RELACIÓN FRUCTÍFERA

Por: Alejandro Marco Aurelio Capcha Hidalgo     

Periodista: Reg. N°. -4654-

Psicólogos y entrenadores de atletas consagrados que capacitan a ejecutivos. Campeones contratados por las empresas para que hablen de sus tácticas y estrategias. En términos de alto rendimiento, como explican Jim Loehr y Brandon Steiner, los negocios tienen mucho que aprender de los deportes.

Pocas actividades producen tanto entusiasmo y admiración como el despliegue de las habilidades físicas y mentales al extremo, batiendo récords y superando límites. Virtuosismo y eficiencia se combinan en el corredor que baja la marca de los 10 segundos en los 100 metros, el tenista que saca a más de 200 kilómetros por hora, y los jugadores de fútbol que sincronizan una sucesión de pases y la convierten en gol. El mundo del deporte, más que cualquier otro, ofrece innumerables muestras de destreza excepcional y, en especial, de alto rendimiento bajo presión. Pero, además de ejemplos, ¿existen tácticas y estrategias utilizadas por los atletas para poner en juego su gran potencial que puedan aplicarse al ámbito de los negocios? El trabajo de especialistas como Loehr demuestra que sí.

Loehr fue uno de los primeros en estudiar sistemáticamente el alto rendimiento. “Desde hace muchos años he tenido la oportunidad de trabajar con atletas que estaban estancados en su carrera. Buscaban a alguien que los ayudara a recuperar la eficiencia de su juego y preferían no recurrir a psicólogos o psiquiatras tradicionales; como yo había participado en deportes competitivos, decidieron consultarme. Sabía muy poco sobre el tema en ese momento, pero así empezó una profesión que se extendiera más de tres décadas”, recuerda.

Desde entonces, la lista de atletas que contrataron sus servicios fue ampliándose e incluyó a tenistas como Arantxa Sánchez-Vicario, Mónica Seles, Gabriela Sabatini, Jim Courier Y Sergi Bruguera; a los golfistas Mark O’Meara, Ernie Els y Michelle Wie; los jugadores de hockey Eric Lindros y Mike Richter; las estrellas de básquet Nick Anderson y Grant Hill; el campeón de boxeo Ray Mancini; el patinador Dan Jansen, y el nadador olímpico Ron Karnaugh.

Doctorado en psicología, Loerh usó el deporte como una suerte de laboratorio viviente en el cual estudiar el rendimiento bajo presión. “Mi experiencia con atletas profesionales evolucionó lentamente hacia un campo más amplio, para abarcar la manera en que los seres humanos podían hace cambios en el rumbo de su vida y en su habilidad para desempeñarse”, añade Loehr.

Su primer descubrimiento significativo ocurrió a fines de los´70. Se preguntaba si existirían rasgos comunes en la experiencia – en términos de sentimientos, emociones y percepciones- de los atletas que alcanzaban un excelente rendimiento. Realizó unas 20 entrevistas a deportistas de primer nivel, y advirtió que todos describían un estado psicofisiológico durante el cual sentían un alto grado de concentración automática, una gran confianza en lo que hacían y una intensa sensación de energía. Loehr denominó “estado de rendimiento ideal” al momento en el cual los atletas “disfrutaban el instante, se sentían muy concentrados en el presente, en vez de dispersos y preocupados por el pasado o el futuro. Estaban cómodos consigo mismos, relajados, calmos y, al mismo tiempo, con energía y muy alertas. Había un tipo de química muy particular, un equilibrio neurofisiológico que contribuía a esas manifestaciones”, explica.

El segundo paso consistió en indagar cómo provocar voluntariamente ese estado de equilibrio; es decir; cómo debían entrenarse los atletas para alcanzar el alto rendimiento en el momento que quisieran y, en particular, en situaciones de mucha presión. Dada su formación e psicología, la primera aproximación de Loehr al tema fueron los aspectos mentales y emocionales, pero de inmediato llegó a la conclusión de que los físicos eran una pieza igualmente clave. “Un trabajo nivel de azúcar en sangre puede socavar toda la ecuación –asegura-. Si no dormían bien, no se entrenaban adecuadamente y no tenían una buena rutina de preparación física, no lograban el estado de rendimiento ideal.  Claro que también lo impedían ciertas emociones, como el enojo, la tristeza, el entusiasmo desenfrenado, y causas mentales como la dificultad para concentrarse.”

