¿Se dieron cuenta que las diferencias entre nosotros los humanos prácticamente desaparecieron? ¿que de pronto conceptos como nacionalidad y territorialidad por los cuales nos enfrentamos y desangramos históricamente de repente no importan más? Reconozcamos, el covid -19 se disemina por igual entre la sociedad, pues no discrimina pobres de ricos, blancos de negros, hombres de mujeres, es igualitario y paritario, el contagio es equitativo tanto al norte como al sur, no distingue usos horarios ni paralelos.
La pandemia nos hizo comprobar que las sociedades que se sentían seguras e infalibles descubrieron como ante un beso o un abrazo esa seguridad puede derrumbarse.
También empezamos a razonar sobre aquello que es vitalmente importante y de lo que no, nos dimos cuenta que un policía, médico, enfermera o militar se siempre fueron indispensables que un personaje de la televisión basura, y hasta que un futbolista. Un hospital se hizo más urgente que un congreso lleno de gente improductiva.
Se prohibio el transito, se cerraron los estadios, se prohibieron los conciertos, nuestra vida común se afecto, nos vimos obligados a enclaustrarnos, por nosotros mismos, por los demás, así no lo lleguemos a entender. Entonces en el mundo, en nuestro universo hay tiempo para la reflexión a solas, se abrió un espacio para cuestionarnos.
Una seguidilla de estornudos nos hicieron entender que debemos cuidar a nuestros ancianos, a valorar la ciencia por encima de la economía y sus índices bursátiles.
Que nuestra escala de valores estaba perversamente invertida. Que la vida
siempre fue primero, y que las otras cosas solo eran accesorias.
No hay lugar seguro. En la mente nos caben todos y empezamos a desearle el bien al vecino, necesitamos que se mantenga seguro, necesitamos que no se enferme, que viva mucho y que sea feliz. Y junto a una paranoia hervida en desinfectantes, y en medio de compras compulsivas de papel higiénico, nos damos cuenta que si yo tengo agua y el de más allá no, mi vida está en riesgo. Volvimos a ser aldea. La solidaridad se tiñe de miedo y a riesgo de perdernos en la oscuridad total, existe una sola alternativa: ser mejores juntos.
Si todo sale bien, todo cambiará para siempre. Puede ser, solo es una posibilidad, que éste virus nos haga más humanos, y que de un diluvio atroz surja un pacto nuevo entre nosotros, con una rama de olivo para empezar de cero.»
José Briceño.