Los desaciertos de Javier Otazu o el odio y la farsa que destruyen la realidad

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Javier Otazu, antiguo corresponsal en Rabat de la agencia española de noticias EFE, es un hombre ambivalente convertido en un periodista “frustrado”.

En una frase, Ignacio Cembrero, su alter ego en el antimarroquismo de pago y autor del prólogo de su libro sobre Marruecos, desvela esa doble cara que Otazu tiene en relación con la realidad marroquí desde hace 16 años.

Para un hombre normal, no debe ser fácil vivir en la duplicidad durante 16 largos años, divididos en dos períodos diferentes que corresponden a sus dos mandatos en nombre de la agencia EFE en Marruecos.

Su hipocresía debe ser difícil de soportar cuando por la mañana les decía a sus supuestos amigos marroquíes lo bueno que le parecía su país y hasta qué punto era feliz de vivir entre ellos una experiencia humana y profesional apasionante en un país atractivo. Y por la noche, escribía lo contrario de lo que decía por la mañana. Una duplicidad que es difícil de asumir para un periodista normalmente constituido. Sin embargo, no era el caso del agente Otazu.

Al abandonar Marruecos, el 6 de agosto de 2020, Otazu emprendió una labor de “des-frustración” vertiendo toda su bilis “euskera” en un libro sobre Marruecos. El cuadro que pinta es una verdadera antología de resentimiento, animosidad y rencor contra un país que le cogió como uno de los suyos. Pocos autores antimarroquíes pueden presumir de una actuación semejante, sobre todo porque el autor afirma haberse mordido la lengua durante diez años antes de hablar. ¡Imaginad, diez años de frustración desahogados de un plumazo!

El honorable corresponsal Otazu es presentado pomposamente por su editor como un honorable “especialista” en Marruecos y el mundo árabe. Claro, era un “especialista” muy especial.

Su cobertura de la actualidad de Marruecos fue una sucesión de meteduras de pata. Sus temas favoritos son asquerosamente pérfidos y taimadamente maliciosos. Se interesaba por informaciones relativas a las pruebas de virginidad, a un beso en Facebook, al papel del Moqaddem o a falsedades sobre ciertos casos tratados por la justicia.

Sus pequeñas gafas de empollón de izquierdas de los años setenta y su precoz melena decolorada le daban la categoría de un vecino de al lado al que uno querría invitar a tomar el té más a menudo. Tanto es así que hablaba de Marruecos con una cortesía reflexiva. Hablaba con ojos llenos de asombro de sus paseos por el bosque de Benslimane y de sus caminatas en la región de Chauen o en el Alto Atlas.

Todos estos años de aventuras y ociosidad no han suavizado su actitud hacia Marruecos y sus gentes.

Sus antecedentes personales no le predestinaban a hundirse en el odio a Marruecos. Nació en febrero de 1966 en un pequeño pueblo cerca de Pamplona en el norte de España, Otazu se casó con una mujer marroquí con la que tuvo dos hijos.

Por lo tanto, es padre de dos niños marroquí-españoles que viven con su madre tras un tumultuoso divorcio.

Su historia en Marruecos comenzó en 1990 cuando fue nombrado por su agencia como periodista en la oficina de Rabat donde permaneció hasta 1996.

En 2011, sucedió a Enrique Rubio al frente de la oficina de Rabat tras un periplo que le llevó a El Cairo y Lima.

El resentimiento, se dice, puede ser difícil de soportar.

Los siete capítulos de su libro-reflujo sobre Marruecos son un requisitorio digno de los tribunales de la inquisición. Incluye, en un desorden absoluto, su obsesión por la cuestión de la migración, su fingido asombro ante las reivindicaciones marroquíes de las ciudades ocupadas, su actitud culpable ante la unanimidad de los marroquíes sobre la cuestión del Sáhara, sus rebuscadas acusaciones sobre un supuesto “retroceso” de las libertades democráticas en Marruecos….etc.

Pero el premio sarcástico de su rencor al Reino se lo gana por su fijación enfermiza en el tema del Sahara marroquí.

Como un embrujo, la cuestión del Sáhara vuelve como un leitmotiv en su diatriba de 104 páginas y no duda en hablar con aire erudito de la “República Saharaui” como una entidad dotada de los atributos de un Estado, que su propio país, España, obviamente no reconoce.

Y sin pestañear, se refiere al principal separatista, el llamado Brahim Ghali, que fue hospitalizado en España el pasado mes de abril con una identidad falsa, como el “presidente saharaui”. Sabe muy bien que en los campos de Lahmada no hay ni república ni presidente. Pero esta es su manera de retorcer la realidad y hacer creer a los tres pelados y un rapado que leerán su panfleto, mediante un juego semántico, que el Polisario, títere de Argelia, es imprescindible.

