Día Cuarentainueve

Por: Andrea chirinos C.

La primera vez que le corté el pelo a Rodrigo tuve mucho miedo.

Había estado bromeando con que “ya le tocaba su corte” y “que me pase una tijera para hacerlo al toque”.
Las bromas siguieron por varios días y pensé que nunca se atrevería a pedirme que le corte el pelo.

Ok, amor – me dijo un día después de desayunar – estoy listo.
Lo hicimos con la máquina de afeitar.

Ambos confiábamos más en esa máquina que mis manos con las tijeras de papel. Tenía la opción 3 de corte y una especie de proyector para evitar que se vaya a 0 de casualidad. Así que nos sentimos a salvo con la herramienta.

Empecé de forma lenta y cuidadosa. No quería dejarle ningún hueco ni crearle algún remolino en la cabeza. Estaba muy nerviosa.

Se sentó mirando al espejo y me acerqué a su cabeza. La examiné de forma minuciosa y por un breve momento sentí que sí podía hacerlo. Estudié la forma de su cabeza y analicé la dirección en la que iba su cabello.

No lo entendí.

Después de pasarle la maquina varias veces vimos que no había ningún cambio. El volumen apenas había bajado.

Rodrigo se estresó, me quitó la máquina y lo hizo a su manera.

Ese día terminamos peleados, y él con dos huecos en su cabeza.
Al cabo de dos semanas me pidió que le cortara el pelo otra vez.
Entré al baño con un poco menos de dudas sobre mis habilidades de peluquera, agarré la máquina y comencé.

Ese día nos fue mejor. Nada de huecos ni de peleas.
Pero había algo raro en él.Después de observarlo toda la tarde me di cuenta que le había cortado de un lado más que del otro. Preferí no decirle nada para evitar alguna pelea, pero aun así se dio cuenta en la noche.
Ese día durmió en el sillón.

La tercera vez que le corté el pelo – si, le crece bastante rápido – nos fue muchísimo mejor.
Entré al baño con confianza, el banquito tenía un cojín para su comodidad, le puse una toalla alrededor del cuello, un pequeño masaje en los hombros, un poco de música y tomé la máquina con firmeza.

Hoy saldremos airosos de este lugar – pensé.
Comencé por la parte de atrás y luego por los costados. Todo parecía ir bien… hasta que lo miré en el espejo y me di cuenta que no.

La parte del medio parecía levantada, esponjosa, camino a un Mohawk mal hecho.

Te falta agarrar confianza – me dijo.
Rodrigo agarró la máquina, le quitó el seguro, se levantó el cabello con los dedos y cortó.

Mierda – dije – la cagaste. Ahora te tengo que rapar como Britney Spears.
Reí con nervios, pero él estaba bastante tranquilo. Sacó los dedos y vimos que no había heridos.

Había encontrado la técnica.
Cuando terminé con mi ardua labor, Rodrigo estaba contento y satisfecho, y yo el triple. Sentía que, si podía cortarle el pelo a mi enamorado, testarudo y quisquilloso, podía hacer cualquier cosa en la vida.

Ese fue un gran día.
Más tarde note un pequeño remolino formándose al costado del que tiene siempre. No se lo dije, por supuesto.
Seguro mejoraré con el tiempo – pensé mientras le acariciaba el cabello y me hacia la loca.