Restos de edificaciones en Ganjá, una ciudad a 100 kms. del conflicto, atacada por misiles balísticos
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Exclusivo desde Karabaj, Azerbaiyán
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El viaje a una zona en la que acaba de realizarse una guerra es apasionante, pero triste a la vez, por toda la destrucción que causa un conflicto bélico y por el odio que hace que el ser humano se transforme en una bestia de la peor especie, carroñero, salvaje y bárbaro.
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Ricardo Sánchez Serra
Bakú y Karabaj. Por primera vez periodistas peruanos visitamos las zonas azerbaiyanas de Karabaj como Fizuli, Jabrayil -borrada del mapa por los armenios- y Shushá, además de Agdam -tristemente conocida como la Hiroshima del Cáucaso-, arrasada completamente durante la invasión armenia y que fueron frente de batallas.
Mezquitas destruidas o convertidas en establos, tumbas profanadas, monumentos históricos pulverizados, palacios de kanes desmoronados, localidades devastadas por los ocupantes armenios, configuran un panorama dantesco en la recuperada Karabaj, por las fuerzas militares azeríes, luego de 44 días de guerra a fines del año pasado.
Además, llegamos a Ganjá, la segunda ciudad más grande azerí, ubicada a cien kilómetros del conflicto, en donde cayeron misiles balísticos armenios, matando a 26 personas -entre ellos niños- e hiriendo a cientos de personas. Los ataques a poblaciones civiles son crímenes de guerra. Los armenios pensaron que este tipo de ataques tenían como objetivo minar la moral de los azeríes, pero fue un bumerán. Miles de azerbaiyanos de todo el país salieron a las calles para exigir dureza a su Gobierno.
Nagorno Karabaj o Alto Karabaj es una región en la que convivían las etnias armenia y azerí, fue parte de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán y en la que en 1991 la etnia armenia proclamó la República de Artsaj, no reconocida por ningún país del mundo.
Karabaj es oficialmente parte de la República de Azerbaiyán, y sus fronteras son reconocidas internacionalmente (cuatro resoluciones del Consejo de Seguridad la respaldan), salvo por Armenia, que dicho sea de paso se apoderó de la zona -y de siete distritos adyacentes como colchón o franja de seguridad-, en la guerra de 1992 -de la que huyeron un millón de azeríes- y hoy después de 30 años, en la II Guerra de Karabaj, Azerbaiyán recuperó su territorio, aunque quedan enclaves armenios que ponen en vilo el cese del fuego, firmado -el 9 de noviembre de 2020- por Rusia y los dos países en conflicto, siendo firmantes el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, el primer ministro de Armenia, Nikol Pashinián, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Como paréntesis mencionaremos que nos entrevistamos con una familia de desplazados azeríes de Zanguilán -que se encuentra en Bakú- que con emoción nos expresaba que está dispuesta a regresar a su tierra inmediatamente. Pero debido a miles de minas que tendrán que ser erradicadas y al periodo de reconstrucción -que empezó ya el Gobierno, con un presupuesto de 2 000 000 000 de dólares solo en el 2021- pasarán aún, por lo menos, entre cinco y diez años.
El presidente Aliyev construyó 116 complejos habitacionales, en donde viven unos 320.000 refugiados. El resto vive con familiares y amigos (antes del 2007 vivían en campamentos), y un 70 % espera la luz verde para regresar a sus tierras, conforme informó Rovshan Rzayev, director del Comité Estatal para Asuntos de Refugiados, quien además dijo que se habían gastado 7 000 000 000 de dólares en su manutención.
Minas obstruyen reconstrucción
Salimos de Bakú -la capital azerí- con un diplomático azerbaiyano, que se desempeñaba como traductor, y periodistas de México, Costa Rica y Colombia, rumbo a Karabaj y a algunas ciudades que habían sido tomadas por los armenios como “colchón” de seguridad.
En todo momento nos aconsejaron que no nos alejemos del grupo por las minas personales y antitanque que habían sido sembradas por doquier por los armenios.
Entramos a localidades que habían sido campos de batalla -incluso se veían tanques abandonados- y en Fizuli nos esperaba un representante de la Agencia Nacional de Acción contra las Minas (Anama) -que opera con el apoyo de la Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)- que nos explicó el proceso de remoción de minas y sus emplazamientos.
“Actualmente son tres métodos con que se realiza el proceso de desminado: la búsqueda con los perros adiestrados, la limpieza de la mina con la mano y con carros que tienen tenedores enfrente. Numerosas instituciones internacionales han ofrecido apoyo para la limpieza de minas, pero solo Turquía ha concretado la ayuda”, afirmó el funcionario de Anama.
Además, como demostración, se hizo detonar una mina a regular distancia. Parecía un fuerte temblor y ensordecedor.
La paz pende de un hilo
En el camino nos topamos con un convoy ruso de pacificadores temporales que se dirigían el corredor terrestre entre Armenia y la región de Karabaj. Se señala que son 2.000 soldados moscovitas que cautelan el cese del fuego, aunque en la noche -ya en Shushá- escuchamos disparos esporádicos provenientes de Khankendi (Stepanakert, en armenio) la capital del fantasmagórico país, Artzag, que se encuentra en territorio azerbaiyano. Esta ciudad iba a ser tomada rápidamente por los azeríes, en los enfrentamientos de noviembre de 2020, pero Rusia frenó la ofensiva para lograr el cese del fuego. Armenia ya estaba derrotada militarmente.
