El actor peruano Diego Bertie falleció el 5 de agosto de 2022, a los 54 años, tras caer desde el piso 14 de un edificio de Miraflores. Sus seres queridos y seguidores lo recuerdan por papeles emblemáticos en el cine y la televisión, así como su carrera de cantante. A propósito de la tragedia, volvemos a compartir un artículo donde detallamos la historia detrás de una de sus películas más recordadas, “El bien esquivo”.
“El bien esquivo” nos muestra un Perú del siglo XVII, donde chocan tres destinos: el de Jerónimo, un joven peruano mestizo que tras ir a las guerras europeas regresa a Perú; el de Inés, una monja novicia cuya pasión es la poesía, pero se trata de una vocación prohibida; y el de Ignacio, un sacerdote obsesionado con eliminar las herejías del Perú colonial. Esta película emblemática del director peruano Augusto Tamayo San Román, protagonizada por Diego Bertie, Jimena Lindo y Orlando Sacha, ha cumplido 21 años de su estreno este 12 de julio.
Cuando se estrenó “El bien esquivo”, este tipo de historia era algo raro en el cine peruano de ese momento: una película histórica que cuenta una aventura de capa y espada en una época este género parecía haber sido dejado de lado por los cineastas nacionales. Sin embargo, esta película que llegó a representar al Perú en la selección de los Oscar como mejor película extranjera, no se libró de un accidentado desarrollo, según cuenta su propio director.
Los inicios
La idea para “El bien esquivo” surge a mediados de la década de los 80, durante reuniones creativas entre Augusto Tamayo y su colaborador, el guionista Alejandro Rossi. Previamente habían trabajado juntos en “La agonía de Rasu Ñiti” (1984), un premiado cortometraje que adapta el relato de José María Arguedas. Ahora el dúo tenía en la mira hacer un largometraje, eligiendo como tema central la formación de la identidad en relación al fenómeno del mestizaje peruano. A partir de estos elementos, la historia empezó a tomar forma.
Los personajes
El personaje principal de la película es Jerónimo de Ávila (Diego Bertie), un soldado nacido de la unión de un español y una curaca quien viaja al Perú en búsqueda de la documentación que pruebe que su nacimiento fue hecho dentro del matrimonio, una encomienda que pronto sale fuera de su control y termina con circunstancias trágicas.
“Me apareció la idea del Inca Garcilaso de la Vega como un símbolo del mestizaje exitoso y que nos inspiró a nuestro propio capitán mestizo de Jerónimo de Ávila”, recordó Augusto Tamayo.
Otro personaje en búsqueda de algo es la hermana Inés Vargas de Carbajal (Jimena Lindo), quién asfixiada por el ambiente del convento busca un escape mediante la poesía. Su inspiración está en otro personaje literario de la época, al estar inspirada en la poetisa Sor Juana Inés de la Cruz. De la barda mexicana también sale el título de la cinta, basado en su soneto “Detente, sombra de mi bien esquivo”.
Cierra el trío protagónico el padre Ignacio de Araujo (Orlando Sacha), un sacerdote jesuita encargado por la Iglesia Católica con la misión de extirpar los cultos que surgieron luego de la imposición de la fe cristiana en la población, decisión que finalmente resultó en el sincretismo -o en términos más comunes el mestizaje- de la fe antigua y la nueva. Augusto Tamayo nos indica que, a diferencia de los otros roles principales, este personaje no está basado en una figura histórica en particular, sino en una serie de sacerdotes que tomaron esta misión desde los tiempos del virrey Toledo.
La financiación
Con las piezas ya preparadas y el guion en mano, a finales de la década de los 80 “El bien esquivo” ya estaba listo para ser filmado. Solo faltaban el dinero para financiarlo.
Hacer cine en el Perú no es fácil, mucho menos el milenio pasado, donde había poca legislación que promoviera la producción fílmica peruana. Si bien el guion de “El bien esquivo” logró ganar un concurso organizado por el Ministerio de Cultura de Francia, la falta de un aporte local hizo que la cinta perdiera el premio, ya que solo contaban con dos años para hacer el largometraje”.
Luego de este traspiés, tuvo que pasar 5 años para que, en 1997, el proyecto ganara el concurso del Consejo Nacional de Cinematografía (Conacine) – precursor de la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios – para la promoción de películas nacionales.
A pesar de muchos intentos para conseguir coproductores extranjeros, todos infructuosos, finalmente se logró reunir fondos de empresas locales. Para ajustar el presupuesto, Augusto Tamayo utilizó un sistema de rodaje inusual en el Perú donde en vez de filmar todo de corrido, se grabaron escenas en fechas separadas. Esto causó que el rodaje tomara alrededor de ocho meses, entre febrero y septiembre de 1999.
