El colombiano regresó a la orilla montado en un inflable con forma de banana. Regresó victorioso. Lo supe cuando se acercó al agua sonriente, se persignó con ella ante el océano pacífico y elevó su puño.
Solo él y yo vimos ese acto noble de agradecimiento. El resto de bañistas seguía con lo suyo.
Su amigo llegó al momento y el colombiano le cedió el turno de la banana. Ambos colocaron los flotadores sobre ella y rápidamente un grupo de chicas se acercó para negociar el paseo.
A lo lejos, un heladero sigue buscando a la chica que le compró un helado de 2 mil pesos y se fue sin pagar.
Entonces, ¿no la llegaste a encontrar? – le diría el colombiano más tarde, cuando los turistas ya no ocuparían el lugar y playa blanca realmente haría honor a su nombre.
Digamos que se lo tomó prestado – le respondería el heladero.
El resto de vendedores reiría con su comentario y la anécdota quedaría ahí, justo donde empezó.
La chica deudora, por otro lado, si tuvo la intención de pagar el helado al inicio. De hecho, la situación había sido distinta a lo que el heladero le contaría a sus amigos más tarde.
Ella estaba flotando cerca a las boyas y mientras lo hacía, en lo único que pensaba es que iba a salir e iba comprarle un helado de hielo al primer heladero que se le cruzara. Entonces salió, y al cruzarse con el heladero, del que ya hemos hablado, cumplió con lo prometido y le compró un helado de hielo.
No tengo plata conmigo ahora, pero acompáñame y te pagó – dijo señalando el lugar donde estaban sus cosas, una carpita en la segunda fila.
El heladero asintió y ella caminó con el helado en la mano. Al llegar a la carpa, sacó los 2 mil pesos, dio media vuelta y el heladero ya no estaba. Tenía aún la imagen fresca de cómo lucía y empezó a buscarlo con la mirada. Nada, no había heladero. En un momento, después de haber tirado la toalla, literalmente, y terminado el helado, vió que el heladero se acercaba. Ella levantó un brazo y el heladero siguió acercándose. Entonces buscó nuevamente los 2 mil pesos en la mano, y cuando estaba a punto de dárselos, el heladero pasó de largo, se acercó a otra carpa y siguió vendiendo.
Ese día por la tarde, él y sus compañeros revisarían las ganancias y sacarían cuentas de un provechoso feriado en Santa Marta. Harían comparaciones, puesto que siempre hacían del día una competencia de ventas para mantenerse ocupados, y el heladero recordaría a esa chica que le compró un helado, le dijo que la siguiera y él no le hizo caso.
¿De quién es la culpa? – le preguntaría su jefe, y él no sabría cómo responder.
Dentro de las suposiciones que nos permitimos tener, es que quizás el heladero se olvidó de esa chica y continuó con su día, pero la chica por su parte, nunca pudo olvidar esa deuda. Lo que sucedió después fue una serie de acontecimientos provocados por lo que bien conocemos como karma.
Al regresar, el chico del bote, que la había llevado a la playa por la mañana, no la esperó y ella tuvo que rogar al chico de otro bote para que la llevaran a Rodadero.
Luego, ya en Rodadero, fue a comprar su pasaje de regreso a Bogotá y se dio con la sorpresa que ya no habían más pasajes a esa hora y que tenía que esperar unas tres horas para que saliera otro bus. Ella solo pensaba en el heladero, y en las muchas veces que pudo acercarse y pagar los 2 mil pesos.
Ya en el bus de regreso, le tocó de compañero de viaje a un señor mayor que había llevado un taper con solterito de queso con harta cebolla y por si las cosas ya no fueran malas, le llegó el periodo en el camino y se le rasgó el jean en la parte de la entrepierna.
A la próxima, pago el helado – pensó.
Andrea Chirinos C.