La vida es sueño

Por Gonzalo Carpio P.

Alfonsina mostró una leve sonrisa, casi imperceptible, minúscula. Prácticamente no movió ni un solo músculo de la cara.

Su cabecita algo inclinada hacia la izquierda, descansaba sobre sus hombros ya casi sin fuerzas. Sentada en una vetusta silla de ruedas, sus manitos temblorosas yacían sobre sus huesudas piernas que también presentaban un ligero movimiento involuntario. Ahí, como todas las mañanas, se entregaba a los rayos del sol que calentaban su ajada piel. Quedaba quieta, acompañada por su ligero temblor, pasaba horas pensando, recordando o queriendo recordar. Su mirada se perdía en el verde jardín. Venían a su memoria nítidamente pasajes de su vida que no sabía que recordaba. Su padre montado en el caballo haciéndole adiós con la mano y ella mandándole besos volados con una gran sonrisa en sus labios desde la puerta de la casa. Ella tomada de la mano de su madre que sujetaba en el otro brazo al hermano menor, intercalando su mirada entre papá y mamá.

Con voz temblorosa le contaba a María, la enfermera que cuidaba de ella, que cuando era joven participaba en cuanto concurso de poesía había en el colegio y los ganaba todos. Aprendí de memoria a… ¿Cómo se llama ese autor?… ese que escribió: “Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”. Don Pedro Calderón de la Barca es el monólogo de Segismundo en La Vida es Sueño, recordó inmediatamente terminó de recitar.

Alfonsina hacía gala de su habilidad para la poesía. Tenía los recuerdos del pasado frescos. Sin embargo, su cabecita era como un gran almacén con una sola puerta, en el que las primeras cajas de recuerdos que ingresaron serían las últimas en salir, mientras las últimas cajas con recuerdos fueron las primeras en irse. Sufría de Alzheimer. Una enfermedad que había minado de manera irreversible su mente y que poco a poco estaba minando también su cuerpo.

Alfonsina tenía ya mucha dificultad para recordar hechos recientes, no recordaba las cosas más simples, mucho menos las más complejas. Por ejemplo, olvidaba haber tomado desayuno o almorzado, incluso hubo varios días en los que tomó dos veces desayuno o almorzó doble. Cosas simples como no recordar qué botón presionar para contestar su celular, o cómo encajar la llave en la cerradura, o como se usa un tenedor o una cuchara. En ocasiones quedaba literalmente desconectada, como si la hubieran puesto en off durante unos segundos que cada vez eran más. Ya no reconocía a sus hijos, o confundía a su hijo mayor llamándolo por el nombre de su difunto esposo. En sus cada vez más escasos momentos de lucidez, Alfonsina le pedía a María que le alcance una vieja libreta y un bolígrafo donde realizaba algunas anotaciones, entre ellas, algunas características físicas de cada uno de sus hijos o de sus nietos, de tal manera que cuando venían a visitarla, ella pudiera saber de quien se trataba, igual resultaba inútil, pues la mayoría de veces olvidaba que existía aquella libreta de notas. 

Las visitas de sus hijos eran cada vez más espaciadas, cada hijo con sus múltiples ocupaciones, con sus propios problemas en casa, atendiendo a sus propios hijos, al esposo, a la esposa, y por supuesto sin tiempo para ir a visitar a mamá, total ya estaba vieja, enferma, no lo iba a recordar. Además, estaba al cuidado de María, para lo cual cada hijo daba una cantidad de dinero, solventando así ese gasto, con eso engañaban a su conciencia. Según ellos a Alfonsina no le faltaba nada.

¿No le faltaba nada? ¿En verdad, esos hijos creían que a su madre no le hacía falta nada? Pues a Alfonsina le hacía falta lo más importante para combatir esta triste enfermedad. El Amor de los suyos.

¿Por qué los hijos se olvidaron de Alfonsina? ¿Por qué ese egoísmo con la persona que más se sacrificó en la vida por ellos? ¿Por qué les costaba dedicarle un poco de tiempo y visitar a mamá? ¿Acaso ya olvidaron que cuando aprendieron a caminar, mamá sufrió en carne propia el dolor que sintieron en cada caída? ¿Acaso ya olvidaron que cuando enfermaron con esa eruptiva, mamá paso todo el tiempo a su lado midiéndoles la temperatura y dándoles de comer a la boca? ¿Olvidaron que mamá los recibía con un beso y un abrazo al llegar del colegio cada día? ¿No recuerdan que mamá pasaba sentada varias horas de la tarde ayudándolos a hacer sus tareas? ¿Olvidaron las lágrimas de alegría que derramó mamá cuando ingresaron a la Universidad? ¿Olvidaron que cuando tenían que madrugar para ir a clase, mamá se levantaba antes que ellos para prepararles el desayuno? ¿Olvidaron que fue mamá la que los consoló cuando sufrieron su primera decepción amorosa? ¿Olvidaron que fue mamá la que les sirvió café cargado y ocultó a su padre que habían llegado tomados, para que no los castigaran? ¿Olvidaron que mamá los acompañó al altar el día de su matrimonio? ¿Olvidaron que mamá se quedó al cuidado de sus nietos cuando ellos tenían que ir de rumba? ¿Olvidaron que mamá siempre recibía a sus hijos con un dulce escondido en el bolsillo de su delantal?

 El tiempo pasa, cada día es un día menos de vida para Alfonsina. ¿Cómo van a hacer los hijos para recuperar el tiempo perdido cuando la madre parta de este mundo? Pues simplemente no van a poder. El tiempo no vuelve atrás. Cada día que pasan sin visitar a su madre, es un día perdido. Un día perdido para decirle a Alfonsina a voz en cuello “te amo mamá”, un día perdido para abrazarla fuerte. Un día perdido para permitir que mamá abrace a sus nietos. Un día perdido para hacerla sentir viva.

“¿Qué es la vida? Un frenesí, ¿Qué es la vida? una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”. Terminó Alfonsina con el monólogo. María se acercó a ella, le dio un beso en la frente y juntas salieron a pasear por el parque. Alfonsina solo tenía a María, que curiosamente no era nada de ella, no la unía ningún vínculo de sangre, solo el gran cariño que le tenía.