Por: Gonzalo Carpio
Eran las seis de la mañana y estaba pensativo en su cama, no había pegado un ojo en toda la noche. Lo atormentaban una serie de acontecimientos que habían marcado su vida. La muerte de su padre, su divorcio, el término de una segunda relación de manera abrupta, la pérdida del trabajo al que había dedicado todo una vida, la quiebra del negocio que montó luego, las deudas que contrajo.
Gabriel era un tipo alegre, ocurrente, siempre encontraba una respuesta graciosa en todo tema de conversación. Era el centro de atención en cada reunión por su gran sentido del humor, era el mejor consejero para sus amigos, siempre dispuesto a ayudarlos a resolver sus problemas, siempre brindándoles una palabra de aliento, siempre quitándose el pan de la boca para dárselo a quien lo necesitara. Pero a la vez era reservado en sus temas personales. Nunca conversó con nadie al respecto y nadie pudo detectar que pasaba por una depresión severa. Sus bromas, su risa contagiosa, eran solo un disfraz para ocultar lo que realmente estaba viviendo.
A las seis y nueve, sonó la alarma del despertador. Gabriel, ya había tomado una decisión. Se levantó, caminó hasta el baño al tiempo que iba despojándose de su pijama. Entró y quedó unos minutos mirándose al espejo que reflejaba sus ojeras inmensas luego de varias noches en vela. Abrió la llave de la ducha y templó la temperatura del agua. Roció un poco de champú en sus manos y lo llevó a su cabeza. Recibía el agua tibia en la nuca mientras pensaba. Salió envuelto en toallas y caminó hasta la orilla de su cama repasando su plan al mínimo detalle. Se puso un terno negro, camisa blanca y corbata morada, los zapatos bien lustrados, se perfumó exageradamente, se sirvió un café y salió de casa.
El plan estaba en marcha, ya no había vuelta atrás. Gabriel, estaba decidido a ejecutarlo. Llegó hasta la farmacia cercana y pidió una caja de Alprazolam. El dependiente le pidió la receta médica, pero Gabriel, rápidamente le dijo que eran para su madre que ya estaba mayor y que le costaba conciliar el sueño. El dependiente, entendió perfectamente la situación y le comentó que lo mismo le pasaba a su padre. Se las vendió sin problema alguno. Luego caminó hacia un pequeño mercadito que había a unas cuadras y pidió un sobre de veneno para ratas. La mujer que lo atendió le dijo que tenía uno que era muy efectivo y que además a las ratas les encantaba por su sabor. “Al menos las ratas morirán con un sabor agradable en la boca”, dijo Gabriel, y ambos comenzaron a reír. Pasó por la bodega del costado y compró una botella de yogurt de durazno, su sabor predilecto. El paso uno del plan había sido concretado.
El Olímpico, un viejo hostal parejero, recibía la visita de Gabriel. Ingresó a recepción, saludó amablemente al muchacho encargado y solicitó una habitación matrimonial alegando que iría a visitarlo una mujer en un par de horas y que la dejasen pasar. Mientras tanto, él aprovecharía ese tiempo para descansar. Esta excusa sirvió para que el cuartelero no sospechara nada de lo que tenía en mente. Ingresó a la habitación número once, prendió la tele, sintonizó el noticiero matutino de un canal local y subió el volumen. El paso dos también había sido cumplido. Hasta ese momento, todo estaba resultando a la perfección.
La respiración de Gabriel era cada vez más intensa. Estaba agitado, nervioso. Sus manos sudaban y presentaban un ligero temblor. Tomó aire profundamente, lo contuvo unos segundos y exhaló con la fuerza de quien se prepara para empezar una competencia. Acercó una vieja mesa de madera hacia la cama y colocó sobre ella un par de hojas de papel y un lapicero que sacó de su bolsillo. Luego puso sobre la mesa el frasco de yogurt, el sobre con el sabroso veneno para ratas y las píldoras de Alprazolam. La mesa estaba servida para continuar con el plan. Solo requería el envión inicial para comenzar con el paso tres, el último, el definitivo.
