”

Nos despedimos de Igor y se va. Hay bastante menos gente en el lobby, pero soy estricto conmigo mismo y me gustaría respetar el equilibrio de géneros. Por fin del ascensor sale una mujer con un niño. Se porta con timidez, pero acepta tener conmigo una breve conversación. “Pero no me saque fotos, estoy poco presentable ahora…”, me pide.

— Más de 7 años llevamos así, ya podrían reconocerlos. (Se ríe con timidez). Bueno es que estamos cansados de vivir así. Todo el tiempo con la maleta hecha, estas explosiones… No sabes, si tener hijos, cómo crearlos en esta situación. Y para mí es lo más importante. Por eso estamos pendientes de que nos reconozcan, arreglen la situación de alguna manera y nos unamos a Rusia. No me gusta esta sensación de estar suspendida, de vivir en la certidumbre… Ni siquiera sabemos en qué Estado vivimos. Estamos esperando que alguien defina algo.

— ¿Por qué cree que todo ha salido de esta manera?

— Creo que la culpa es del Maidán y de la gente que se reunieron allí. Y todo lo que pasó… creo que todo es por culpa del Maidán.

— Estuve en el Maidán y recuerdo haber visto a gente de entre 20 y 25 años, usted tenía entones la misma edad. Estaban muy animados, hablaban en ruso sobre la libertad, sobre la vía europea. ¿Por qué usted, una persona que tenía su edad, pero residía en otra parte del país no le gustaba lo que estaba sucediendo?

— Antes que nada, no me parecía normal su comportamiento. Gritaban algo, se ponían las cazuelas en la cabeza… Parecía una locura, lo pensé entonces y lo pienso ahora.

Nunca me he fiado de su “vía europea”. Me parecía que Europa no nos necesitaba demasiado. Y aparte, ¿qué tienen ellos que no tengamos nosotros? En general no son ideas que comparta.

— Cuando era ciudadana de Ucrania, ¿se consideraba rusa o ucraniana?

— Es que no segregaba a la gente… Mi madre es rusa, mi padre, ucraniano. ¿A quién le quiero más? A los dos los quiero. Me consideraba ucraniana, porque vivía en Ucrania, pero Rusia siempre me ha gustado. De modo que mitad por mitad.

— ¿Y ahora?

— Ahora me siento más rusa, porque no entiendo su postura, no me gusta lo que está ocurriendo. Claro está que gente normal la hay en todas partes, solo que… cada uno tenemos nuestra opinión, nuestra historia. No podemos culparlos por eso. Pero entonces tampoco se me puede culpar por mi historia.

— ¿Tiene conocidos que hayan elegido el lado de Ucrania y se hayan marchado?

— Sí, muchos se marcharon. Algunos realmente querían vivir en Ucrania, otros estaban seguros de que acabaríamos formando parte de Rusia, por lo cual prefirieron algo definido. Le tenían miedo a la incertidumbre y nosotros seguíamos creyendo en un futuro feliz. (Se ríe). Y seguimos creyendo en eso.

— Pero sabe, creo que Rusia también tiene muchos problemas. Y ahora tendrá más. Puede ser que el futuro feliz nunca llegue.

— Por lo menos no hay guerra, eso ya está muy bien. Es que simplemente no lo entendéis, por eso no podéis entendernos. Poder estar seguro de algo es un sentimiento muy valioso. No hay explosiones, uno no tiene que tener la maleta hecha por si acaso. Tengo un niño pequeño, no quiero que viva rodeado de explosiones. Es lo que me asusta, que mi hijo se críe en medio de una guerra.

“Cae en el error de reducirlo todo a las nacionalidades”

Anna Nikoláevna prefiere llamarme sola. Está instalada en una silla como si de un trono se tratara, mantiene la espalda bien recta. Enseguida me comunica que tiene “más de 60 años”, es maestra y directora del colegio. Empieza la conversación al estilo de a escuela soviética, pronunciando palabras bonitas y correctas, algo muy lejano de la realidad.

— Debe imponerse la sensatez. Nuestro objetivo es la paz, nada más que la paz. De cualquier forma, sea, uniéndose a Rusia. Ello nos debe traer la paz. Y EEUU no nos aportará la paz. Nuestros niños también lo entienden, tenemos unos críos muy buenos. Les hablamos en clase de la valentía, les encanta cuidar de los monumentos a los héroes de la Gran Guerra Patria. La defenderían con gusto…

Solo levantando una mano como en clase logro hacer mi primera pregunta:

— ¿Se consideraba rusa en la época soviética?

