Por: Gonzalo Carpio P.
“Dios santo que bello abril, que bello abril
Para que no tengamos soledad
Para que no tengamos nunca más soledad”
Así suena el coro de la canción de Fito Páez. La verdad, en mi caso, no todos los meses de abril fueron bellos. Hubo tres que no olvidaré nunca por las cosas que sucedieron. Tres abriles que vinieron con malas noticias.
El primer abril que me golpeó duro, fue en el 2,002, con la partida de un entrañable amigo víctima del cáncer cuando recién bordeaba los 30 años de edad. Fue para mí muy difícil asimilar esa pérdida. Juanca era como un hermano menor. Nuestra amistad se dio desde pequeños y se vio reforzada por nuestro trabajo en la visita médica. Éramos inseparables, siempre tratando de hacer coincidir nuestros viajes de trabajo, programando visitar los mismos médicos, risas, travesuras y mil y una anécdotas juntos. Durante el tiempo que duró su enfermedad, nuestra cercanía era aún mayor, hasta que luego de casi cuatro años de luchar contra su mal, terminó vencido a pesar de haberle ganado innumerables batallas al cáncer que, en un momento, nos hicieron ilusionar con su recuperación.
El segundo abril que remeció todos mis cimientos, fue en el 2013. La muerte del Gato Gerardo, mi padre. Una tarde, recién pasado el mediodía, recibí la llamada de mi hermana, quien con la voz quebrada y casi sin poder pronunciar palabras, me avisaba que mi viejo había sufrido dos paros respiratorios y que había sido ingresado a UCI. Salí volando de la oficina, fui a mi departamento a meter un poco de ropa en una maleta y salí directo al aeropuerto a tomar el primer vuelo que encontrara hacia Arequipa. Llegué en las últimas horas de la tarde y fui directamente al hospital. El Gato ya había entrado en coma. Mi hermana y yo nos turnábamos para entrar a verlo y hablarle con la esperanza de que nos oyera. Le decíamos cuanto lo amábamos y le pedíamos que luche por su vida. Sin embargo, cinco días más tarde nos dejó. La última vez que pude abrazar a mi viejo, fue en julio del año anterior. Fui de visita a Arequipa y pasamos varias tardes juntos. Luego volví en diciembre para pasar las fiestas navideñas, pero el Gato viajó por esas fechas y no volvió hasta después de mi retorno a Lima. Me quedó para siempre ese sentimiento de no haber podido compartir más tiempo con él. A veces nos pasa, lo digo por experiencia propia, que postergamos las visitas a nuestros padres, porque “estamos muy ocupados”. Lo cierto es que cuando ya no los tenemos con nosotros, nos invade ese horrible sentimiento de no haber hecho lo suficiente por ellos.
El tercer abril amargo que me tocó vivir, fue exactamente un año después, en el 2014, un tema de salud me mantuvo fuera de combate por un periodo relativamente largo. Gracias a dios y a la gente que me quiere, pude recuperarme.
Este 2020 nos toca, por llamarlo de alguna manera, un abril diferente a todos nosotros. Con un virus galopando a rienda suelta por el mundo que nos mantiene aislados, sin poder ver tanto como quisiéramos a nuestra familia y amigos. Andamos temerosos de ser contagiados, temerosos de que a alguien cercano contraiga el virus y angustiados la mayor parte del día.
Anoche, pensando un poco en lo que nos está tocando pasar, me di cuenta que, desde algún lugar, mi viejo El Gato y mi hermano del alma Juanca, me están protegiendo y velando porque no me pase nada. Sé que algunos no creen en estas cosas, y no pretendo ponerme en modo religioso tampoco. Pero también sé que de alguna manera tengo en ellos, dos ángeles que me cuidan.
Pero quise ir un poco más allá y me puse a pensar, además en todos esos ángeles terrenales. Ángeles, héroes sin capa o como quieran llamarlos, que nos están cuidando ahora. Médicos, enfermeras, policías, miembros de las Fuerzas Armadas, personas encargadas de la limpieza pública, seguridad ciudadana, las que atienden en los centros de abasto, las que se encargan del transporte público y tantos otros más que hacen posible que la mayoría de nosotros pueda pasar la cuarentena desde la comodidad de su casa. Gente que por cumplir con su labor se expone minuto a minuto, día a día al Coronavirus, y que ponen en riesgo a su familia cada día la hora de volver a casa.
Seamos empáticos con ellos, entreguemos una palabra amable, una frase de aliento, valoremos lo que están haciendo por nosotros.
Demos gracias a estos ángeles de abril.
Nota mental: Abrazo hasta donde estén Viejito y Juanca. Los quiero y extraño