(Hallándose con Jesús, cada vez que el sol traspasa el cielo, todo es gozo y benevolencia, no hay vacío interior, únicamente palpita el entusiasmo por hacer el bien y deshacer el mal. No en vano, alumbra gloriosa la cruz de Cristo, hasta el punto que la misma palabra se hace biografía y la propia vivencia nos llena de esperanza, contra nuestro pesar).
I.- ANTE LA DULCE SENSACIÓN
Y CON LA TRANQUILIZADORA ALEGRÍA DE VIVIR
En toda savia está la eterna novedad,
de vivir y de desvivirse por caminar,
recorriendo espacios de todo calado,
con el consabido cauce de tristezas,
que se diluyen a la luz de la verdad.
Tras los mil tormentos de la noche,
se acercan los fervorosas regocijos,
y se alejan los despechos hallados;
con la obra que se encarna en amor,
y que respira un esplendoroso obrar.
Encadenarse al júbilo del donarse,
es lo que infunde gran satisfacción,
que junto a la dicha de sentirse vivo,
está la virtud de renovarse y no morir,
y de ponernos en camino cada aurora.
II.- BAJO LAS SENDAS HUMILDES,
PARA CONOCER Y RECONOCER AL SALVADOR
Sus verdaderas rutas son de aliento,
nos amó y se entregó por nosotros,
nos llenó de paz y nos lleva a Dios,
nos libró del mal y nos dio el bien,
pues en el amar está el reverdecer.
Reconocerse pecadores es un don,
es la primera señal hacia adelante,
para reflexionar y encauzar pulsos,
que nos muevan a unir corrientes,
ante el árbol de la cruz liberadora.
Lo vital es revivir cada amanecer,
dominarse a sí mismo y corregirse,
advertirse de las miserias vertidas,
hasta avergonzarse interiormente,
y mostrarse pesaroso de los pasos.
III.- PORQUE CON LA MIRADA DEL UNIGÉNITO,
NADA PERECE Y TODO REAPARECE
El fuego imaginativo del Mesías,
te conduce a recrearte y a crecer;
te hace sentir tan fuerte como ágil,
verificar que Él te ama y te busca,
que da el valor justo para seguirle.
Los ojos del Redentor nos elevan,
sólo hay que ponerse en escucha;
su propia efigie estimula a verse,
a no dejarse coger por lo frívolo,
que es lo que confunde y hunde.
Despojémonos del aire mundano,
vivamos las perspectivas celestes,
pongámonos vigilante a su mirar;
tomemos la presencia de su caricia,
el verso interminable hecho vida.
Víctor Corcoba Herrero, escritor español