La cineasta Sugandhi Gadadhar pasa la mitad del mes documentando la vida salvaje en los remotos bosques de India. Antes tenía un problema recurrente: ¿cómo deshacerse de los productos para la higiene menstrual? La idea de deshacerse de las compresas sucias en la naturaleza le horrorizaba. Por otra parte, cargar con ellas durante días hasta volver a la ciudad no era agradable.
Todo cambió cuando una compañera le sugirió que se pasara a la copa menstrual.
«Al principio dudé. Pero ahora, casi una década después, no puedo imaginarme la vida sin ella”, señala Gadadhar.
Cada día, alrededor de 800 millones de personas menstrúan en todo el mundo. Según algunas estimaciones basadas en el número medio de ciclos menstruales, cada una de ellas utiliza entre 5.000 y 15.000 productos a lo largo de su vida, la mayoría de los cuales acabarán en vertederos o en el medioambiente como residuos plásticos.
Impacto medioambiental de los productos más populares
Los productos de higiene íntima más populares, como las compresas y los tampones, contienen mucho plástico. Ambos suelen venir envueltos individualmente en plástico y tienen una capa de plástico en la parte absorbente del producto. Muchas marcas de tampones también contienen un aplicador y un cordón de plástico en la base, mientras que algunas compresas están hechas de hasta un 90 por ciento de plástico.
Al estar compuestos por una mezcla de materiales sintéticos, los productos sanitarios son difíciles de reciclar. En Europa, alrededor del 87 por ciento de las compresas y tampones acaban en vertederos. En Estados Unidos la cifra ronda el 80 por ciento. A menudo, los productos se incineran de forma inadecuada, liberando contaminantes tóxicos a la atmósfera.
En los países que carecen de un sólido sistema de recogida de basuras, es más difícil determinar la cantidad que va a parar al vertedero. Sin embargo, los artículos higiénicos desechables suelen llegar a los ríos, a las playas y a los bordes de las carreteras. Aquí los productos químicos y los microplásticos que se filtran al suelo y al agua amenazan la salud humana, animal y medioambiental.
A pesar del coste ecológico, la demanda de estos productos de un solo uso, que despegó en Occidente durante la Segunda Guerra Mundial, sigue creciendo de forma constante en todo el mundo.
Normalizando la menstruación
El valor de las ventas del mercado mundial de tampones se estimó en unos 44.450 millones de dólares en 2018. Y se prevé que crezca.
Las compresas y los tampones son cada vez más populares en la región de Asia-Pacífico, donde se prevé que se produzca el mayor crecimiento de este mercado entre 2020 y 2025. Esto se debe, en parte, a las iniciativas gubernamentales para combatir la falta de acceso a productos menstruales y a la rápida urbanización, según los analistas.
La popularidad de estos productos es comprensible si se tiene en cuenta que durante la época anterior a las compresas «la situación de las mujeres no era muy buena”, afirma Supriya Garikipati, economista de género de la Universidad de Liverpool (Gran Bretaña).
«La mayoría se limitaba a utilizar una compresa de tela hecha en casa, mientras que las mujeres más pobres utilizaban trapos o incluso heno o barro, u otras cosas que no están pensadas para ser utilizadas en esa zona”, añade Garikipati.
Para quienes tienen acceso, los productos desechables son más convenientes. Como son discretos, pueden ocultarse más fácilmente, lo que es especialmente importante en lugares donde la «vergüenza del período” sigue siendo un problema, según Garikipati. Se calcula que una de cada diez niñas del África subsahariana falta a la escuela durante su período por el estigma asociado a la menstruación.
Sin embargo, a medida que los impactos ambientales se hacen más evidentes, las personas con medios recurren cada vez más a los productos menstruales reutilizables.
El aumento de las alternativas sostenibles
Las copas menstruales, patentadas originalmente hace un siglo, despegaron realmente en EE.UU. y Europa hacia el año 2000. Le siguieron otros productos, como las compresas reutilizables y lavables y las bragas menstruales, que fueron ganando popularidad. Se estima que el mercado mundial de ropa interior menstrual crecerá de 67,2 millones de dólares en 2017 a 279,3 millones en 2026.