Se sirvió un vaso con agua del caño del viejo baño de la habitación. Cogió un blíster de diez pastillas y las sacó todas del empaque. Las contuvo en su mano izquierda y tomo el vaso de agua con la derecha. Nuevamente tomó aire profundamente, exhaló y de un solo golpe, sin pensarlo mucho, puso las diez pastillas en su boca y dio varios sorbos de agua tragando poco a poco el Alprazolam. Abrió la botella de yogurt para verter el contenido del sobre de veneno para ratas y reparó que este no venía en polvo, sino en forma de pequeñas bolitas y se dio cuenta que no iban a disolverse en el yogurt. Cogió una de las dos hojas de papel que había llevado y vació el contenido del sobre mientras que con el control remoto del televisor empezó a triturar el veneno a fin de poder mezclarlo en la botella.
El paso tres del plan de Gabriel, consistía en tomar las pastillas, mientras estas surtieran su efecto escribir un pequeño mensaje de despedida a sus seres queridos, para finalmente beber la mezcla y quedar profundamente dormido, de tal manera que cuando el veneno empiece a hacer su trabajo no sintiera ningún dolor y no tuviera ninguna posibilidad de pedir ayuda. Sin embargo, el tiempo perdido moliendo el veneno le jugó una mala pasada. De pronto se despertó echado sobre la cama con ambos pies apoyados en el piso. El terno negro y su camisa estaban manchados de yogurt y veneno. La habitación estaba completamente oscura, ya era de noche. La pastillas habían hecho efecto antes de que pudiera tomar el brebaje preparado, pero incluso casi inconsciente, había luchado por concretar el paso tres. Se incorporó medio mareado aún por el efecto de las pastillas. Logró encontrar en la pared el interruptor de la luz y pudo ver el cuadro del que hace unas horas había sido protagonista. Reflexionó un momento, botó a la basura lo que quedaba del frasco que había quedado tirado en el piso, arrugó la hoja en la que había escrito su despedida y junto con las pastillas que sobraban en la caja, las tiró al tacho. Salió del viejo hostal pidió un taxi y se fue a casa.
Su plan había fallado, pero un pensamiento vino a él inmediatamente, estaba recibiendo una segunda oportunidad. Entendió que no era momento de partir. Entendió que era momento de enfrentar los problemas y de tratar su depresión. Claudio, su inseparable amigo de infancia acudió inmediatamente a su llamado. Conversaron largo y tendido. Gabriel le contó lo sucedido y juntos a la mañana siguiente, fueron a buscar ayuda profesional. La doctora Llosa, luego de escucharlo por casi dos horas, decidió que lo mejor era internarlo. Necesitaba con urgencia tratamiento y Gabriel accedió inmediatamente. Solo puso una condición. Que le permitiera fumar un cigarro antes de proceder con el internamiento. Claudio lo acompañó a fumar el cigarro, lo abrazó con fuerza y le dijo “Hermano, el paso que has dado es el más importante, hoy comienza tu recuperación”. A ambos se les llenaron los ojos de lágrimas, pero no de tristeza, todo lo contrario. Gabriel lloraba pues por fin aceptaba la ayuda que tanto necesitaba y se había negado a recibir y Claudio lloraba porque sabía que su hermano del alma iba a recuperarse.
Pasaron tres semanas, de las cuales Gabriel, pasó dos durmiendo. Su cerebro necesitaba descansar y la doctora Llosa lo había logrado. Hizo una semana de terapia intensiva y fue dado de alta para poder seguir su tratamiento desde casa. Gabriel había vuelto literalmente a la vida. El fallo en su intento de quitarse la vida hizo que busque ayuda, logró darse cuenta de que un dios, al que había tenido alejado de él por muchos años, le extendía la mano. Desde ese momento prometió salir adelante, cumplir al pie de la letra su tratamiento. Con gran determinación, se propuso enfrentar los problemas y manejarlos, pedir ayuda cuando sea necesario, valorar a su familia, a sus amigos. Competitivo como era en todas las actividades que emprendía, se prometió a si mismo ser el paciente que más rápido se recupere de una depresión y trabajó duro por lograr su objetivo.
Hoy, que ya pasaron varios años desde ese punto de quiebre, está totalmente recuperado, volvió a ser el bromista y alegre de siempre, pero esta vez no oculta nada. Sigue siendo competitivo en todas las actividades que realiza y siempre está atento a las personas a su alrededor por si alguien necesita ayuda. Hoy compartió su historia conmigo y me pidió publicarla porque quiere que sirva de lección. Quiere decirle a todos los que estén pasando por problemas que no callen, que busquen ayuda, que la familia y los verdaderos amigos son el tesoro más grande que podemos tener y que siempre estarán dispuestos a ayudarnos. Que no existe problema en el mundo que no tenga solución, y que por más fuerte que sea la tormenta, siempre llega la calma.