Por: Gonzalo Carpio P.
Parada en la cima de esa montaña, contemplando el atardecer, está Catalina. Solo oye el canto del viento que resopla sobre ella y la hace sentir por un momento dueña del mundo. Medita. Recuerda. Se hace preguntas, las responde. Aprovecha esos minutos para estar con ella misma. Toma una decisión, quererse.
Catalina es hermosa. Todo el mundo lo sabe, menos ella. En algún momento de su vida comenzó a creer que era invisible, que nadie notaba su presencia. Pero la realidad era totalmente diferente, aunque ella no podía verlo. Catalina no era invisible, era ciega. Llevaba una venda en los ojos que no le permitía ver lo hermosa que era. No reconocía lo noble de su corazón, no se valoraba. Pero ese día, parada sobre la cima de esa montaña, viendo ocultarse el sol entre un hermoso manto de nubes, logró quitarse la venda de los ojos y por fin pudo dejar atrás su ceguera. Se reconoció hermosa. Se dio cuenta que era una buena persona, un alma noble siempre dispuesta a ayudar a los demás. Era como verse por primera vez en un espejo. Un espejo que era capaz de reflejar su interior. Entendió entonces que la persona más importante para ella en este planeta debía ser ella misma. Entendió que su felicidad no dependía de los demás, más bien dependía de ella. Que debía despojarse de los lastres que venía arrastrando por muchos años. Entendió que si aligeraba la pesada carga de su mochila las cosas mejorarían. Pero debía ser valiente, debía ponerse a trabajar en ello.
Catalina estaba decidida a sanar su mente, su corazón y sus heridas. Pero sabía que no podía hacerlo sola. Al día siguiente a primera hora de la mañana, tomó el teléfono y llamó a Gastón, un buen amigo suyo, quien de inmediato acudió a verla. Le contó la historia que estaba viviendo. Le contó los momentos difíciles que había pasado. Le contó cómo esa tarde en la cima de la montaña, llegó a la conclusión de que necesitaba tomar cartas en el asunto para superar este momento. Le pidió que le ayude a buscar un buen especialista para recibir tratamiento.
A los pocos días consiguieron una cita con el doctor Valencia. Catalina y Gastón fueron juntos al consultorio del médico. Ya en la puerta, su viejo amigo le dio un abrazo y le dijo casi al oído “Vas a estar bien, aquí te espero” Catalina asintió con la cabeza como agradeciendo las palabras y entró.
Luego de una hora y minutos, Catalina salió de consulta. Tenía los ojos rojos y algo inflamados por las lágrimas que había derramado durante la terapia con el doctor Valencia. A pesar de ello, Gastón pudo notar que su rostro mostraba un gesto de alivio, como si se hubiera liberado de un enorme peso. El muchacho se acercó a recibirla. Ambos agradecieron, se despidieron del médico y salieron del consultorio sin mediar palabra. Ya en el auto y camino a casa, Gastón le pregunto a Catalina ¿Cómo te sientes? Y ella respondió que algo aliviada, pero que no estaba segura de que la terapia le sirviera de ayuda. Gastón, que había pasado años antes por un problema similar, le dio ánimos para seguir adelante. Le dijo que la terapia continua y el tratamiento que le había recetado el médico la iban a ayudar a poder enfrentar lo que venía. Que tenía que ser paciente y constante. Pero, sobre todo, no podía darse el lujo de claudicar ahora que ya había tomado la decisión de sanar.
Han pasado casi dos meses desde que Catalina estuvo parada en la cima de esa montaña. Han sido días duros, de intensa lucha. Días buenos y días con bajones. Días en que tenía ganas de comerse el mundo y días en los que no quería ver a nadie. Catalina hoy es una guerrera. Sigue firme en su propósito de salir adelante, de no rendirse, de cumplir con su tratamiento al pie de la letra, de asistir sin falta a cada consulta con el doctor Valencia, de demostrar de qué madera está hecha, de ser valiente a pesar de las adversidades, de sobreponerse cada vez que quiere tirar la toalla.
Catalina ha de volver a ver como se oculta el sol en ese manto de nubes, desde la cima de la misma montaña en la que estuvo cuando entendió lo que le estaba pasando. Volverá para sentirse nuevamente dueña del mundo por un momento. Pero sobre todo volverá para gritarle al viento su triunfo. Para gritar a voz en cuello que logró cumplir su cometido y que ya no es más esa muchacha que se creía invisible. Que su ceguera fue temporal y que logró imponerse ante la adversidad. Que no hay nada imposible de resolver si uno pone actitud y coraje inquebrantable. Que ahora, de verdad se quiere.