Por: Mauricio Mulder
Puedo apostar qué antes de que se votara la vacancia de Vizcarra, el 90 por ciento de los que posteriormente participaron en las marchas no habían oído hablar de Manuel Merino. Era el presidente del Congreso qué Vizcarra forzó a elegir luego qué impulsara el golpe del 30 de setiembre. Oriundo de Tumbes, donde si es super conocido, improvisados marchantes se burlaban de sus 5 mil votos, creyendo que era una cifra nacional, mostrando así su distancia manifiesta con la política.
Pero los medios de TV se encargaron de llegar a esos manifestantes hablando de «golpe de estado» y su mensaje prendió en las redes como reguero de pólvora. Las redes, en especial tik tok e instagram corrieron las consignas y se impulsó en solo 48 horas uno de la más grandes movilizaciones masivas de las últimas décadas. Todos protestando por el golpe. Merino se convirtió en un siniestro dictador golpista y en depositario de todos los males de la República. No tuvo opción y renunció al quinto día de su designación constitucional de la cual no pudo escaparse, aunque lo hubiese querido, puesto que es mandato constitucional.
Poco importaba qué Vizcarra haya sido cogido con las manos en la masa. Fue el propio diario El Comercio (que al decir de Manuel Seoane, «es el único diario que hace honor a su nombre») el que dio la noticia en sendas portadas sensacionalistas: «Testigo dice que le dio un millón de coima a Vizcarra» fue el titular. Y acompañaba una nota de Graciela Villasis con varias páginas que daban cuenta de las largas y poco santas conversaciones entre Vizcarra y su ministro José Hernández. El ministro público había abierto el teléfono de Hernández y filtró más de seis años de mensajes entre los entrañables amigos desde las épocas de Moquegua. La empresa de Hernández, ATA, era la que santificaba las supervisiones técnicas de las obras de Vizcarra en Moquegua. Y con el tiempo, fue mentor y arquitecto de su ascenso al poder sobre el cadáver de su ex jefe, PPK. Además, se publicaron los testimonios de seis procesados más que daban detallada cuenta de cómo y qué cantidad eran las coimas que le pagaban.
Dos semanas antes, Vizcarra había sido grabado por su secretaria Karen Roca en trance de obligar a sus subordinados a mentir ante la Fiscalía, qué le había abierto una investigación por la contratación ficticia de un amigo íntimo llamado Richard Cisneros, alias «Richard Swing» por 178 mil soles, y la fiscalía ya estaba abocada al tema.
El canal 4, qué hizo siempre gala de apoyar entusiastamente a Vizcarra, como en el referéndum para impedir la reelección de los congresistas o el golpe de estado contra el legítimo Congreso, el 30 de setiembre de 2019, en esta oportunidad dejo de lado su acostumbrada posición gobiernista y le hizo lo que en periodismo se llama «entrevista hostil» en la que con apego a la verdad de los hechos desnudaron palmariamente las inconsistencias de sus descargos, al punto que Guillermo Thorndike le dijo esperar no verlo «en Canadá» en alusión a la cárcel.
Todo eso fue creando la certeza de que estábamos gobernados por un corrupto. Era imposible ignorar esos hechos delictivos. La propuesta de vacancia cayó por su propio peso y se volvió completamente inevitable. Tan es así, que una vez puesta al voto obtuvo nada menos que 105 votos, la más alta de la historia. Y con ello los congresistas sentían, como la gran mayoría del país, que no había forma de eludir dicha responsabilidad y que habían obrado en consecuencia.
Pero he aquí que aparece la parte esquizofrénica de la historia. Los medios, esos mismos que levantaron las corruptelas de Vizcarra, qué publicaron pruebas, qué desnudaron sus argumentos uno por uno y que terminaron calificándolo como un Cantinflas redivivo, se escandalizan por el voto de vacancia y empiezan a hablar de «golpe de estado congresal». Con una diligencia que la hubiéramos querido ver cuando se morían miles de personas sin atención por el convid-19, o cuando murieron 13 jóvenes aplastados por una pésima operación policial en una discoteca, los medios llamaron a la población a marchar por el repudio al «golpe de estado» que supuestamente se produjo por la vacancia. Se olvidaron de los testimonios, evidencias y medios probatorios qué habían publicado. Se olvidaron de sus editoriales lamentando tener un presidente con graves cargos de corrupción. De sus propios reportajes y sus entrevistas. Ahora resultaba que el Congreso es el delincuente y que todo no se trató si no de un complot.
¿Quién puede entender semejante incongruencia?
Los 105 congresistas que votaron a favor de la vacancia son en realidad 105 lectores del diario El Comercio qué simplemente creyeron lo que decía el diario y sintieron ineludible su deber. Estaba claro. El ciudadano qué ejercía la función de Jefe de Estado era un corrupto y cuando se trata de ello, no caben medias tintas.
Sin embargo, creer en lo que contó el referido diario iría a salirles muy caro, pues el mismo diario, más sus satélites web y televisión los acusaron inmediatamente de golpistas y publicaron una portada bañada en tinta negra en señal de luto por el «golpe» perpetrado por el Congreso. Arrepentidos los periodistas de haber propalado semejante noticia, se dedicaron a impulsar la convocatoria a las marchas a efectos de «denunciar» el golpe y eludir su responsabilidad de auténticos autores intelectuales del supuesto quiebre del estado de derecho.
La paradoja final es la siguiente: los lectores del periódico que fueron informados con detalle de las corruptelas del jefe del estado y obraron de acuerdo a sus atribuciones, pasaron a ser los villanos. En cambio, los que habiendo leído la misma crónica pero no creyeron en ella o simplemente no les importó o quizá son dúctiles ante la corrupción, y votaron para que el acusado de corrupto siga siendo presidente, hoy son los héroes y obtuvieron como premio el poder que no ganaron en las urnas. Only in Perú.