Los otros héroes de Arica

imagen referencial.

No solo fue Francisco Bolognesi el del comportamiento heroico aquel 7 de junio de 1880 en Arica, hubo muchos al igual que el viejo coronel que cayeron noblemente en combate, vendiendo caras sus vidas y no rindiendo sus sables, ni bajando sus bayonetas ante la superioridad brutal del enemigo.

Los nuestros eran poco más de mil hombres dispuestos a todo, los chilenos aproximadamente cinco mil trescientos. Nuestra guarnición no contaba con armamento moderno, tres días antes del asalto final se habían quedado sin comida ni medicinas y no podían recibir auxilio alguno. Del otro lado, el chileno era el ejército más moderno de Latinoamérica, su caballería y artillería duplicaban nuestros números, ni hablar de su poderosa marina, la cual bombardeaba sin oposición la ciudad de Arica día y noche.

Los hermanos Cornejo juraron junto con Bolognesi y sus hermanos de armas, días antes de la batalla dar la vida en defensa de Arica y cumplieron la palabra empeñada hasta el último segundo de sus vidas. Ellos estaban al mando de los agrupamientos de artillería que se ubicaron en lo que se conocía como Cerro Gordo o Fuerte del Este. Batallón tras batallón de infantes chilenos lucharon cuerpo a cuerpo con los hombres de los Cornejo por aquel enclave, luego de varias horas de enfrentamiento ambos hermanos y sus valientes artilleros yacían sin vida sobre la tierra y al pie de los cañones que juraron defender. Mientras los chilenos se dedicaban a rematar «repasar» a nuestros heridos, un joven cabo de nombre Manuel Maldonado, mal herido, se deslizó hasta el polvorín del enclave, prendió fuego a la pólvora y balas de cañón que ahí se encontraban e hizo saltar por los cielos a cientos de invasores. Maldonado murió matando.

Un anciano coronel tacneño de nombre Justo Arias Aragüés, al caer todo su batallón fue rodeado por enemigos los cuales le exigían se rinda y entregue su sable de oficial, a lo que el viejo guerrero gritó más de una vez: ¡No me rindo carajo! Muchos jóvenes soldados habían pagado con la vida el atrevimiento de intentar sojuzgar al titán de barba blanca, pues este era invencible con el sable en ristre. La cobardía chilena ultimó a balazos y a distancia segura al noble tacneño, pues no se atrevían a enfrentarlo cara a cara.

Al verse obligado Bolognesi y un pequeño a grupo a subir al morro a dar la última y desesperada resistencia, aquellos heridos e imposibilitados de seguir luchando buscaron refugio en la iglesia matriz de Arica. Creyeron que en la casa consagrada a Dios hallarían tregua y compasión, pero la historia nos relata lo contrario. A patadas, la soldadesca sureña rompió la puerta del templo, pasó a cuchillo a quienes estaban tendidos en suelo recibiendo el auxilio de nuestros médicos y a quienes podían caminar los llevaron al pie del altar mayor y los fusilaron.

Sobre la cima del morro, aquel 7 de junio, un puñado de peruanos cerrados en círculo entorno a su jefe el Coronel Bolognesi retaron cara a cara a la muerte. Espalda contra espalda, hombro contra hombro, hermano al lado de su hermano. Bayonetas, sables y rifles levantados en actitud desafiante ante el monstruo chileno, ellos juraron dar la vida en defensa de un pedazo de tierra llamado Perú, los hombres que allí lucharon cumplieron con su juramento.

El 7 de junio no se celebra una derrota, se conmemora la decisión heroica de un puñado de hombres de morir por su país invadido. Se conmemora a los cientos de héroes anónimos que cayeron junto a Bolognesi.

Jose Briceño Abanto