Del campo de juego al mercado

Durante los primeros 15 años, Loehr atendió exclusivamente atletas profesionales – 16 números uno del mundo en diferentes deporte-, hasta que recibió una consulta inesperada. El FBI quería entrenar en alto rendimiento a un equipo de rescate.

“Trabajé muy de cerca con el líder del grupo, estudié lo que hacían, y el FBI quedó muy satisfecho con nuestro método –recuerda-. Poco después nos convocaron para entrenar a grupos especiales de las fuerzas armadas. Dicho sea de paso, uno de los almirantes de la Marina que participó en la capacitación se convirtió en uno de nuestros mejores entrenadores de alto rendimiento.” A esos clientes se sumaron más adelante grupos con misiones específicas: desde equipos del Departamento de Defensa y de seguridad de la NASA, hasta controladores de tráfico aéreo, operadores de plantas de energía, médicos y, cada vez más, empresarios.

Hoy, la mayoría de los clientes del Institute of Human Performance que dirige Loehr, con sede en Orlando, en Estados Unidos, provienen del mundo corporativo, de empresas como Procter&Gamble, GlaxoSmithKline, PepsiCo, UBS, Qualcomm y US Trust, entre otras.

Loehr basa sus cursos de alto rendimiento en un enfoque que se ocupe simultáneamente de los aspectos físicos, mentales y emocionales.

“Uno de los principios centrales es que los seres humanos somos, fundamentalmente, narradores de historias. Para tener un buen rendimiento y alcanzar el estado ideal, debemos ser cuidadosos con el lenguaje que usamos, las palabras que elegimos y, sobre todo, las historias que narramos-sostiene Loehr-. Las historias que narramos sobre nuestro competidor, sobre el mal servicio telefónico, sobre nuestra dieta y nutrición, sobre nuestro rival o el torneo son, a menudo, más importantes que los hechos reales. Son las historias las que producen miedo, frustración, o alegría y felicidad. Tienen un profundo efecto sobre nuestro destino. Por lo tanto, para ser efectivo bajo presión hay que narrar la historia apropiada”.

Loehr admite que invierte mucho tiempo en ayudar a sus clientes a encontrar una historia que tenga sentido y les permita desempeñarse en el estado ideal. Como ejemplo de las diferencias entre una buena historia y otra que impide alcanzar al máximo potencial, cita el caso de la golfista Michelle Wie, cliente suyo desde los 14 años. Wie había crecido en Hawái, donde las canchas del golf tienen greens muy distintitos a los de otra parte del mundo. Su talón de Aquiles era la falta de práctica en greens rápido y un “putt” (ese golpe, dado con el putter”, que se ejecuta sobre el green y sin que la pelota se levante del piso, debe ser de mucha precisión por cuanto tiene que hacerla ingresar en el hoyo). Cuando consultó a Loehr, su historia era la siguiente: “Nunca acertaré buenos putts porque provengo de Hawái. Tengo un factor limitante; sería muy buena si no fuera por ese golpe”.

De modo que una de las primeras tareas del especialista fue ayudarla a cambiar su narración por la siguiente: “No tengo un buen putt, y la razón es que no puede practicar y adquirir el tipo de experiencia que necesito. Pero esto no es realmente importante porque soy una gran atleta y puedo convertirme en una excelente jugadora de putts; de hecho, el mayor triunfo que conseguiré como atleta será superar el no haber tenido la oportunidad de practicar ese golpe antes, y así le demostraré al mundo que se puede vencer casi todo OBSTÁCULO si uno se concentra en él”. Loehr recuerda que wie aceptó esa historia de inmediato y, en poco tiempo, su juego mejoró notablemente.