Por Ricardo Sánchez Serra
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) es un foro de integración y que pretende, sin suerte, desideologizarse.
Los organismos son los que los países quieren que sean. Su origen romántico de integrar a nuestros países por su origen ibérico o descolonizados por otras potencias, es fariseo, porque la verdad de la milanesa es que se quiso hacer una OEA sin Estados Unidos (y de paso sin Canadá).
Su sello de izquierda nadie se lo quita, así que a mi parecer es el Foro de Sao Paulo y Grupo de Puebla institucionalizado y que incluye a algunas islitas caribeñas.
Por ello no debe extrañar que los países de izquierda antepongan su ideología, su ceguera, su dogmatismo, a la realidad, a lo que sucede en el Perú, por ejemplo.
En una brillante intervención, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, afirmó -en la VII Cumbre de Jefes de Estado de la Celac que se desarrolla en Argentina- con certeza que “la Celac parece Disneylandia… Algunos discursos tienen un profundo contenido ideológico. Es entendible y respetable, pero creo que cualquier organismo o espacio que se genere, si lo que los une es la ideología, tiene corta vida… La Celac parece un club de amigos ideológicos». Más claro no pudo estar.
A su vez, la ministra de Relaciones Exteriores del Perú, Ana Cecilia Gervasi, tuvo una impecable intervención al explicar con veracidad la situación subversiva por la que pasa nuestro país y, asimismo, hizo hincapié que el exmandatario Pedro Castillo realizó un golpe de estado y fue destituido por el Congreso y si está preso es por orden del Poder Judicial.
Lamentó que gobiernos de países cercanos «hayan priorizado la afinidad ideológica, buscando establecer una narrativa tergiversada». Más claro, ni el agua. Puntualizó, además, que la Celac debe reafirmar los principios de no injerencia y de no intervención en los asuntos internos de los países.
Guerra avisada no mata gente. La comunidad internacional ya tiene conocimiento, a pesar de muchos fallos en la comunicación al exterior del Gobierno peruano, que se están enmendando, aunque tardíamente, de lo que sucede en el Perú y la agresión subversiva.
El Perú debe hacerse respetar
Si hay gobiernos que desconocían la realidad, ya saben la posición oficial del Perú. Y si hay otros, que continúan colocándose sus anteojeras ideológicas, mintiéndose a sí mismos, agrediendo al Perú y a su gobierno legítimamente elegido y constitucional, que se atengan a las consecuencias. Al Perú no debe temblarle la mano de romper relaciones diplomáticas, si es que quiere que se le respete.
El principio de no intervención en asuntos internos ya parece en el derecho internacional, letra muerta y, sin que se respete a este principio, deviene en el caos internacional.
Otro sí digo, como dicen los abogados, que la canciller Gervasi no pareció interesada -en su intervención en el Congreso peruano- en solucionar los problemas -ocasionado por su antecesor César Landa, marioneta de Manuel Rodríguez Cuadros- con los países amigos, como en el caso de Marruecos y que atentando contra la integridad territorial de ese país -cuyo caso está en la ONU-, reafirmó su apoyo a la inexistente República Saharaui, un esperpento de la izquierda internacional.
Me pareció también sorprendente que no hayan salido publicadas las resoluciones de cese de Manuel Rodríguez Cuadros, Óscar Máurtua y Harold Forsyth -y este luciéndose con la presidente Dina Boluarte en su intervención ante la OEA-, sirvientes de Pedro Castillo, a quien le cuidaban sus intereses y no, como debe ser, los intereses de la Nación.
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