Por Néstor Helí Díaz Díaz*
Con una chalina de largos flecos y bien abrigada para su salida nocturna cerca de las 7, camina con garbo ligero, sin prestar atención a los semáforos en rojo, a los transeúntes vagabundos, los focos de Hidrandina carecen de reflejos debido a su vejez, sin haber recibido siquiera un mantenimiento. Su abrigo azul le llega hasta las rodillas, bajo el cual guarda celosamente una blusa de tela importada, de la cual presume de mantener resguardados sus más codiciados y omnipotentes premios. Cindy Janssen suele escaparse casuales sábados de la casa de sus tíos por parte de padre, donde se refugia durante la semana para estudiar las clases que le imparten en la Universidad Nacional de Trujillo. Ella está cursando el cuarto año de Economía y le va espléndidamente en los cálculos macroeconómicos, las variables de la bolsa de valores y la inflación, cada vez que nos invade un bisoño, pipiolo presidente. Llega al lugar planeado, un bar- restaurante en la quinta cuadra de la calle Gamarra. Un arquitecto con buena facha abre la puerta del salón VIP, con blanca camisa y unos impecables zapatos Oxford. Le obsequia un beso en la mejilla izquierda en señal de bienvenida. Las azafatas atienden a la pareja como si estuvieran en la primera clase de un barco rumbo a Zúrich. Satisfechos con dos sándwiches de chicharrón norteño, ensalada y cremas, la anfitriona se acerca con un tono caribeño: – «¿Qué les gustaría beber, Pilsen Trujillo?» – «No, por favor, acompáñenos con un Capitán o Martini peruano, como lo llaman», asiente el hombre de bienes raíces, tratando de impresionar a la chica. No fue algo inédito para ella, ya que conocía incluso los tragos más exóticos.
A medida que deleitaban su paladar, la charla se extendía en lo más íntimo de sus sílabas, traspasando las paredes parchadas de mármol. «Mis padres son oriundos de Huanchaco. Ahora viven en la selva, y mi abuelo sí es neerlandés. Por eso tengo los ojos claros», sonríe Cindy. Él averigua sus preferencias, objetivos de vida, y ensalza la triunfadora escena de una joven dirigiendo el área corporativa de un banco. Deja de lado el atuendo de noche y lo viste literalmente con traje de ejecutiva. En unos años sentirá lo que significa comandar un equipo competitivo. Las estrategias de marketing, la imagen, la liquidez, el retorno de capital, el dinero digital, serán el pan caliente de cada mañana. El arquitecto es de Arequipa, «la ciudad del Misti», y cada domingo en su temprana juventud no paraba de alentar a «los rojinegros». A su padre no le complacía el fútbol, armaba las jornadas gallísticas en un Coliseo construido por él mismo a doble turno, con quincha de guayaquil, y en la zona roja donde los infortunados gallos batallaban, esparcía cada quince días arena acarreada desde las empinadas quebradas. Esta labor era su predilección de utilidades y pasatiempo, con la cual mantenía su minúsculo hogar con el afán de algún día poder contemplar desde la otra acera a sus dos hijos orgullosos con sus títulos bajo el brazo.
Se apartan de su charla de copas y se escabullen en un hotel acondicionado en una casa colonial de la Avenida España. El arquitecto desdobla las toallas resecas, no utilizadas quizás por una semana. Se acomoda frente al espejo principal y coloca un par de jabones de cartón biodegradables en un estrado cerca de la puerta. – La ducha debió construirse en la otra esquina – recomendó con acierto de albañil moderno, al mismo tiempo que ella se brochaba los labios de rojo para que subsistieran ni un minuto. Las sábanas celestes de algodón premium recogieron sus cuerpos extendidos en la cama e hicieron el amor, como dos foráneos que se entrelazaban por vez primera. En realidad, ya se conocían años atrás, pero no al máximo y subliminal pasión. El foco de la habitación no emanaba luz por completo y la luna llena rebotaba en la ventana (se decía que esa noche se contemplaría la luna roja, lo cual acontecía cada 100 años, pero eso nunca se dio). Lo que sí ocurrió fue que dos almas se unieron hasta el infinito celestial. Las cortinas arrugadas a cada lado, cómplices del reflejo de la luna entera, crearon la escena romántica, ardiente y desenfrenada que se dibujaba en el colchón. Pasó desapercibida la melodía propagada por un parlante anclado en la pared: “Cierra puertas y ventanas, que el mismísimo cielo pondrá una sucursal en el séptimo piso, a las once cincuenta, mientras duren los besos y permita el reloj”; Ricardo Arjona entonaba para ellos. Fue un placer, un deleite, una satisfacción para ambos coincidir en la misma estación, crepúsculo de aquel instante de un agosto lluvioso.
A las 4 a. m. se despertaron sin ningún ruido, antes de que la ciudad se inunde de autos adquiridos a crédito y rueden por las calles ya a mitad de su valor; antes de que el resplandeciente sol los sorprenda con sus rayos (aunque sean días grises) y opaque el brillo de la ejecutiva. Tomaron el primer taxi que se asomó con luces parpadeantes. – Sí, señor, a La Merced – alcanzó a responder el arequipeño que llevaba dos meses trabajando para la empresa contratista de Volcán. Cindy Janssen se apresuró a pulir su rostro y su chalina para no dejar rastro alguno de su noche de pasión; sus tíos conservadores de exquisita educación no deben conocer ese episodio que no fue un juego ni el azar del destino. – ¿Y qué vas a hacer estos días? Porque me comentaste que la obra ya concluye – atinó a decir ella mientras encendía su celular. – Claro, estamos supervisando los pequeños detalles, los acabados de los condominios. De aquí regresaré al sur o a otro lugar donde la compañía me designe. – ¡Qué espectacular tu vida, pasear y supervisar; y yo estudio desde que canta el gallo! Pero de ahora en adelante aguardaré la otra luna, ya que fue maravilloso haberte visto. – Tú también acariciarás esa vida; en un año ya te sentarás en un escritorio y tu disfrute será más agradable y confortable. Él lo acompañó hasta la cochera de la casa en La Merced, y el beso profundo significó un ¡Hasta pronto, mi amor! Cindy subió las escaleras luego de quitarse los zapatos de tacón, para no hacer el mínimo ruido, y cerró la puerta como si hubiera llegado a las diez, hora en que concluía la novela brasileña. Ese mismo día, al regresar de la Universidad, encontró un ramo de frescas flores rojas en la segunda grada que conducía hacia la puerta principal. Las levantó y descifró la letra del arquitecto que rezaba: “Nos vemos en la próxima luna”.
- * Administrador de Empresas y Periodista.
- Cuenta con el Máster Internacional en Gestión Deportiva, del Johan Cruyff Institute. El cual lo obtuvo tras ganar el concurso de media beca a nivel nacional.
- En la actualidad escribe crónicas en diferentes medios de comunicación del país y forma parte del Círculo de Periodistas Deportivos del Perú, afiliado a AIPS América (Asociación Internacional de la Prensa Deportiva).
- Asociado a la Federación de Periodistas del Perú.
- Libro Publicado: FÚTBOL: Crónicas Centro al Área. Best Seller en Amazon.