Al no encontrar adeptos a sus divagaciones, Javier Otazu se atreve a ofrecer su libro sobre Marruecos como regalo de Navidad en las redes sociales. ¡Humilde, te mueres! O Humilde hasta la muerte (Plus humble, tu meurs)

En un ataque de inconmensurable ceguera, -como en una especie de autodescripción- no duda en referirse a Marruecos como un “Estado Gamberro”. La frontera de la decencia y el respeto a sí mismo se ha cruzado ahora, porque Javier Otazu, al salir de Marruecos, se considera libre de toda dignidad profesional y ética deontológica.

Para que conste, el día después del 13 de noviembre de 2020, fue invitado a formar parte de un grupo de periodistas para cubrir la reapertura del paso de Guerguarat por parte de las Fuerzas Armadas Reales. Haciendo caso omiso de las normas básicas de seguridad en una zona militar, insistió en ir solo sin que nadie supiera cómo podría acceder a una zona militar sin que su vida corriera peligro. Ante la negativa de las autoridades marroquíes, que no podían garantizar su seguridad, comenzó a gesticular para desviar la atención de su bancarrota ética, lo que le obligaría a reconocer, siendo los hechos tozudos, el control total de la zona por parte de las FAR sin haber disparado un solo tiro, y a constatar el restablecimiento del comercio con la África subsahariana.

Javier Otazu continuará su labor de socavación trasladándose a los locales de la agencia EFE en la ONU. Recorre los pasillos de la ONU como un histérico especializado en hacer preguntas ordenadas sobre el Sahara marroquí. No pierde ninguna oportunidad de destilar su veneno, en las noticias de la agencia y en los pasillos y la sala de prensa del Palacio de Cristal, cuando se plantea la cuestión del Sahara. Y lo que es peor, desinforma a sus colegas que, cuando son éticamente débiles, le siguen en sus escandalosas manipulaciones.  Ha convertido su cuenta de twitter en una agencia de prensa paralela y personal dedicada a su odio antimarroquí. 

Un ejemplo entre otros: tras la adopción de la última resolución sobre el Sáhara por parte del Consejo de Seguridad, Javier Otazu lamentó, con dolor, que el texto estuviera “más cerca de las tesis marroquíes”, en ausencia de cualquier limitación impuesta por las normas deontológicas inculcadas a los periodistas noveles.

Javier Otazu soñaba con ver Marruecos derrumbarse. La letanía de mentiras sobre la cuestión del Sáhara marroquí, sobre las manifestaciones del Rif, sobre la ciudad ocupada de Sebta, sobre la cuestión de la migración o de los derechos humanos, y sobre ciertas noticias de Marruecos, es un caso de libro que pocos corresponsales con escrúpulos son capaces de mostrar.

En una frenética aceleración antimarroquí, el 19 de julio de 2021, pocos días antes de abandonar Marruecos, Javier Otazu publicó 8 tuits seguidos sobre cuestiones de la justicia relativas a periodistas procesados en casos de modales y terroristas condenados por los tribunales. Una forma de decir, antes de volar a Nueva York, que lo que cuenta para él es el destino de estas personas, frente al de 36 millones de marroquíes. Ninguna palabra para el país que le abrió los brazos durante 16 años.

Cuando estalló el asunto Benbattouche en mayo de 2021, Javier Otazu ya no estaba técnicamente involucrado en las noticias relacionadas con Marruecos. Sin embargo, lamentó que Marruecos tuviera amigos en España que criticaran el error del gobierno de Madrid.

Según una mente estrecha como la suya, Marruecos no debería tener amigos en España. Para él, los 47 millones de habitantes de este país vecino son supuestos enemigos potenciales de Marruecos.

Para un periodista, cubrir un país durante 16 años es una oportunidad casi única de hablar de sus logros, su gente, su naturaleza, su historia y su futuro, y de evocar también sus fracasos y desafíos de forma ética y equilibrada.

Sin embargo, para Javier Otazu, sus 16 años en Marruecos se han reducido a cuatro estrepitosos fracasos.

En primer lugar, transmitió continuamente una imagen truncada de la realidad marroquí.

Dos, vio cómo se desmoronaba su sueño de ver a Marruecos de rodillas.

En tercer lugar, perdió la oportunidad de contribuir, mediante un trabajo profesional e imparcial, a acercar a los dos pueblos que tienen una larga historia común.

Cuatro, un naufragio de su vida personal.  

En este miserable y poco glorioso papel, Javier Otazu habría sido, en otra vida, uno de los lugartenientes del rey Alfonso VIII en la víspera de la batalla de Alarcos. Sus asesores, obsesionados con el Imperio Almohade, le hablaban de una realidad sobre los almohades que sólo existía en su imaginación. La debacle que siguió está bien detallada por los cronistas de la época.