Vehículo militar armenio destruido por un dron
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Ricardo Sánchez Serra
En mi visita a Bakú, en Azerbaiyán, me llamó la atención el parque de Trofeos Militares, edificado luego del triunfo azerí sobre las tropas armenias y ubicado frente al bulevar del mar Caspio.
Allí se exhibe todo el armamento incautado y abandonado de las fuerzas armadas de Armenia y de la fantasmagórica República de Artsaj -de la Guerra de 44 días, ocurrida entre setiembre y noviembre de 2020- como carros de combate, tanques, cañones, misiles, en su totalidad de origen soviético o ruso. Busqué armamento de origen de Irán y de Francia, que apoyan a Armenia, pero no los encontré.
Inaugurado en abril de este año, en el parque se muestran maquetas del sistema de defensa y recrea un bunker armenio, con trincheras antitanque, zonas minadas y maniquíes de los soldados armenios.
Los azeríes muestran orgullosos el parque militar, como lo hacen numerosos ejércitos del mundo, para recordar su victoria frente a los armenios y la recuperación de Karabaj, territorio de Azerbaiyán, reconocido internacionalmente, y que estuvo en manos de los armenios durante 30 años, luego de la I Guerra de Karabaj; y que, como informamos, todo estaba destruido y arrasado por los armenios, y lleno de minas, por lo que tardará una decena de años la reconstrucción y el regreso de un millón de azeríes desplazados durante la ocupación armenia.
Herodoto señalaba: “Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba, en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba”.