Devastación y más devastación
Llegamos a la ciudad fantasma de Jabrayil, en donde todo era desolación. Vimos destruidas las viviendas y el estadio conmemorativo de las olimpiadas de Rusia, además de tumbas trasgredidas. Nuestro diplomático-guía- pidió permiso para detenerse en un sector en donde vivió en la niñez con su abuelo, reconoció un pedazo de muro y volvió con lágrimas en los ojos (era la primera vez que iba al lugar después de la liberación).
Continuamos el viaje y vislumbramos las ruinas de una muralla conmemorativa por el triunfo de las quince repúblicas soviéticas en la Segunda Guerra Mundial.
Arribamos a Shushá, una ciudad emblemática para los azeríes, porque decidió el triunfo militar sobre los armenios. Está ubicada a 1500 metros sobre el nivel del mar, en una meseta, en donde para llegar había un solo camino vigilado por los armenios fuertemente armados. Parecía inexpugnable. Pero una noche las fuerzas de élite azeríes escalaron por detrás y atacaron a los sorprendidos armenios, que lucharon cuerpo a cuerpo y fueron vencidos. No tuvieron tiempo de arrasar la ciudad en su retirada.
Observamos la casa de la más grande poetisa nacional, Khurshidbanu Natavan, y la de su padre, el kan de Karabaj, prácticamente arruinadas. Así como destruido el estadio del equipo de fútbol Deportivo Karabaj (conocido como el Barcelona del Cáucaso) que jugó en la Champion League de la UEFA.
Tierra arrasada
Al pasar por Agdam -otra ciudad fantasma-nos invadió la tristeza de ver el palacio del kan semidestruido, al igual que unos jeroglíficos que datan de 15.000 años, de la cueva de Azykh. Los cultivos fueron incendiados y les echaron sal, para que no vuelvan a crecer. Esta ciudad azerbaiyana estuvo en manos armenias durante 30 años y como decía el aforismo “en donde pisaban ya no crecía el césped”.
Dicho sea de paso y de acuerdo a lo manifestado por Leyla Abdullayeva, vocero del Ministerio de Asuntos Exteriores, solo en Agdam existen 97.000 minas. Y desde que los armenios se retiraron de la ciudad, se han producido más de doscientas víctimas, entre muertos y heridos.
Estaba igualmente deshecho, el Museo del Pan -construido en 1980 y en donde se exhibían 150 tipos de pan, como, por ejemplo, la URSS regaló pedazos de pan que consumían los cosmonautas en el espacio y mendrugos de pan que daban a los soldados en la batalla de Stalingrado, entre otras curiosidades; y, derruido el Teatro de Arte Dramático.
Un funcionario estatal nos explicó que en Agdam vivían cerca de doscientas mil personas y cuando la reconstruyan -calculan que tardarán diez años- podrán habitarla unas cien mil en la metrópoli y otras cien mil en los pueblos cercanos y se convertirá en la cuarta ciudad industrial de Azerbaiyán.
“Cuando regresen los refugiados tendrán sus casas más un sector para desarrollar la agricultura, una universidad con capacidad de diez mil estudiantes, habrá 190 hectáreas para un parque industrial, las empresas estarán libres de impuestos por diez años, hotelería, salas de conferencias, tranvías, teatros, estadio de fútbol, hospitales”, agregó.
De otro lado, cabe mencionar que en Karabaj había 2.600 manifestaciones culturales, de diferentes categorías (monumentos, estatuas, teatros, museos, mausoleos, palacios reales) y la cueva Azykh, del periodo paleolítico; y, luego del monitoreo, el 95 % estaba destruido.
“Los armenios violaron el Convenio de La Haya de 1954, que ordena preservar la herencia cultural durante los conflictos armados. El objetivo era erradicar la herencia cultural en esos territorios, para luego demostrar al mundo que Azerbaiyán no tenía su huella cultural”, señaló un representante del Ministerio de Cultura azerí.
El odio daña más al que odia
Al finalizar la travesía, los periodistas nos preguntábamos ¿por qué tantas atrocidades? ¿por qué los armenios trataron de borrar todo vestigio cultural e islámico? Si los armenios, que se consideran cristianos, ¿por qué aplicaron conceptos de tierra arrasada y destruyeron todo en sus 30 años de ocupación y en su retirada, si se supone que esa tierra la consideraban suya?
De otra parte, los armenios deben brindar los mapas que indican en dónde enterraron sus miles de minas para evitar mayores sufrimientos, si no lo hace la comunidad internacional debe obligarlos bajo pena de sanciones.
Al mismo tiempo, deben terminar con el revanchismo e iniciar, ambos pueblos, una era de perdón por los excesos y de confianza y paz, para el desarrollo de sus países.
Las guerras solo traen dolor y miseria. Y como señala uno de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, el general Dwight Eisenhower: “Odio la guerra, ya que sólo un soldado que la ha vivido, es el único que ha visto su brutalidad, su inutilidad y su estupidez”. (Publicado en Expreso, de Lima-Perú)