por Andrea Chirinos
Un gato se robó mi media.
Efectivamente, fui parte de un plan delincuencial armado y realizado por el gato negro, que de paso se llama Negro, que vive en mi casa.
Era una mañana como cualquier otra.
Me despertaba con toda la pereza del mundo para bajar a hacer mi sadhana, mi yoga matutino.
Me vestí y bajé con mis medias negras bien puestas a la sala, a ese espacio que da la impresión que es enorme por la falta de muebles que cierto nuevo dueño de casa olvidó comprar.
Pero mejor, pienso, me gustan los espacios grandes y los techos altos, se siente como si la mente pudiera expandirse y entrara más aire a los pulmones.
Me quito las medias y las dejo sobre el mueble que da hacia la ventana. Visibles, ambas.
El gato anda rondando por ahí, lo siento por los estornudos pequeñitos que lanza de tanto en tanto. El pobre está enfermo hace ya algunos días y creo fervientemente que se enfermó porque anda descalzo y no tiene una cama apropiada.
Termino la práctica, cojo mis cosas sin percatarme si tengo todo lo que bajé y regreso a mi habitación.
Después de un rato metida en la laptop, me doy cuenta del hecho irremediable: La media no está.
Una está al borde de mi cama y la otra no está a la vista, pero intento no darle mucha importancia. De todas formas, la cama no está tendida, puede haberse escurrido entre la frazada y la sábana, o la frazada y la otra frazada. Hay muchas posibilidades alrededor de un hecho tan pequeño, entonces elijo no darle mucha importancia.
La ansiedad llega como esa vieja amiga que te recuerda que aún existe a pesar de que tomaron caminos diferentes. Entonces arreglo el cuarto minuciosamente, pero a la vez, un tanto desesperada, lo cual anula un poco la minuciosidad. La media sigue sin estar.
Pues sí, yo la vi también en la sala y de ahí no la vi más – me había dicho mi compañera de piso.
Llevo semanas intentando encontrar esa bendita media que se perdió de la forma más tonta posible: en garras de un gato negro que se llama Negro.
Cierto día, la media volvió a mi cabeza y le dedique gran parte de mi mañana en buscarla. Cabe resaltar que el lugar no es tan grande como para dedicarle tanto tiempo a una media.
Empecé a observar a Negro, observar sus movimientos y sus más oscuros escondites.
Detrás de la lavadora, del refrigerador, por ahí entre su comida y sus medicinas. Entre una impresora vieja y unas cajas llenas de libros. La media no estaba, eso era un hecho indiscutible.
Deja de dedicarle tanto tiempo a tu media perdida – me dijo Rodrigo un día – Avanza con otras cosas.
Pero la búsqueda y el tiempo invertido no van solo por la simple pérdida de una media. No, eso sería ridículo.
¿Qué significa la media en mi vida y por qué la pierdo con tanta facilidad? – me pregunté una mañana, una más sin mi media negra.
¿Qué haces con las medias? – me había dicho Carlita hace unas semanas, mientras buscábamos emparejar las medias de una bolsa de medias perdidas con otra bolsa de medias perdidas.
Lo cierto, dentro de lo que podemos observar con el paso de años y en distintos contextos, es que todos tienen una bolsa de medias perdidas en sus casas. Las medias siempre se pierden y no siempre podemos culpar a un gato negro, llamado Negro, al respecto.
El dueño, del gato y de la casa, terminó encontrando la media semanas después en medio de la sala. Negro había encontrado el momento perfecto para devolvérmela sutilmente y que nadie pudiera culparlo del delito. Negro y yo cruzamos miradas y supe que, aunque en teoría había ganado la batalla, quedaban muchas más por venir.