— Por supuesto. Mi padre es bielorrusa, mi madre, ucraniana. Y yo, ¿quién soy? Rusa, por supuesto. Es lo que ponía mi pasaporte. Mis hijos y mis nietos nacieron en Ucrania, pero son rusos.

—  ¿Después de la desintegración de la URSS, se sentía ciudadana de Ucrania?

— Sabe, no sólo tengo la mentalidad rusa, sino también la mentalidad de maestra. Como cualquiera que haya trabajado muchos años en la escuela. Como maestra, puedo decirles que en vano usted lo reduce todo a los rusos y ucranianos. En la provincia de Donetsk siempre había muchos pueblos: griegos, gitanos, kazajos, georgianos, judíos, polacos… Y enseñábamos a todos. Y todos ellos seguían siendo griegos, gitanos, polacos… Para nadie era un estorbo. Por ejemplo, en nuestra escuela había un círculo teatral en polaco. Y a sus espectáculos acudían todos. Primero los actores contaban el contenido y luego ofrecían el espectáculo en polaco. Asistíamos gustosos. El problema no estriba en el origen étnico.

— ¿Y en qué?

— Escuche una historia. Ya después del colapso de la Unión Soviética en varias ocasiones asistí a cursos de superación profesional en Kiev. También asistían a los cursillos maestros de diversa edad y de diversas provincias de Ucrania. Nos reuníamos en una misma aula. Si con nosotros hablaban oriundos del Oeste de Ucrania, hablábamos con ellos en ucraniano. Sabíamos perfectamente el ucraniano literario, mientras los del Oeste hablaban un lenguaje no muy castizo. En ocasiones hasta teníamos ganas de corregirlos (se ríe). Pues bien, ellos nunca hablaban con nosotros en ruso. ¿Será honesto? No. Una vez se quejaron a la administración de que el maestro impartía conferencias no en el ucraniano.

— ¿Tal vez, no entendían las conferencias en ruso?

— Pero nosotros sí que entendíamos en ucraniano. No es honesto. O, digamos, nos explicaban cómo mejor enseñar a los niños la obra de Alejandro Pushkin. Y los del Oeste de Ucrania nos comentaron gustosos cuán talentosamente enseñaban a los niños la obra de Pushkin traducida al ucraniano en Ucrania Occidental…

— Hablando francamente, no entiendo muy bien su indignación. En las escuelas en Ucrania Occidental las asignaturas se imparten en ucraniano…

—  En aquella ocasión protestamos y dijimos que el saber leer obras en versión original era un indicio de una persona culta. Es preferible leer Shakespeare en versión original, ¿no es cierto? ¿Y por qué  no leer Pushkin en versión original? ¿Qué sentido tiene traducir las obras de Pushkin al ucraniano si el ruso y el ucraniano son lenguas afines? Pero ellos trataron de persuadirnos de que en ucraniano sonaba igualmente bello. Les objetamos que la traducción no era exacta, que Pushkin quería decir otra cosa. Recuerdo muy bien cómo recitábamos unos a otros poesías de Pushkin en ruso y en ucraniano…

—Ahora me lo imagino como un episodio muy bello. Como fragmento de  una película de argumento. Al parecer, nada presagiaba la guerra. ¿Cómo esto degeneró en una guerra?

— Tampoco acabo de entenderlo…

Anna Nikolaevna queda pensativa.

— Tenían tantas ganas de pasar a ser parte de Europa que no pensaban en otros. Creen que son superiores, avanzados y mantienen una actitud despectiva hacia nosotros. Afirman que están proyectados al futuro, mientras nosotros quedamos en el pasado. Aunque nuestros niños de Donetsk no eran nada inferiores y en los concursos internacionales defendían dignamente el honor de Ucrania. Los del Oeste pensaban que al integrarse en Europa, se les abrirían las puertas del paraíso gratis. Querían una vida fácil.

— ¿Acaso está mal?

—  Somos gente laboriosa. Inculcamos a los niños que todo se logra trabajando. ¿Por qué tenemos esperar maná del cielo? ¿Confiar en que unos buenos tíos nos lo arreglen todo?

— Me parece que la gente en Maidán tampoco esperaba que en Europa lo obtuviesen todo en plazos cortos. Y también educaban a sus niños en el espíritu de la bondad.

—  Pues, es un mi opinión subjetiva. Tal vez, me equivoco. Tal vez, no he calado hondo el tema. Nunca he estado en Ucrania Occidental.

