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Por Gustavo Espinoza M.
Los elementos básicos para percibir el contenido de la etapa que asoma en el Perú de nuestros días, ya están prácticamente jugados.
El Congreso de Perú Libre celebrado el pasado 24 de julio no arrojó sorpresas, sino afirmaciones. Se ratificó en el evento la esencia y el contenido del Partido, así como su papel y las tareas que deberá encarar en la circunstancia.
En lo fundamental, coherencia entre teoría y praxis -entre la doctrina y realizaciones- fue el signo que envolvió a un certamen que contó con la presencia de Castillo.
La elección de la Mesa Directiva del Congreso, en cambio, sirvió para diseñar la línea de trabajo a la que habrá de ceñirse el Poder Legislativo. La Cámara, bajo el pretexto su “independencia”, tomará distancia y no se comprometerá con los proyectos del nuevo Mandatario. Por el contrario, buscará diseñar una estrategia opositora de “baja intensidad” que irá en ascenso según los cálculos de la reacción.
Para practicar esa política de manera cómoda y sin ataduras, la alianza parlamentaria que llevó a la señora Alva a la jefatura del Legislativo, resolvió prescindir de Perú Libre, y bloqueó sin argumentos solventes, la posibilidad de incorporarlo aunque fuese en minoría a la Mesa Directiva de la Cámara.
El discurso Presidencial del 28 de Julio –el tercero de los elementos esperados- constituyó la pieza más sólida a considerar. Fue ciertamente un diseño de la historia, un análisis del proceso social, una mirada inquisitiva a la dramática realidad peruana, y una promesa de cambio que habrá de proyectarse sólo con un activo respaldo ciudadano.
Elemento central, sin duda, fue la iniciativa referida a la nueva Constitución del Estado, proyectada para reemplazar al írrito legado de la dictadura Fujimorista y al que hoy la clase dominante se aferra con uñas y dientes.
Orientado para cambiar el “modelo “Neo Liberal impuesto en los inicios de la década de los 90 del siglo pasado, el proyecto del nuevo oficialismo busca valerse de todos los resortes constitucionales aún vigentes, y forzarlos también, si ello fuera necesario no para “quebrar la democracia” como dice la “Prensa Grande”; sino más bien para dotarla de un verdadero sesgo de participación ciudadana, el que requiere precisamente para afirmar su función democrática.
El Gabinete Ministerial que pondrá en marcha las acciones del nuevo Gobierno asoma como el más polémico. De hecho la Oposición lo esperó con el sable desenvainado y desató contra él los ataques más feroces. No debiera sorprender que eso ocurra. Casi podría decirse que estaba cantado.
Cualquier propuesta que esbozara el Presidente Castillo para integrar su equipo de Gobierno, iba a ser cuestionada con uno u otro argumento, pero objetada siempre.
Cuando se planteó la posibilidad que liderara ese grupo de trabajo Verónica Mendoza, llovieron ataques contra ella. Cuando se dijo que ese puesto estaría destinado al señor Roger Najar, cayó fuego. Y luego cuando asomó el nombre de Guido Bellido, se repitió la historia. Con cada uno de los integrantes del Gabinete sucederá lo mismo.
No querrán a ninguno que esté dispuesto a asumir esa tarea. Desfilarán entonces, uno tras otro, echando estiércol, todos los exponentes de los grupos reaccionarios. No hay que esperar otra cosa.
Si por ventura, se le ocurriera a Castillo nombrar como Primer Ministro a Galarreta, Martha Chávez, Mauricio Mulder, Del Castillo, la Beteta o cualquiera vinculada a “La Chika”, o integrar su Gabinete con algunos de ellos, los críticos de hoy batirían palmas.
El instalado el jueves 29, no es enteramente homogéneo. Tiene, por lo demás, unos lados claros y otros un tanto oscuros. Pero el problema, no son las personas, sino el rumbo político. Y eso, por lo menos ahora, está garantizado.
No es que la oposición –fragmentada y dividida, además- busque propiamente la confrontación. Lo que pretende es desacreditar y descalificar al gobierno, minar su base social, denigrar su imagen en el seno de las masas.
Y eso, porque aspira a promover la vacancia del Mandatario apenas pueda lograr los votos necesarios para ese efecto. En el empeño, se jugará hasta la camisa.
Independientemente de ello, alentará otras alternativas. Por un lado, promoverá un clima de ingobernabilidad, alimentando el descontento de las masas por la crisis. Por otro, pretenderá dividir al gobierno, enfrentando a unos contra otros.
Y claro, en el contexto concreto buscara aislar a Perú libre enfrentándolo a sus aliados, comenzando por Nuevo Perú. Y el Golpe -como solución a sus angustias- no está descartado.
A todos hay que decir que no se pierda de vista el escenario. Pueden, y deben confiar en la fuerza del pueblo y su instinto de clase; en la firmeza mostrada por Pedro Castillo; y en el vigor de un proceso social caudaloso y heterogéneo, que puede conocer diversas expresiones, pero que tiene un común denominador: la lucha por revertir la crisis, tomando en sus manos la bandera popular.
Si de hecho, nos une y fortalece el hacer viable ese proyecto; no nos puede separar el interés personal o partidista en el desempeño de una función que siempre habrá de ser episódica y puntual.
El vendaval que se aproxima, nos debe encontrar a todos juntos y con la bandera en la mano.