Los que conocemos algo, algo, de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores, es que no les simpatiza que un profano pueda sugerirles o recomendarles una pizca en un tema internacional.
Ellos son, sin duda, los profesionales de la diplomacia. Se han quemado las pestañas muchos años y han pasado por innumerables experiencias que los hacen curtidos en las relaciones con los países, en las negociaciones individuales o por bloque, en los “toma y daca” en las votaciones en las Naciones Unidas.
La diplomacia peruana es prestigiosa y está bien considerada y por ello –y entre muchas satisfacciones – a partir del próximo año ocuparemos un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad. Los grandes maestros como Alberto Ulloa, Carlos García Bedoya, Juan Miguel Bákula o Javier Pérez de Cuéllar, sembraron y cosecharon una gran estirpe de diplomáticos.
Aún así, conociendo su gran experiencia, me permito transmitirles unas palabras, que como señala Rochefoucauld: “Es necesario tener tanta discreción para dar consejos, como docilidad para recibirlos”.
El Perú y Ecuador estaban conversando sobre la construcción de un muro en la frontera que acompaña al Parque Lineal Huaquillas y que motivó la protesta peruana. En medio de las conversaciones, nuestra Cancillería decidió “llamar en consulta” a nuestro embajador en Quito, Hugo Otero.
Pregunto y solo pregunto ¿era necesaria esa medida? ¿No se pudo seguir dialogando? ¿No se supo ser más tolerante?
Y lo menciono por un antecedente: las relaciones peruano-ecuatorianas se encuentran en un gran nivel, como nunca en nuestra historia. Gracias a ello, por ejemplo, Ecuador no quiso participar –pese a la presión chilena- como tercero en el diferendo marítimo peruano-chileno en la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
Está claro que por esa “deuda”, digámosle así, no debemos permitir algún exceso ecuatoriano. Pero ¿no había otra salida que cortar la rueda de consultas y retirar a nuestro embajador? Y vuelvo a preguntar ¿No se pudo ser más tolerante?
De otro lado, hay fuertes presiones a la Cancillería para que se expulse al embajador venezolano, Diego Molero. Está claro que la Cancillería no se deja presionar, porque además, los intereses nacionales están por encima de otras propensiones.
Mi opinión es que, pese a los antecedentes y dimes y diretes entre nuestras autoridades y las venezolanas y comunicados van y comunicados vienen, no se debe llegar a esa medida extrema. Ya el Perú retiró definitivamente a su embajador en Caracas. No lo han hecho otros países de la región, pese a que en estos casos las cancillerías actúan en bloque. Respeto la decisión soberana del Perú, aunque no necesariamente la comparto.
Estoy firmemente convencido que una expulsión del embajador Molero, no ayudaría a nuestros connacionales, motivaría que a su vez por reciprocidad el gobierno venezolano eche a nuestros diplomáticos y podría considerarlo como una agresión.
Recuérdese, como ejemplo, la hostilidad reciente de Arabia Saudita contra Catar, que motivó incluso que este último país expulse a todos los ciudadanos sauditas. No digo que Venezuela lo vaya hacer con los peruanos, pero tampoco es ciencia ficción.
Los diálogos deben continuar, la tolerancia debe proseguir. Las medidas extremas conllevan a medidas radicales. No es conveniente la escalada. Solo exhorto a la prudencia y más prudencia.
Por Ricardo Sánchez Serra