— ¿De veras?

— De veras. Tampoco ellos nos conocen a nosotros. Antaño, Ucrania destinaba a observadores a las elecciones en la provincia de Donetsk, siempre llegaban jóvenes de Ucrania Occidental. Al entrar en los colegios electorales, se veía que tenían miedo. Tenían miedo a todo, a nosotros.

Les invitábamos a compartir a nuestras casas, pero ellos se negaban y se marchaban al hotel.

Era una pena, pero, en honor a la verdad, parte de ellos aceptaban alojarse en nuestros hogares y esto me place. Conversábamos, exponíamos nuestra opinión sin imponerla a nadie. Ellos tenían en gran estima a Stepán Bandera, fautor de los nazis. Cada uno tenía su mentalidad, pero éramos ciudadanos iguales en derechos de un mismo país. No acabo de entender ¿por qué durante tantos años no llegaron a comprender que simplemente éramos distintos. Que es necesario comprendernos y no transformar. ¿A ustedes les cae bien Bandera? Muy bien, es cosa de ustedes, pero no traten de imponerlo a nosotros. Pero tampoco cae bien a los habitantes de Kiev. Lo saben todos. ¿Para que cambiaron la fecha del Día de la Victoria del 9 de mayo al 8 de mayo?  Antes de los sucesos de Maidán, nadie pretendía hacerlo. En efecto, el país se transformaba, aparecían otros libros, nuevos puntos de vista. ¿Pero para qué tergiversar la historia?  

Le voy a decir ahora no como maestra sino como persona que vivió muchos  años en tres Estados distintos. Creo que es mejor no profundizar en la historia, quién conquistaba a quién, quién pertenecía a quién. Todo esto genera cizaña entre la gente.

— Perdone, pero hay una contradicción en lo que dice. Usted menciona a Bandera que es un héroe en Ucrania Occidental. Y cabe tener cuenta que la mayor parte de la población de Ucrania Occidental se oponía al poder soviético.

— Es cierto.

—Sus antepasados eran encarcelados, fusilados. Usted no quiere que le impongan ideas ajenas, pero los del Oeste igualmente pueden decir que el poder soviético les impuso un régimen que no deseaban.

— Tras la desintegración de la URSS nunca pretendimos imponerles nada. Nunca tuvimos la intención de destruir en su suelo los monumentos relativos a su historia. Ni siquiera ahora me lo puedo imaginar. En cambio, ellos siempre buscaban imponer su punto de vista. Destruyen nuestros monumentos. Volviendo al tema de la guerra. Nosotros no nos proponíamos invadir sus tierras para demostrar que tuvimos razón. Nos quedamos en nuestro territorio.

— Pero se oían las propuestas de tomar Kiev…

— En un arrebato algunos pudieron haberlo dicho. Pero la gente sencilla no lo necesita. No les decíamos que éramos superiores. Simplemente queríamos que nos dejaran en paz en nuestra tierra. Ni siquiera ahora tengo ganas de ajustar las cuentas con todos los ucranianos. He visto por la TV ucraniana como una mujer entrada en años gritaba: “¡Voy a empuñar el fusil para eliminarlos!”. ¿Eliminar a quiénes? ¿A nosotros? ¿A mí?

Mi postura es como sigue: unos forasteros armados vinieron a nuestra tierra. No los invitamos.

— Los ucranianos dicen prácticamente lo mismo: “No hemos comenzado la guerra. Los enemigos han invadido nuestra tierra, estamos defendiéndonos”.

— Un momento, pero nosotros estamos en nuestra tierra. Nacimos y crecimos aquí. Ellos tienen su tierra en Kiev, nosotros tenemos la nuestra aquí. Quienes dicen estas cosas, escuchan sólo a ellos mismos. Este es el problema fundamental, no la lengua ni el origen étnico. Cuando ellos montaron Maidán en Kiev, les importaba poco cómo lo acogerían en Donetsk. No pensaban en nosotros en absoluto. Soñaban con su paraíso europeo, pero nosotros, dizques, les pusimos estorbos. Pues bien, ¿les han permitido entrar en el paraíso? Ahora están pidiendo armas gratis a  Europa y EEUU. No entiendo cómo es posible pedir armas a EEUU para combatir contra nosotros.

— Un ucraniano diría: “¿Cómo es posible pedir armas a EEUU para combatir contra nosotros?”

