Víctor Corcoba Herrero
Escritor español
(Sin la sabiduría del discernimiento, nada toma sentido y todo se desfigura. Deformada la conciencia, nos desnutrimos de sentimientos y perdemos la esperanza para reorientarnos. Convertidos en marionetas, a merced de las tendencias del momento, hay que reconvertir el carácter. Porque, escuchar la voz del alma, es lo sensato para ponerse en camino y fortalecerse).
I.- CÓMO DIGERIR LA APTITUD
Reconocernos y conocernos es vital;
lo que requiere espacios de silencio,
para entrar en visión con uno mismo;
dejándose acompañar de la soledad,
para componer y recomponer el ser.
La mejor capacidad, radica en verse
y en moverse, con la destreza viva;
de acoger la luz y recogerse en ella,
de manera que la realidad reluzca,
en su vocación de dones para todos.
No hay mayor anhelo que quererse,
para poder amar y sentirse amado;
pues practicar el corazón a corazón,
es lo que nos hace sonreír cada día,
antes de que los llantos nos lapiden.
.II.- CÓMO DESCIFRAR EL MOMENTO
Somos dueños del instante preciso,
aunque el tiempo pertenece a Dios,
que es quien nos otorga la fortaleza,
y el empeño necesario para vivirlo,
pues cada ser labra su propio ciclo.
Lo importante es penetrar en uno,
ahondar en la nívea contemplación,
no dejarse engañar y perseverar,
en la adecuada y justa orientación,
de conducirnos y de reconducirnos.
Cada época tiene su singular andar,
lo que nos requiere morar atentos,
para enmendar caminos andados,
y perfeccionar los pasos ya dados,
de reparar y reprender al culpable.
III.- CÓMO PERCIBIR LAS TENTACIONES
Contra el trance de adormecernos,
de dejarnos aletargar la conciencia,
es ineludible permanecer en guardia,
para saber discernir las situaciones:
de cubrir el bien y descubrir el mal.
Practicar el ejercicio de quererse,
sentirse vivo de amor y cultivarlo,
ejercitar el examen de la voluntad;
es un modo de crecer y de abajarse,
de no caer en turbaciones anímicas.
La ira del maligno siempre vuelve,
nunca se debilita de persuadirnos;
nos fascina la capacidad de seducir,
hasta el extremo, que hay que pedir
al Señor, el don de no anestesiarse.