Por: Alejandro Marco Aurelio Capcha Hidalgo.
Periodista: Reg.-N°-4654-
La antigua Grecia tenía una definición en el concepto de la política que; toda actividad política se centra en las relaciones que debe mantener el ser humano con el orden dado por Dios. La política según los filósofos es una ciencia que se centra en el estudio de aspectos como la autoridad, el gobierno, las leyes, la propiedad o la libertad de los individuos. Según el pensamiento político de Platón, afirma que el más perfecto es la aristocracia, el gobierno de los mejores. La tiranía y la democracia se encontrarían entre lo más imperfectos. Aristóteles distingue tres: monarquía, aristocracia y democracia. El pensamiento político del príncipe Nicolás Maquiavelo, manifiesta que, la política tiene un ámbito propio y distinto; podrá haber política religiosa y política económica, pero mientras exista la distinción entre amigos y enemigos, el espacio es específicamente político. Maquiavelo reconoce implícitamente la importancia de esta distinción para la política. Ahora se entiende en una congregación social organizado y estable, que conceden con su perspectiva ideológica y ejecutan las decisiones con principios doctrinarios para satisfacer los intereses y necesidades de los electores.
Lo argüido compromete una presencia permanente en la oferta política al electorado, una visión compartida de sociedad, relaciones de autoridad al interior del grupo social, y una intensa competencia por alcanzar los niveles superiores de dirigencia, lo que se conoce una enorme virtud: la continua actividad partidaria sirve de filtro para depurar al grupo de arribistas, aventureros y oportunistas que solo se arriman a la política para obtener ventajas personales sin prejuicio ni convicción alguna; ellos suelen causar buena impresión, pero con el tiempo los delatan los que son; lúmpenes.
Los movimientos políticos suelen ser lo opuesto. Priorizan el medio a la finalidad, pues el objetivo final es colocar a su líder fundador en un cargo de elección popular para que satisfaga su ego, o peor aún, para que lucren descaradamente. Carecen de convicciones ideológicas, tampoco asumen ningún compromiso con sus electores, pues en lugar de representar sus legítimos intereses, tan solo ofrecen “propuestas ilusas” con el ánimo de sintonizar con la mente ciudadana tan solo por un instante. No es extraño entonces que gran parte de los gobernadores regionales provenientes de movimientos regionales estén condenados o seriamente comprometidos en procesos penales, habiendo desperdiciado los recursos de su localidad en proyectos innecesarios o en la corrupción más desvergonzada y sistemática.
El autoritarismo prefiere movimientos y no partidos, pues aquellos, por su sociológica superficialidad, permiten a siniestros personajes usurpar los espacios de decisión. No es casual que sus voceros ataquen permanentemente a los partidos, tratando de adjudicarles responsabilidad penal por lo que pudiera hacer algún dirigente o neutralizando su presencia nacional al incentivar la acción de aquellas agrupaciones temporales dedicadas al culto del cacique local. Durante varias décadas fue mucho más fácil armar un movimiento temporal que merecer la candidatura en un partido disciplinado; por eso, muchos cuadros importantes se retiraron de las organizaciones para tentar suerte, debilitando gravemente la actividad partidaria regional y continúa ese flagelo con dirección agigantado llamado corrupción.
El derecho de participación política no es tajante, se debe satisfacer de manera coherente con la democracia representativa, necesitada de partidos políticos sólidos que asuman su condición de organizaciones nacionales y de una oferta electoral programática permanente como se solía hacer hace décadas con autoridades impolutas.