A pesar de la explosión de opciones, unas 500 millones de personas en áreas remotas y de bajos ingresos se ven afectadas por la pobreza menstrual, es decir, por la falta de acceso a productos menstruales y a la educación.
Cuando acceden a algún producto, suelen ser tampones y compresas desechables, que son más fáciles de conseguir y más baratos. Por ejemplo, en Alemania, un paquete de tres prendas interiores reutilizables para la menstruación cuesta unos 90 euros, mientras que una caja de 32 compresas de un solo uso cuesta 5 euros. A lo largo de su vida útil, los artículos reutilizables pueden resultar más baratos, pero muchas personas no pueden desembolsar esa cantidad de dinero de una sola vez.0 seconds of 0 secondsVolume 90%
Para quienes pueden permitírselo, cambiar a las alternativas multiuso parece una opción medioambiental fácil, ya que generan muchos menos residuos. La copa menstrual puede durar diez años. Las compresas lavables pueden utilizarse hasta cinco años, suponiendo una rotación de unas diez compresas, mientras que cada par de bragas menstruales puede reutilizarse hasta dos años.
Pero la sostenibilidad tampoco es un hecho con los productos reutilizables.
Hay que lavarlos bien después de cada uso. Factores como la temperatura del agua, el detergente utilizado y el método de secado pueden influir en el impacto medioambiental de los productos reutilizables, según un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA).
El informe reveló que la copa menstrual obtenía la mejor puntuación si se limpiaba con agua, calentada con un hervidor o una olla cerrada, y empleada de forma eficiente.
Problemas de salud
También existen algunas dudas sobre la seguridad de los artículos reutilizables. En 2020, una reportera de la revista «Sierra”, una organización medioambiental sin ánimo de lucro de EE.UU., envió su ropa interior menstrual a un físico nuclear de la Universidad de Notre Dame, en Indiana. Encontró PFAS en «altas concentraciones”, apodados «productos químicos para siempre”. Los PFAS, sustancias perfluoroalquiladas, pueden acumularse en nuestro cuerpo. Aunque todavía se sabe poco sobre sus efectos, se han relacionado con problemas de fertilidad y cáncer.
Los productos desechables, no obstante, también se han relacionado con problemas de salud. El síndrome del shock tóxico, una enfermedad a veces mortal causada por la entrada de bacterias en el cuerpo, está asociado a los tampones. Asimismo, algunas investigaciones encargadas por asociaciones de mujeres han encontrado sustancias cancerígenas, como la dioxina, aunque otros estudios afirman que los niveles son tan bajos que no hay motivo de preocupación.
Organizaciones, como la británica Women’s Environmental Network (WEN), piden una regulación más estricta y normas legales para los productos menstruales, que incluyan la obligación de los fabricantes de enumerar todos los ingredientes utilizados.
El camino hacia productos más ecológicos
Sin embargo, a pesar de estas preocupaciones, los gobiernos se están dando cuenta de que vivimos una nueva era de productos para la menstruación. De este modo, el gobierno del estado de Kerala (India), por ejemplo, distribuyó 5.000 copas menstruales gratis después de que las compresas flotaran en las aguas, debido a las inundaciones tras un monzón.
Para Supriya Garikipati, eso indica que algo está cambiando.
«Hace cinco años, nos enfrentábamos a mucha resistencia cuando quisimos introducir alternativas, así que espero que algo haya cambiado ahora”, dice Garikipati. «Por supuesto, no hay que olvidar que las compresas desechables siguen siendo muy útiles, pero creo que este cambio significa que el futuro del mercado de productos para la menstruación puede ser sostenible y barato”.
Helen Lynn, directora de campaña de WEN, cree que no basta con repartir productos gratis, aunque eso «hará que el cambio sea más rápido”. La educación es clave.
«Tenemos que educar a las mujeres, a las niñas y a quienes menstrúan sobre cómo usar y cuidar los productos, y por qué son una alternativa mucho mejor para la salud, la igualdad, la vida silvestre y el medio ambiente”, concluye Lynn.