Por: Gonzalo Carpio P.
¿Recuerdan cuándo fue la primera vez que lloraron de alegría?
Junio de 1,978, época de dictadura militar encabezada por el general Morales Bermúdez que ya estaba en sus últimos días, pues la Asamblea Constituyente se instalaría el 28 de julio de ese año, con lo cual nos preparábamos para volver a la democracia dos años más tarde. La situación económica en el país no era precisamente la mejor. Sin embargo, había algo que nos ilusionaba a todos los peruanos. La Selección participaría en el Mundial de Fútbol de Argentina, luego de haber eliminado en fase previa a Bolivia y antes a Chile y Ecuador.
Así llegó el día del debut. La tarde del sábado 03, en el estadio Olímpico de Córdoba, Perú debía enfrentar a la temible Escocia que venía precedida con el cartel de favorito a llevarse la copa del mundo.
Mis papás y yo fuimos a la casa del tío Lucho a ver el partido. El escenario en la casa de mi tío había sido dividido en dos. En la sala principal, en la que se encontraba un televisor a colores que no era muy común por ese tiempo, verían el partido los mayores, mientras que, en el segundo piso, frente a un viejo televisor Philco en blanco y negro de perilla, provisto de un alicate para cambiar de canal y dotado de una maltrecha antena de conejo, debíamos apostarnos todos los niños. Como podrán imaginar, no quedé muy contento con mi ubicación, pero no importaba tanto, para un niño de 8 años como yo, era más fuerte la ilusión de ver a Perú en un mundial por primera vez en mi vida.
Comenzó el partido y yo estaba sentado en primera fila en el segundo piso. Sin embargo, algunos de mis primos no eran tan aficionados al fútbol, por lo que corrían y saltaban frente a la pantalla del televisor sin dejarme ver con atención las incidencias del encuentro. A los 14 minutos del primer tiempo, la máxima estrella del equipo escoces, Joe Jordan, toma un rebote en el área y con tiro cruzado venció a Quiroga. No comenzaba bien la cosa para nosotros en el mundial. En ese momento tomé mi cabeza con ambas manos y las fui deslizando hacia mi cara, como quien no puede creer lo que está viendo. Un sentimiento de rabia me invadió, estaba nervioso, me sudaban las manos, además de ello, tenía que estar moviendo la cabeza de un lado a otro para poder burlar los brincos de mis primos frente a la pantalla, muchos de ellos ni se habían enterado que estábamos perdiendo.
Impulsivo como hasta hoy, me levanté, miré con enojo a mis primos y sin decir una sola palabra, bajé a la primera planta, me acerqué al Gato Gerardo y casi a punto de llorar, le dije “no puedo ver el partido arriba”. Mi viejo me tomó la cabeza y me acomodó entre sus piernas, dejando caer sus brazos sobre mis hombros. Faltaban 03 minutos para que finalice el primer tiempo y una jugada que inicia Velásquez, termina con el gol del Loro Cueto, previa pared con el Nene Cubillas. Era el empate. El grito de gol que salió de mi garganta fue tan fuerte y largo que incluso quedé afónico. Un abrazo interminable con mi viejo y con mis tíos me llenó de ilusión y confianza para lo que restaba del partido.
En el entretiempo, mi viejo y mis tíos aprovecharon para rellenar sus vasos de algún líquido que les diera esperanza. Yo más bien, rechacé todo tipo de alimento o bebida. La emoción me sobrepasaba. Se reanudo el partido y todos nuevamente quedamos atentos al aparato. Ese moderno televisor a colores, me entregaría 45 minutos inolvidables en la vida.
Al promediar el cuarto de hora de la segunda etapa, Chumpi trabó a un escoces en el área y el árbitro cobró penal, todos quedamos de una sola pieza, no lo podíamos creer. En ese momento, me pare frente a mis tíos y mirándolos con la seguridad de quien ve el futuro, les dije “lo tapa, el Loco lo tapa”. Vino el penal ejecutado por Masson y Ramón “El Loco” Quiroga voló sobre su mano derecha atajando el tiro. Yo, caí de rodillas en el piso, y comencé a llorar de felicidad. No lo podía creer. Mis tíos me rodearon y se arrodillaron conmigo, todos fundidos en un abrazo interminable, alguno de ellos se emocionó con la escena y también soltó unas lágrimas. Mi tío Lucho, desbocado de alegría, me alzó en peso y me puso sobre sus hombros. Mientras yo seguía llorando de felicidad, se escuchó entre los gritos de euforia, la voz de uno de ellos cantando “sobre mi pecho llevo tus colores y están mis amores contigo Perú” y todos lo seguimos a voz en cuello. Fue el momento en que la emoción nos desbordó a todos.
El Loco Quiroga nos devolvió el alma al cuerpo. El penal atajado fue una inyección de ánimo para el equipo y para todos nosotros que lo sufríamos a miles de kilómetros de distancia. Pero a mí, un niño de 8 años en ese entonces, me regaló un momento inolvidable en la vida. Me regaló mis primeras lágrimas de felicidad. Me enseño que sí se puede llorar cuando uno está feliz, que cuando la alegría es una emoción incontenible, también se expresa con una lágrima. Porque las lágrimas son pedacitos de alma en estado líquido.
Lo que vino después, es ya historia conocida, los dos golazos de Cubillas nos dieron el triunfo en el debut mundialista del ’78 por 3 a 1 frente a los europeos, pero yo, me quedo con ese minuto del partido en el que un Loco me hizo llorar.