Ricardo Sánchez Serra
Miguel Ángel Rodríguez Mackay ni siquiera se ha sentado en el sillón de Torre Tagle y ya los rojos y caviares se han mostrado aterrorizados y han enfilado sus baterías contra él.
Lo primero que hay que saber es que no es un improvisado, ni un desactualizado, conoce el tema internacional al dedillo, la tradición de la política exterior peruana y sus grandes maestros como Alberto Ulloa Sotomayor o Raúl Porras Barrenechea, entre otros.
Lo primero que seguro hará es poner orden en la casa y en la Academia Diplomática (ADP). En el primer caso, el tema de los ascensos de los diplomáticos, primando la meritocracia y no esa “nota de concepto”, que corrompe el sistema y no debe ser determinante. Un 0.2 %, para arriba o para abajo, del total de la nota del postulante, debe ser lo justo.
En el caso de la ADP, los reajustes de los catedráticos: él conoce por qué no fue profesor allí y no se sabe por qué el excanciller Francisco Tudela tampoco lo fue.
En el tema de las relaciones internacionales, es un defensor a ultranza del derecho internacional, pero también de la realpolitik, que privilegie los intereses del Perú. Volverá, esperemos, a la tradicional postura de la Cancillería y sin el tinte ideológico que desnaturaliza y aísla al país del concierto internacional.
Aguardemos tenga el margen para hacerlo y esa habrá sido una condición respetuosa para aceptar el cargo. Además, significa un giro positivo, casi radical en su nombramiento y sus nuevas directrices para la política exterior, que hay que apoyar y que el presidente lo respaldará por el bien del Perú.
Seguro que, estará en sus planes, no admitir que se reabra la Embajada de Corea del Norte, ni se asiente la Embajada iraní en Lima, ni tampoco abrir una sede en Ramallah. Menos que se acepte se abra la Embajada de la inexistente República Saharaui (RASD).
En este último caso se debe restablecer las buenas relaciones con Marruecos, respetando a cabalidad su integridad territorial, anulando el reconocimiento a la RASD y volviendo a apoyar los esfuerzos de las Naciones Unidas con la tradicional neutralidad positiva y recobrando la seriedad en el concierto internacional, no perdiendo ningún voto, de ningún bloque, para que el Perú pueda postular con éxito a un comité o institución de las Naciones Unidas.
En la política exterior se debe ser consecuente y más con los países amigos, como Marruecos, que demostró su gran apoyo al Perú en momentos particularmente decisivos, como en el caso del Consejo de Seguridad y otras importantes contribuciones marroquíes, en defensa de la integridad marítima peruana.
Por otra parte, el Perú debe reabrir su Embajada en Azerbaiyán, país influyente en el Cáucaso, potencia en hidrocarburos y presidente del Movimiento No-Alineado. La sede fue cerrada caprichosa y sorpresivamente, por un informe de la propia novel embajadora y aceptada por la Cancillería.
Asimismo, lograr que Serbia reabra su Embajada en Lima, cuyo retiro se debió a la ligera decisión de reconocer a Kosovo.
Rodríguez Mackay tiene mucho por reconstruir y ojalá tenga el tiempo para hacerlo y no solamente lo mencionado, sino también corregir algunas decisiones, no condenar ni parcializarse con ninguna potencia en sus problemas bilaterales -no comprarse el pleito criollamente hablando-, dar mayor fuerza al latino americanismo -sin importar el tinte- especialmente a la Comunidad Andina y apostar más por el multilateralismo constructivo.
La mejor de las suertes a él y para el Perú. Respaldarlo es vital.