— Es cierto, se atienen a esta opinión. Pero tenga que presente que fueron ellos los primeros quienes montaron el Maidán para pertenecer a Europa. No fuimos nosotros los primeros en demandar el ingreso en Rusia. Ahora la TV ucraniana afirma que somos traidores. Es indignante. Quiero decir a los habitantes comunes y corrientes de la parte céntrica de Ucrania: no den crédito a lo que dicen sobre nosotros. Vengan a nuestra tierra para cerciorarse cómo Ucrania nos abandonó a nuestra propia suerte y cómo nos ayuda Rusia. Y saquen la conclusión quien es realmente el traidor. Sólo gracias a Rusia puedo pagar las facturas de gas y electricidad. Rusia me paga la pensión. Mientras, Ucrania nos impuso el bloqueo. Si en una familia con seis niños uno es revoltoso, ¿usted dará de comer a cinco y el sexto que muera de hambre? ¿Quién trata de esta forma a sus niños?

Sanciones impuestas por Kiev contra Donbás

Desde diciembre de 2014, a tenor de la correspondiente orden del Presidente de Ucrania, Piotr Poroshenko, el Gobierno ucraniano dejó de pagar en el territorio de la RPD y la RPL todas las subvenciones sociales, incluidas las pensiones, el servicio de las cuentas bancarias de los habitantes y empresas. Para cobrar pensiones u otras subvenciones sociales, los habitantes de la RPD y la RPL debían arribar a los territorios controlados por Kiev e inscribirse en calidad de personas reasentadas.

Según el comité para los derechos humanos del parlamento ucraniano, Kiev no pagó a los habitantes de la RPD y la RPL pensiones por el importe de 208 mil millones de rublos.  Desde abril de 2015, las autoridades de la RPD y la RPL comenzaron a pagar por cuenta propia las pensiones a los jubilados; desde mayo, a los trabajadores del sector presupuestado.

En enero de 2017, los radicales ucranianos bloquearon el movimiento de trenes de carga con carbón desde Donbás y exigieron romper todas las relaciones comerciales con la RPD y la RPL. En marzo del mismo año, el Consejo de Seguridad Nacional resolvió suspender el transporte con ambas repúblicas.

En abril de 2017, la empresa estatal ucraniana Ukrenergo anunció la suspensión del suministro eléctrico al territorio de la región de Lugansk, debido a presuntas deudas acumuladas. Como resultado, la RPL recibió electricidad de Rusia y la RPD.

Como resultado del bloqueo se vio amenazado el funcionamiento estable de la infraestructura crítica de Donbás. Para evitar una catástrofe humanitaria, las autoridades de la RPD y RPL introdujeron la dirección externa en empresas de jurisdicción ucraniana, ubicadas en los territorios de las repúblicas y reorientaron sus suministros al mercado de Rusia y otros países.

Una niña de pelo rubio se nos acerca y dice preocupada: “Abuela, te hemos perdido”.

– Ya voy, ahora… Sabe usted, tenemos un parque infantil cerca de nuestra casa. Y hace tres años sucedió que empezaron a bombardear a lo lejos, nos asustamos y la nieta dice tranquilamente: “Pronto lloverá,  ya está tronando”. Imagínese, los niños jugando en el parque y los misiles cayendo al lado. ¿Qué gobierno es este que lo permite? ¿Cómo debo tratar a este gobierno, si han matado a tantos civiles?

– Los ucranianos le dirán: “Nuestros hijos crecen sin padres, porque los vuestros, de Donetsk, los asesinaron”.

Con esto le toco en lo vivo a la vieja maestra. Se crispa y responde en un tono completamente diferente:

– ¿Y por qué sus padres vinieron aquí con las armas en las manos? Es lo que diré: ¿por qué vino tu padre aquí a disparar? Yo no fui a Kíev con armas. ¿Queréis nuestra tierra? Pues hay que trabajarla, hay que bajar a la mina. Y esto no es tan fácil como piensan en Europa. Vaya allí a recoger fresas, aquí no os esperamos.

Luego solloza y comienza a frotarse los ojos:

– La gente está muriendo en ambos lados… Por supuesto, siento pena por todos ellos. Es probable que todos tengamos la culpa. Pero lo más importante es que nosotros no fuimos a ningún lado a hacer guerra. Fueron ellos quienes vinieron aquí. Dicen: “esta es nuestra tierra”. Pero no, no lo es. Su tierra está cerca de Kíev, su tierra está cerca de Leópolis. Ahí es donde está su tierra. Pero no les basta y vinieron a nuestra tierra con armas. Vivíamos con ellos juntos en el territorio de Ucrania, pero no querían aceptarnos como somos. Están hablando de la tierra, no ven a quienes viven en ella.

