Ricardo Sánchez Serra*
Por conveniencia, ideología, prejuicio, pura ignorancia o rusofobia, algunos pseudointelectuales eluden explicar las verdaderas razones detrás de la intervención rusa en Ucrania mediante la operación militar especial del 24 de febrero de 2022. Prefieren construir un relato sesgado, retratando a Moscú como el agresor.
Estas narrativas han sido intensificadas de manera insidiosa por una maquinaria propagandística occidental, operada por agencias de inteligencia y compañías especializadas en marketing político. Con un aluvión de desinformación, lograron manipular la opinión pública y eliminar espacios de pensamiento crítico al censurar medios rusos.
Analistas, periodistas y destacadas corporaciones mediáticas se sumaron a este juego de distorsión, consolidando su “credibilidad” en un entorno donde las voces disidentes eran etiquetadas como prorrusas, agentes o espías y sometidas al desprestigio.
Sin embargo, las estrategias de desinformación están sufriendo un duro revés. La verdad comienza a salir a la luz, impulsada, entre otros factores, por la postura disruptiva de Donald Trump. En un movimiento políticamente audaz, el presidente estadounidense se negó a condenar a Rusia y urgió a Volodímir Zelenski a iniciar negociaciones, advirtiendo que, de no hacerlo, Ucrania podría enfrentarse a una devastación total o incluso a la pérdida de su propia existencia como nación.
La Resolución 2698 del Consejo de Seguridad de la ONU destaca en este contexto: implora un cese rápido del conflicto y aboga por una paz sostenible, omitiendo críticas a Rusia. Esto marca un cambio significativo en la postura diplomática internacional, desestabilizando las posiciones belicistas sostenidas hasta el momento.
Los críticos de Trump, incapaces de aceptar este giro, lo acusan irreflexivamente de ser prorruso o lo sitúan en escenarios de chantaje por parte del Kremlin. Este absurdo solo refleja la desesperación de quienes no logran sostener su relato tras años de manipulaciones mediáticas.
Trump, como es habitual, no se ata a un guion predecible. Lanza promesas de paz mientras se reserva el “garrote” estratégico: suspender la ayuda militar y de inteligencia a Zelenski o endurecer sanciones a Rusia, dependiendo del desenlace de las negociaciones. Rusia, en contraste, se ha mostrado abierta al diálogo; Zelenski, sin embargo, ha adoptado una postura intransigente, respaldada por sus aliados, incluyendo la promulgación de una ley que prohíbe negociar con Moscú.
La raíz del conflicto yace en las promesas no cumplidas. Estados Unidos, bajo la administración de George Bush, garantizó a la URSS que la OTAN no se expandiría hacia las fronteras rusas a cambio de la reunificación alemana. Sin embargo, la alianza ignoró este compromiso, y la posibilidad de que Ucrania se uniese a la OTAN cruzó una línea roja para Rusia. La percepción de una amenaza inminente, como un misil Tomahawk lanzado desde Ucrania que llegaría a Moscú en cinco minutos, llevó a una reacción predecible.
Esto representaba una amenaza directa a la seguridad y soberanía de Rusia. Es evidente que, si Rusia desplegara misiles en territorios como Cuba, Nicaragua o México, Estados Unidos no lo toleraría y respondería con una declaración de guerra.
Mientras la OTAN trivializa el acuerdo como un compromiso verbal, documentos desclasificados, como el memorándum del 9 de febrero de 1990, confirman la promesa hecha por el secretario de estado James Baker a Gorbachov en presencia del canciller Eduard Shevardnadze.
Se argumenta que Rusia violó el Memorándum de Budapest de 1994, un acuerdo mediante el cual Ucrania renunció a su arsenal nuclear a cambio de garantías de seguridad por parte de Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido, incluyendo el respeto a su soberanía e integridad territorial. Sin embargo, el golpe de Estado de 2014 en Ucrania, orquestado con apoyo de Estados Unidos, representó un punto de inflexión que, en la práctica, dejó el Memorándum sin efecto, socavando los principios fundamentales en los que se basaba.
Las conversaciones filtradas entre Victoria Nuland y Geoffrey Pyatt, así como los fondos otorgados por USAID (cinco millones de dólares), apuntan a una participación activa de Washington en la destitución de Yanukóvich, lo que generó la independencia de Crimea y la posterior anexión a Rusia mediante un referéndum amparado en el derecho de libre determinación de los pueblos, como lo estipula el Acta de Helsinki de 1975, como lo recordó recientemente el excanciller y destacado internacionalista, Francisco Tudela, y teniendo como antecedente Kosovo en 2008.
Similares argumentos sostienen las independencias de Donetsk y Lugansk, originadas tras las políticas nacionalistas del nuevo gobierno ucraniano que prohibieron la lengua y cultura rusas, desencadenando una virtual guerra civil. Los Acuerdos de Minsk I y II, concebidos para lograr el cese de las hostilidades, fueron desatendidos por Ucrania, que continuó con los bombardeos en el Dombás, causando un saldo trágico de 14,000 muertos. Del mismo modo, Ucrania incumplió su compromiso de otorgar autonomía a las regiones de Donetsk y Lugansk. Las reiteradas advertencias de Rusia quedaron ignoradas por la comunidad internacional, evidenciando una indiferencia que agravó el conflicto. Este incumplimiento flagrante de los tratados constituye un claro «casus belli», aplicable en cualquier escenario.
Los garantes de dichos acuerdos, Francia y Alemania, han admitido recientemente que los usaron para ganar tiempo y fortalecer militarmente a Ucrania. Estas revelaciones, hechas por Angela Merkel y François Hollande, exponen la falta de buena fe en las negociaciones.
Por esta razón, Trump ha decidido excluir a los países europeos de las futuras negociaciones de paz, considerando sus antecedentes como garantes fallidos y su falta de fiabilidad en compromisos previos.
La operación militar especial de Rusia respondió a reportes de una inminente ofensiva ucraniana en el Dombás, entre el 16 y 17 de febrero de 2022, que buscaba realizar una limpieza étnica. Rusia afirma haber actuado para evitar un genocidio.
Moscú no aceptará otra tregua engañosa que permita a Ucrania rearmarse con apoyo occidental. La experiencia de los Acuerdos de Estambul y el pacto de exportación de granos, incumplidos por Occidente, refuerza esta postura.
La paz es imprescindible y exige una voluntad sincera y un compromiso genuino de todas las partes involucradas. La humanidad no puede permitirse una escalada hacia una Tercera Guerra Mundial; el diálogo honesto y la búsqueda de entendimientos comunes son la única senda hacia un futuro en el que prevalezcan la razón y la esperanza sobre la destrucción.
*Premio Mundial de Periodismo “Visión Honesta 2023”