Si leyeron bien el titular de esta nota, entonces ya deben de intuir su contenido. De antemano les vengo a decir que, si son presos de sus emociones, o si se sienten aludidos por estos escritos, por favor, no lo tomen a mal, después de todo, aislarse del resto de las personas es una de las peores decisiones que podemos tomar en esta vida. No lo hagan, llorar a solas no los ayudará en nada. Lo mejor es escuchar o ser escuchados, quizá y así podemos encontrar un poco de paz, incluso en medio de la tempestad.
Vale, mi introducción es muy tediosa, lo sé, lo siento, es sólo que… no sé… me sigue resultando difícil conciliar la idea de que ya no volveré a ver a mi prometida nunca más. Se que lo último que quieren ahora es leer las penurias de un redactor que ha sido magullado por los altibajos de la vida, pero es un país libre, y este, mi medio favorito para el desahogo.
Ella era una chica muy especial. La conocí en la secundaria, creo que en quinto de media, más o menos. Se llamaba Stephany, Stephany Pariona, y era (por más gracioso que suene) la mejor amiga de la chica que me gustaba en ese entonces. Evidentemente, en esos tiempos a penas y cruzábamos un vago saludo, pero así y todo llegué a estar con la chica que quería, su amiga. Lamentablemente, terminamos por malos entendidos, lo que conllevó a que esta se retirase de la escuela a falta de meses de terminar el año escolar. No obstante, Stephany continuó ahí, apoyándome en todo lo que necesitara, convirtiéndose así en una de mis amigas más queridas, por no decir la única que tenía.
Fue así como empezó todo, de forma un tanto curiosa, y sé que deben de estar pensando que ella se aprovechó de la ausencia de su amiga para acercarse a mí, lo sé, lo veo en sus ojos. Pero no es así, en lo más mínimo se acerca a nuestra realidad… en momentos como estos, sé que ella estaría muerta de la vergüenza, luego de contar en público uno de los pasajes más íntimos de nuestra historia amorosa, aunque bueno, literalmente lo está, pero no de la vergüenza… ¡Mierda!
No puedo con esto, me duele mucho, la extraño. Ni siquiera la música que suena a todo volumen en mi centro de trabajo, ni el ruido desmesurado producido por mis compañeros, me mantiene la mente ocupada. Lo tengo todo, menos a ella. Se fue, me dejó, se subió al primer tren que encontró y partió sin planes de regreso. El hecho de tener su cuerpo sin pulso entre mis manos, fue la escena más desgarradora que pude vivir en mis cortos años como persona con responsabilidades, pero me tocó perder, pese a sentir que pude haber hecho algo más para evitar su partida. Simplemente no puedo, yo soy el culpable.
«Si vas a llorar, hazlo. ¡Pero llórala bien! No te reprimas, que sea cosa de una vez, luego levántate. No le des el gusto a la gente de verte derrotado, la vida continúa», me dijeron cierta vez, luego del sepelio. En ese entonces, me encontraba devastado en mi habitación, sacando la ropa de sus cajones y lanzándolos por todos lados, luego los recogía. Mis padres, aún con sus prendas negras, me observaban desde la entrada con un dolor ahogado entre sus labios. Luego, ambos se me acercaron y me abrazaron, platicamos mucho, hasta caer la noche. Al final del día, no supe hacer más que recostarme sobre mi cama y mirar al techo, con mis ojos sumergidos entre las lágrimas, recordando todos los buenos momentos que pasamos juntos. Ese día, lloré lo suficiente.
Con esto último que acabo de escribir, quiero hacerles llegar un mensaje. Es difícil perder a una persona, pensar que ya nunca más volveremos a hablarle, verla o jugar, no sé, lo que sea que hiciera juntos. El punto aquí es, que la vida continúa. Guardar rencores no nos conducirá a nada, más que envenenar nuestro propio ego, alimentar nuestra culpa, cargarnos de un aura negativa que no necesitamos. Pensemos en ellos, y en lo que realmente quisieron para nosotros, no creo que les guste en lo absoluto vernos desmoralizados… Yo pensaba que mis problemas eran grandes, que no había peor castigo que la muerte de tu prometida, a falta de un mes de nuestra boda. Pero, así como nosotros lloramos por algo o alguien, hay gente que siempre la estará pasando peor. Gente muere todos los días, pierden familiares, un hogar, una vida, incluso una patria si es que esta se encuentra en momentos de crisis. Todos libramos una lucha constante por sobrevivir en esta vida tan caótica. No obstante, no siempre se podrá dibujar una sonrisa en nuestros rostros, a veces, nos tocará saborear el trago amargo de la derrota.
Hoy me tocó contarles un poco de mi experiencia como ejemplo. Sigo pensando en ella, pero es exactamente por ella que he decidido continuar con esto, con mis deberes, mis responsabilidades, por lograr mis objetivos y los sueños que nos habíamos planteado una vez. Esto es por los dos, mi amor. ¿Y ustedes que harán? Ya todo está dicho. Esta historia culmina así, pero sus vidas continúan, y ellos, desde algún mundo alejado de nuestra realidad (y si es que creen en lo espiritual) también los apoyaran. Siempre. Esto ya no es por nosotros, también va para ellos, para mantenerlos vivos por siempre. Gracias.
I.P.B