Por Víctor Ternovsky
Alrededor de 10.000 soldados ucranianos muertos y más de 30.000 heridos. Según diferentes estimaciones, este es el precio de la pírrica contraofensiva del régimen de Kiev bautizada por la propaganda occidental como la «derrota total de Rusia en Ucrania». Una contraofensiva que radicó en romper la línea del frente en la región de Járkov a manos de unas fuerzas –entre ellas, de habla inglesa armadas hasta los dientes por la OTAN– ocho veces mayores en número a las rusas y sus aliados de Donbás.
Buena parte de quienes participan en la contraofensiva provienen de países miembro de la Alianza Atlántica, algo que confirman, no sólo los combatientes de Donbás y Rusia, sino también fuentes de la contraparte. En este contexto, no faltan vídeos grabados en territorios que pasaron a control del régimen ucraniano en los que uniformados arrancan banderas rusas y las profanan a carcajadas y comentarios en un inglés perfecto. Se comunica además que la operación fue diseñada por EEUU, país que monitorea con satélites la zona del conflicto y se jacta de proveer al régimen ucraniano de datos de inteligencia en tiempo real.
No obstante, Ucrania sólo logró recuperar un territorio absolutamente insignificante en comparación con el controlado por sus adversarios, al tiempo que las fuerzas rusas tomaron la decisión de retroceder a fin de evitar las bajas innecesarias e instalarse en unas posiciones convenientes para dar una respuesta dura y eficaz. Una respuesta que ya se está dando a todo vapor, fruto de una potente concentración militar rusa en esta parte del frente. Basta con mencionar que hospitales ucranianos están desbordados del imparable flujo de soldados heridos.
Mientras, expertos militares coinciden en calificar como “suicida” la contraofensiva ordenada por Volodímir Zelenski, al frente del régimen de Kiev. Una contraofensiva carente del elemento indispensable para poder aspirar a un éxito que son las tropas de segunda línea, cuya función es la de desarrollar el éxito en caso de que se logre romper el frente adversario. En este contexto, se constata que las fuerzas ucranianas se metieron en una trampa, convirtiéndose en blancos de potentes ataques de la artillería y la aviación rusas.
Además, un ataque ruso contra una presa hidráulica permitió separar con agua lo que queda de las fuerzas enemigas, empeorando su ya de por sí poco envidiable situación. Al mismo tiempo, Rusia procedió a golpear la infraestructura crítica del régimen ucraniano como centrales eléctricas, en respuesta a sus crecientes ataques contra este tipo de instalaciones en Donbás, unos ataques que dejaron sin electricidad a alrededor de 70.000 habitantes de este territorio que viene acosado por el régimen de Kiev desde el golpe de Estado en 2014, tratándose de ‘iniciativas’ como el bloqueo económico de la región para forzarla a amar a los golpistas.
La esencia suicida de la contraofensiva ucraniana está siendo ocultada por la propaganda occidental, dado que su objetivo es hacer creer que Rusia –país que, según su presidente, ni siquiera ha empezado aún “nada serio” en Ucrania–, está a punto de caer. En este contexto, el analista argentino Christian Cirilli sostiene que la narrativa de Bruselas y Washington -el gran beneficiado de la crisis de Ucrania- constituye una “operación propagandística”. “Las guerras no se ganan solamente con armas y con destreza militar. Se ganan, básicamente, con moral de lucha”, explica el experto, subrayando que “esta propaganda, que puede ser útil para elevar la moral, también puede ser contraproducente al hacer ver una realidad paralela que no se condice con la realidad”.