Las bacterias de C. difficile se encuentra en el medio ambiente: en la tierra, el aire, el agua, las heces humanas y de animales, y los alimentos, por ejemplo: las carnes procesadas. Un pequeño número de personas sanas llevan la bacteria de forma natural en el intestino grueso y no presentan los síntomas de la infección. Este microorganismo suele reproducirse en individuos con un sistema intestinal debilitado tras el consumo de antibióticos, los cuales afectan de forma secundaria al microbioma intestinal.
Las bacterias sensibles a un determinado antibiótico pueden volverse resistentes por una mutación en sus genes o por la adquisición de genes de resistencia presentes en otro microorganismo. Este es un proceso natural, que ha ido sucediendo desde hace mucho tiempo. No obstante, el uso de los antibióticos y sobre todo su uso indiscriminado ha acelerado este proceso.
Cuando se utilizan antibióticos para tratar enfermedades, estos medicamentos no solo atacan a las bacterias que causan esa enfermedad, sino que afectan a muchas otras presentes en el organismo que son sensibles a los antibióticos usados. Esto conlleva a una especie de «selección», y permite que las bacterias resistentes proliferen, incrementando el riesgo de que el paciente padezca una infección resistente en el futuro.
A su vez, las bacterias resistentes pueden transmitirse de persona a persona, a través del agua, de los alimentos, lo que conlleva un riesgo no solo a nivel individual, sino poblacional.
El abuso en el uso de los antibióticos tanto en las personas como en la ganadería ha propiciado un aumento incesante en la cantidad y diversidad de bacterias resistentes a estos medicamentos, de ahí la importancia de usar los antibióticos racionalmente. También, se podría tener en cuenta cambios en el tratamiento, como es el caso de las dietas bajas en azúcares e hidratos de carbono simples, o incluso creando fármacos específicos para mantener protegidas a las bacterias intestinales.
Y.O.C.