 “Quiero que la gente no sufra”

La nieta se lleva a la abuela, y yo saco mi teléfono, que se ahoga de las notificaciones perdidas: “Vladímir Putin ha iniciado el discurso”. En el bar del hotel, los periodistas de varios medios miran la pantalla. No hay nadie en el vestíbulo, solo una chica viendo las historias de Instagram.

– Soy de Donetsk, tengo 17 años. Y antes de la guerra vivía los momentos más maravillosos de mi vida. Por supuesto, yo era una niña, no entendía nada, no tenía ninguna preocupación, pero me parecía que todos a mi alrededor estaban felices.

¿Te considerabas ucraniana?

– Sí, claro. Nos explicaban esto desde la infancia: vivimos en Donetsk, que es Ucrania. Entonces, somos ucranianos, ¿qué otra cosa podemos ser?

¿Y en qué idioma hablabas?

– En ruso, porque mis padres hablaban ruso. Pero la mayoría de nuestros vecinos hablaban ucraniano. En la escuela también hablábamos ucraniano, tanto con los profesores como con las amigas. El idioma ucraniano lo estudiábamos a fondo, y no hubo ningún problema. No me molestaba, al contrario, era interesante. Bueno, esto parecía lógico: vivo en Ucrania, soy ucraniana, tengo mi propia lengua, el ucraniano. Quién quiere, habla ruso, quién quiere, ucraniano. Nadie despreciaba a nadie por ello.

– Y en tu opinión, ¿qué se ha torcido?

– Creo que todo es a causa de Crimea. Cuando Crimea se convirtió en Rusia, a Ucrania, por supuesto, no le gustó. Y entonces empezaron a mirarnos a nosotros. Bueno, porque tenemos carbón, y otras cosas. Probablemente, Kíev quería más, o la parte rusa quería más. Y así comenzó lo que comenzó.

En cualquier caso, para mí, Donetsk seguirá siendo Donetsk, no importa si pertenece a Ucrania o a Rusia. Esta es mi ciudad, y siempre la tendré como tal.

Ahora estamos hablando en Rusia, aquí en el hotel hay excelentes condiciones, para mí esto es algo casi irreal. Pero lo que más quiero es ir a casa. Quiero que todo termine, y se olvide como un mal sueño. Quiero que la vida sea mejor allí, en casa. Que la gente no sufra.

– Antes de la guerra te considerabas ucraniana. ¿Y ahora?

– ¿Ahora? Como nadie. Definitivamente ya no siento más una conexión con Ucrania, porque Ucrania nos ha traicionado. Bueno, esta es mi opinión personal. Probablemente por eso queremos tanto ser reconocidos por Rusia. Queremos ser considerados como alguien.

– ¿Y por qué hablas de traición?

– Porque matar a los suyos es una traición. Tal vez no conozco todos los detalles de lo que pasó. Porque hay muchas opiniones, hay muchas teorías, esto es comprensible. No pienso mucho en política, a mí no me interesa en particular. Pero me da mucha pena, y es muy decepcionante que Ucrania se haya portado así con nosotros. Para mí, esto es una traición.

– ¿Qué quieres decir con “matar a los suyos” …

– Nos considerábamos ucranianos. Y ellos también son ucranianos. Y lo que pasó, bueno, es como una madre que abandona a su hijo. A nosotros simplemente nos echaron. Y, además, están matando. No sé explicarlo de otra manera.

– Leo a los ucranianos en las redes sociales y ellos consideran que sois vosotros los traidores. Separatistas que, junto con Rusia, lucháis contra el ejército de vuestro legítimo Estado.

– Creo que preferiríamos vivir una vida tranquila y pacífica. Pero ellos vinieron aquí con una guerra, comenzaron a bombardear, ¿cómo no considerarlo una traición? ¿Era realmente imposible resolver el problema de otra manera, sin guerra? Entiendo que en principio no les interesaba lo que aquí pensábamos nosotros. Consideraban que, si el territorio es suyo por ley, no importa lo que piensen las personas que viven allí. Entonces resulta que necesitan nuestra tierra y no necesitan a nuestra gente. Tal vez piensen que somos malos, ya que nos gusta más Rusia que Ucrania. Pero es comprensible el porqué. Porque Rusia no nos ha hecho nada malo, Rusia nos está ayudando. A las familias numerosas, a aquellos, cuyos padres fallecieron… Y Ucrania pretende rematarnos.

