Nada nos impresiona más que la inmersión pura y directa en la que somos sometidos por la espectacularidad de las imágenes del cine. Y en este caso, los filmes bélicos elevan a la potencia esa sensación que sentimos al incluirnos como protagonistas de la zona de guerra.
Cómo no recordar la gran escena del Desembarco de Normandía de Salvando al soldado Ryan de Steven Spielberg. Aquí somos un soldado más en estas playas, donde las balas enemigas aniquilan a quien trate de quebrantar su territorio. Una fuerza desmesurada enarbola la valentía de los soldados americanos, abriéndose paso a través de los chasquidos de los disparos. Se siente tan real que nos sometemos al juego de pirotecnias de un deslumbrante visionado. Pues, alabada sea su técnica audiovisual.
Mientras que la comedia nos coloca en su escenario relajante y un estrés cotidiano, las cintas bélicas juega con una tensión que quizá nunca vamos a experimentar. Su fuerte radica en revivir anécdotas trágicas a través del sonido, imagen o los efectos como el desprendimiento de un pedazo de tierra al impactarle un misil. Todos esos elementos funcionan como una inyección adrenalínica en el cuerpo. Y nos mantiene en alta tensión.
Así se expresa 1917, cuya trama nos pone en la piel de dos cabos Schofield y Blake, quienes deberán entregar un mensaje al otro lado del radar, cruzando tierras de nadie con el objetivo de impedir una invasión en zonas enemigas, cuya intervención evitarán la muerte de más de 1600 soldados, entre ellos el hermano mayor de Blake.
Si bien la trama es sencilla y hasta minimalista, la cinta nos hace sentir verdaderos soldados en plena faena bélica. Nos induce en un verdadero calvario, como si el mismísimo Dante visitara los círculos del infierno, y presenciara los horrores que ve con sus propios ojos de testigo. El director reproduce la sensación de senderismo, del viaje crucial que deberán realizar los protagonistas, y eso lo plasma con esos pasajes de silencio donde, por un momento, la naturaleza o el entorno destila cierto aire de amenaza.
Sam Mendes, con la cámara, se mueve como si fuera un documentalista, siguiendo en todo momento a los cabos. Y pareciera que la cámara funcionara como un radar que a donde vayan los soldados, nuevas tierras se van revelando. Uno no sabe que puede encontrar en el otro lado del mapa, o lo que está más allá del encuadre. Porque el verdadero horror es lo que pasa o puede suceder fuera de la pantalla.
Una de las escenas mejor elaboradas de la cinta y donde la situación crea una delgada línea de tensión, y hasta se perfila un momento de terror demasiado feroz, es cuando uno de los protagonistas incursiona en un pueblo desolado francés iluminado sólo por la brusquedad del fuego, ardiendo en las edificaciones del recinto. Aquí, Roger Deakins vuelve a ser gala de su habilidad en la fotografía al mostrar los escenarios iluminados apenas con la luz emanada por un edificio en llamas. De igual forma aprovecha el tonelaje fructífero del escenario, quien provee a Deakins la luz que necesita para crear paisajes hermosos y de corte poético, que alude a la divina naturaleza de la guerra.
La omnipresente cámara complementada por el mosaico de los elementos mostrados en pantalla como los valles, la tierra desértica, edificios derruidos apenas sostenidos por la luz intensa de las bengalas, crea el efecto de navegar en la destrucción de la naturaleza. Una del cual, el gran Deakins junto a Mendes mezclan lo bello de la biosfera y lo esperpéntico de la guerra en un mismo espacio para redefinir, una vez más, la desgracia de los conflictos humanos.
En la banda sonora, la cinta se refugia en las composiciones humanísticas de Thomas Newman, quien es un recurrente colaborador de Sam Mendes. Las partituras de Newman nos somenten a un viaje claustrofóbico de ensueño, aumentando los pulsos cardiacos con unas notas altas y bajando el ritmo con unas música cautivadoramente bella, que se perfila en los momentos más subjetivos del filme.
A pesar de tener un argumento llano o que parecía que la cinta prescindiera de él, la película no cae en maniqueísmo barato y al desuso. Porque este filme bélico hace un buen trabajo a la hora de utilizar los mecanismos del tecnicismo audiovisual, para que la forma esté por encima del contenido (o el guion).
En pocas palabras, la cinta de Sam Mendes es un buen ejemplo del poder de la técnica audiovisual.
Pues, alabada sea su técnica audiovisual.
Carlos Miguel Domínguez Marsano