El jardín de mi tía

Por Andrea Chirinos C.

11:24 a. m. Ciudad Mi Trabajo, Socabaya, Arequipa

Entonces fui al Jardín de mi tía. Tenía que hacerlo, después de todo, le había prometido ir cuando tuvimos un encuentro familiar en la casa de la mamá Dina.

¡Pero que lúcida está! –le dije a mi papá.

Imagínate pues, llegar así a los 97 –me responde, aún sorprendido por la edad que tiene su abuela– que con todos los años encima, aún recuerda el nombre de una de sus muchas bisnietas.

En el camino, le escribí a mi tía avisando que iría con mi cámara. Hace poco había descubierto este nuevo amor a los niños y quería probar si era circunstancial o no.

Y como supuse, aquel martes de agosto del 2017, sucedió algo importante.

Apenas saqué la cámara de su estuche, los niños empezaron a pegarse y empujarse, buscando que el ojo de la cámara, o el mío, se centre en ellos. Podía notar cómo evaluaban sus acciones, sin dejar de ser espontáneos al mismo tiempo.

Tan libres, tan curiosos y tan reales.

Los miraba y comprendía cómo aún no habían absorbido todo lo bueno y malo que la vida tiene por ofrecerles. Los miraba y anhelaba ser niña, aunque realmente de mi niñez me acordaba medianamente poco.

Y allí, en medio del desorden y la empujadera, conocí a Ezra.

Me llamó la atención desde que entré al patio. Los niños estaban en el recreo corriendo de un lado a otro, pero había uno que estaba solo en una esquina. Parecía no integrarse con el resto de niños y no, no era un tema de timidez.

Lo podías ver en sus expresiones, en lo perdida que andaba su mirada, sus movimientos en diacronía.

Tiene algún tipo de retraso –me dijo mi tía.

¿Y qué se hace en esos casos? –pregunté sin despegar la mirada de Ezra.

¿A qué te refieres?

No se… ¿no debería tener una educación especial?

Por el momento, es donde sus padres pueden llevarlo –continuó– además aún es chico.

El tema quedó un poco en el aire y no volví a preguntar al respecto, pero la duda me quedó por un tiempo.

¿Recibirá la educación que, dada su condición, merece y necesita tener?

¿Cómo sobrevivirá a esta sociedad, especialmente en el Perú, tan poco empática con el otro?

No volví a visitar el jardín de mi tía. No porque no quisiera, sino porque nunca regresé a Arequipa por tanto tiempo. Muchas cosas pasaron en tres años.

La mamá Dina falleció a sus 99 años, tuve la oportunidad de participar en un taller de yoga para niños especiales y, recientemente, grabé un video para un colectivo que busca generar mayor consciencia y empatía para personas con discapacidad.

Esta historia va para ti, pequeño Ezra. Espero visitarte pronto, seguramente estás enorme.