– Los ucranianos dirían a esto: ¿cómo es que Rusia no os hizo nada malo, si fue quien desató esta guerra?”.

– Aun si es así, mira donde estamos cuando se han reanudado las hostilidades: no estamos en Ucrania, sino en Rusia. Aquí nos ayudan, tenemos excelentes condiciones, nos dan de comer y de todo.

– Los ucranianos dirían: “Volved a Ucrania”.

– Bueno, ¿cómo te lo imaginas: ellos disparan contra nosotros, y debemos ir con ellos para salvarnos?

De hecho, fui. En 2014 mi madre nos envió a mí y a mi abuela a Dnepropetrovsk para esperar que terminara la guerra. Nos quedamos allí durante un año, y muchas personas nos miraban con recelo. Especialmente en la escuela, era una humillación constante. Estaba en tercer grado: me quitaban la mochila, lo tiraban por toda la clase y gritaban: “Eres de Donetsk, ¿qué haces aquí? Lárgate”. No podía entender entonces por qué tanta crueldad. Y ahora tampoco lo entiendo. Tiraban piedras, insultaban… Me humillaban constantemente porque yo era de allí. “No debes estar aquí, márchate con los tuyos”. Fue muy difícil para mí.

Sólo había dos chicas, Eva y Ulia, que me trataban bien. Jugaban conmigo, nos hicimos amigas, nos intercambiamos regalos… bueno, solo con ellas me convertía en una niña normal. Pero a Eva su madre le intentaba prohibir que se comunicara conmigo. Sí, hasta allí llegó. Pero cuando fui a casa de Ulia, sus padres me recibieron muy bien. Además, nuestros vecinos eran muy buena gente, me daban dulces, ropa. Porque en ese momento no podíamos permitirnos mucho. Sin embargo, ese año fue muy difícil para mí. No sentía que aquella fuera mi gente, que yo era una de ellos. Ni que a mí me tuvieran por suya.

Luego, un año después, mi madre decidió que se podía volver a Donetsk. Y volví a estar rodeada de conocidos, amigos, nada de insultos. Y nunca más fui a Ucrania.

– ¿Tienes amigos de Ucrania en las redes sociales?

– No, no tengo a nadie. Los tengo de Rusia, de Kazajstán, pero no de Ucrania.

– ¿Cómo ves tu futuro?

– Por ahora me gustaría seguir estudiando. Quiero ser psicóloga. Quiero viajar a Kazajstán, me parece que es un país hermoso, y son muy buena gente. Quiero ver San Petersburgo. Y luego quiero construir mi vida.

– ¿Alguna vez quieres ir a Ucrania?

– No. No veo ningún sentido en esto. ¿Para qué ir allí donde no me van a considerar una persona?

– ¿Qué esperas ahora para Donetsk?

– Para mí, lo más importante es que cesen las hostilidades. Incluso si seguimos siendo la RPD. Solo quiero que la gente de Donetsk no sufra. Aún sin conocer a todo el mundo, son mi gran familia. Quiero que Donetsk sea reconstruido, que se desarrolle. Es la ciudad en la que crecí y no quiero verla en ruinas. Si ya empezado, será mejor que Donetsk pertenezca a Rusia. Sí, honestamente. Creo que entonces tendremos más oportunidades. Y viviremos mejor.

***

Por la noche el camino de Taganrog hasta el centro de Rostov toma un poco más de una hora en taxi. A eso de la mitad del camino termina el discurso de Vladímir Putin. El conductor cambia constantemente de estación de radio en busca de noticias. Finalmente llega a las ondas de la ciudad, que se ha convertido esta noche en el centro de atención de todo el mundo.

– Dmitri, estás en Donetsk ahora, ¿cómo va todo? – el presentador del programa se ahoga de júbilo – ¿La gente ha salido a la calle a celebrar? ¡¿Qué están diciendo?!

– La gente no ha salido a la calle, – responde secamente el corresponsal, – porque ahora hay toque de queda en Donetsk.

El taxista apaga la radio; seguimos el camino en silencio y oscuridad. Y a nuestro encuentro una interminable columna de camiones militares avanza hacia la frontera de la recién reconocida República Popular de Donetsk.

Se han cambiado algunos datos biográficos de los interlocutores de Kommersant, sin desvirtuar el significado.

Alexandr Chernij, Taganrog – Rostov del Don