La reconstrucción de la historia
Uno de los mayores retos de “El bien esquivo” es traer a la vida a la Lima del siglo XVII, empresa dificultada no solo por la falta de una tradición de cine histórico en el Perú, sino también por la poca conservación de edificaciones de esta época.
Para solucionar este problema se tuvo que recurrir a más de un poco de creatividad y la magia del cine. Es así que la Huaca Huallamarca, ubicada en el corazón de San Isidro, llega a convertirse en las misteriosas ruinas al inicio de la historia; una pared del Real Felipe sirve para reconstruir una muralla desaparecida hace siglos y la fachada de la Plaza de Acho se transforma en una de las calles de la Lima colonial.
En ese aspecto, Augusto Tamayo remarca el gran aporte que tuvieron durante la filmación de la película su socia, la productora Nathalie Hendricks, el director de fotografía Juan Durán y los jóvenes colaboradores que participaron en el proyecto. “Ese entusiasmo es una vitalidad y una energía invalorable”, afirmó.
“Fue un reto tan gratificante, que me entretiene y convoca tanto a mis vocaciones y mis intereses, que lo he hecho con tanto placer”, añadió. “Se trató de lo que se llama estrés positivo. Fue complicado, pero me fascinó emprenderlo.”
Los caballos
La filmación de la cinta no estuvo exenta de problemas, muchos de los cuales tuvieron una naturaleza ecuestre. “Se ha dicho siempre que no hay que trabajar con niños ni con animales, porque no los pueden controlar, y los caballos nos dieron muchos problemas”, confiesa Tamayo. “Felizmente no les dio soroche cuando los subimos a Ticlio, fueron los únicos que no lo sufrieron. Todo el equipo estaba tirado en el bus y los caballos pudieron seguir trabajando conmigo y dos asistentes para terminar una escena.”
Uno de los que sufrió más por los caballos fue el actor británico Ramsay Ross, quien en la cinta interpreta al arcabucero en la película que finalmente le quita la vida a Jerónimo. Durante una escena cabalgando por el desierto perdió el control del caballo y se cayó, fisionándose una costilla. Si bien fue revisado por los médicos, la gravedad de la lesión no fue evidente hasta la noche del mismo día, cuando durante la cena Ross perdió la conciencia y cayó cabeza abajo en un plato de fideos.
Mientras tanto, quien tuvo sorpresiva destreza para lidiar con los caballos fue el actor Enrique Victoria, quien interpretaba al alguacil García en la cinta. “Tenía como 70 años y era una especie de gamo”, remarca Augusto Tamayo. “Apenas el caballo lo iba a tumbar, saltaba como un gato y caía de pie. Nunca le pasó nada”.
El bien esquivo
A más de dos décadas del estreno de “El bien esquivo”, la película sigue ocupando un rol crucial en la filmografía de Augusto Tamayo, al ser su primer largometraje histórico, una temática que perseguiría posteriormente con cintas como “Una sombra al frente” (2007) – segunda parte de una trilogía culminada por “La vigilia” (2010)-, “Rosa Mística” (2018) y con su proyecto actual “La herencia de Flora”.
Sobre el cine histórico, el realizador remarcó que se comete un gran error intentando juzgar un relato como “El bien esquivo”, ambientada en el siglo XVII, con la moral moderna. “La historia no puede juzgarse a través de héroes y villanos”, remarcó Tamayo. “Hay una infantilización de la cultura, en parte por esa afición actual de los héroes de tiras cómicas. Pero eso de quién es el bueno y el malo es para la historieta, no para la historia”.
Otra razón de la importancia de esta película en la carrera de Tamayo es cómo tanto el título de la cinta, y el poema de Sor Juana Inés de la Cruz al que hace alusión, demuestran claramente lo que se ha convertido en una temática central en todo el trabajo del realizador: la aspiración de sus personajes por un bien elusivo.
“Es esta idea que existir, que la vida, es un perseguir de cosas que a uno lo esquivan”, reflexionó. “Y es lo que todos mis personajes tratan: la identidad, la comunicación, el bien, la experiencia mística o la justicia social. Todos los personajes están aspirando a algo grande que obviamente logran y no logran.”
“Es una especie de afán que se perpetúa y se prolonga hasta el momento… por ejemplo el mío es hacer películas y lo voy a perpetuar hasta que me de el cuerpo”, añade.
Es así que el veterano realizador ve en su horizonte todavía varios proyectos, incluyendo una cinta sobre la vida de La Perricholi con la que busca culminar su segunda trilogía comenzada con “Rosa mística” y continuada con “La herencia de Flora”, un proyecto que le pondrá en frente el titánico de revivir el Perú del siglo XVIII.
Pero son estos proyectos por los que Augusto Tamayo parece vivir. Como dice en algún momento: “Si la película se vuelve una cosa que se puede hacer sin esfuerzo, ¿Qué interés tiene hacerla?”.